La heterogeneidad de los bienes de capital
En el artículo anterior vimos cómo el capital era el valor monetario de los factores productivos destinados a obtener un lucro monetario. Se trataba, pues, de una magnitud homogénea que sólo podía emerger en un sistema de división del trabajo basado en la propiedad privada.
El hecho de que el capital sea homogéneo, sin embargo, no significa que los bienes de capital, los activos empresariales con los que se obtiene el lucro monetario, también lo sean. Precisamente, la excesiva simplificación sobre la naturaleza de los bienes de capital es uno de los mayores defectos de la teoría neoclásica. Así, confunden el valor monetario –el capital– con el bien valorado –el bien de capital– y por ello imaginan que las cualidades del valor monetario son a su vez las del bien valorado. El trato que se les concede es el de que son completamente homogéneos y convertibles entre sí, pese a que parece bastante claro que una cafetera tiene bastante poco que ver con una locomotora. Como recuerda Peter Klein, con Samuelson y Solow se caracteriza al capital como un shmoo: un ente perfectamente elástico, modelable y sustituible sin coste alguno desde un proceso productivo a otro.
La Escuela Austriaca, sin embargo, siempre ha enfatizado la heterogeneidad e inconvertibilidad parcial de los bienes de capital. No importa únicamente cuántas máquinas, cuántas materias primas, cuántos inventarios o cuánta energía haya en un país; tan o más relevante resulta cuál sea su organización. De ahí que ya desde un comienzo Menger recordara en su artículo sobre el capital que "cada economía individual forma parte de un organismo de economías, dentro del cual el éxito de cada economía en cuestión está condicionado a la situación de las demás y de sus interrelaciones". De ahí también que Böhm-Bawerk considerara que el capital son un conjunto de bienes intermedios que van avanzando por las distintas etapas de la economía hasta convertirse en bienes de consumo. Y de ahí, en definitiva, que Hayek hablara de una "estructura productiva" para referirse a aquel conjunto de etapas sucesivas por las que van pasando los factores originarios de producción hasta madurar en bienes de consumo.
Sin embargo, ha sido Ludwig Lachmann quien posiblemente más haya hecho por profundizar en este concepto genuinamente austriaco de la heterogeneidad de los bienes de capital. Primero en un artículo publicado en Economica, Complementarity and Substitution in the Theory of Capital (1947) y sobre todo en su posterior libro Capital and its Structure (1956), Lachmann analiza detalladamente cuáles son las propiedades que comparten los bienes y qué implicaciones tienen estas propiedades sobre una teoría económica que las ha dejado enormemente de lado. Así, siguiendo a Lachmann podemos decir que los bienes de capital son:
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Heterogéneos: Los bienes de capital son esencialmente heterogéneos entre sí, esto es, sus características y su función económica son distintas en cada uno. No son lo mismo una oficina, un escritorio, un camión, un inventario de patatas o los conocimientos laborales aprehendidos por un trabajador. Por supuesto, habrá bienes de capital que serán iguales a otros y en ese caso sí podrá hablarse de homogeneidad (dos barriles de petróleo), pero ni el conjunto de los bienes de capital puede ser homogéneos ni, como norma general, lo serán los bienes particulares. Por ello, pese a que todos ellos están insertos dentro de un plan empresarial con el objetivo de obtener un lucro y todos ellos pueden valorarse y agruparse en términos monetarios –concediéndoles la apariencia de una falsa homogeneidad–, no deberíamos obviar las indudables implicaciones que sobre la actividad económica tienen sus diferencias.
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Específicos: Debido a su heterogeneidad, el rango de fines que puede perseguir un bien de capital está limitado. Un bien de capital que sirviera para desempeñar cualquier función seguiría siendo, en el fondo, un bien de capital homogéneo. Dentro del rango de fines que puede lograr un bien de capital, los empresarios tratan de dirigirlos en sus planes a aquellos fines para los son más valiosos (donde su productividad marginal descontada es mayor). Cuanto más específico sea un bien de capital, más sensible será su valor a los cambios que experimente la rentabilidad esperada del proyecto que esté ayudando a lograr, debido a que menos opciones de recolocación tendrá dentro del sistema económico.
