¿A quién castiga la OEA?
El Heraldo, Tegucigalpa
Otro traspié de Insulza. La OEA, que hace dos semanas comunicaba la preparación de una comisión técnica para la observación de las elecciones generales de Honduras