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Complementarios: Dado que el empresario trata de dirigir un conjunto de bienes de capital heterogéneos hacia sus usos más valiosos, es lógico que busque aquellas combinaciones en las que aparezcan sinergias, esto es, aquellas estructuras de capital en las que los bienes de capital se complementen a la hora de obtener beneficios. Así, los bienes de capital podrán ser complementarios (camión y gasolina) o sustitutivos (ordenador y máquina de escribir) dentro de un plan empresarial. Normalmente, los bienes de capital complementarios proporcionarán rendimientos crecientes al empresario mientras que los bienes de capital sustitutivos, rendimientos decrecientes. Por ello, el empresario preferirá invertir buscando las complementariedades marginales dentro de su estructura productiva actual (las sinergias) que las posibles sustituciones. Aun así, también estará dispuesto a invertir en bienes sustitutivos para, por un lado, constituir reservas para sus bienes de capital complementarios (piezas de recambio) y, por otro, para sustituir a partes enteras de su plan empresarial cuando, por ejemplo, un cambio tecnológico eleve la rentabilidad de los bienes sustitutivos por encima del consumo de capital que implica la sustitución.
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Limitadamente convertibles: Al ser heterogéneos y específicos, los bienes de capital no pueden transformarse en otros total y automáticamente. Los errores que se comentan con respecto a ellos (las malas inversiones) acarrean pérdidas irrecuperables para el empresario. Precisamente por ello, además, las estructuras entre bienes de capital complementarios tenderán a ser bastante rígidas y bastante poco flexibles; en ausencia de reservas de bienes sustitutivos, cualquier fallo en un bien de capital complementario tenderá a paralizar o a restar eficiencia al resto de la estructura, siendo complicado y costoso reconvertirla o redirigirla hacia otros usos: esto es, toda reconversión de los bienes de capital acarreará un coste que será más o menos importante según el alcance de ese cambio.
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Limitadamente divisibles: Por último, los bienes de capital no son totalmente divisibles, sino que tienen un tamaño mínimo adecuado para poder utilizarlos. La décima parte de un automóvil no nos proporciona la décima parte de la utilidad de un automóvil, ya que no nos sirve para prácticamente nada. Debido a esta indivisibilidad, parece claro que no podremos explotar en todo momento todas las complementariedades potenciales entre los bienes de capital. A menos que alcancemos una escala mínima, ciertas inversiones que nos podrían proporcionar sinergias no serán rentables. Por ejemplo, una autopista sólo comienza a ser rentable cuando hay suficientes automóviles que pueden circular por ella; dado que no podemos construir mini autopistas para cada automóvil, sólo podremos explotar las sinergias (reducción de los costes de transporte) cuando haya una masa crítica suficiente de automóviles. Por eso Marx y Keynes se equivocaban al afirmar que la tasa de beneficios era decreciente en el capitalismo. Asumieron que todos los bienes de capital eran sustitutivos y que por tanto las nuevas inversiones siempre se colocaban en una posición inferior a las anteriores, proporcionando una menor rentabilidad. Pero lo cierto es que cuanto más ricos somos, más bienes de capital acumulamos, menos importancia van adquiriendo las indivisibilidades pasadas, más complementariedades podemos explotar gracias a ello y, a su vez, nuevas indivisibilidades potenciales aparecen con las nuevas inversiones.
El desprecio entre muchos economistas neoclásicos a estudiar las propiedades de los bienes de capital (con algunas notables excepciones, como el premio Nobel de Economía en 2009, Oliver Williamson, que remarca la heterogeneidad de los bienes de capital empresariales con su concepto de "especificidad de los activos") les llevan a incurrir en portentosos errores a la hora de prescribir políticas públicas.
Precisamente en el próximo artículo utilizaremos las definiciones que hemos elaborado de capital y de bienes de capital para trazar algunas de sus implicaciones sobre la teoría del ciclo económico en general y sobre la crisis actual en particular.
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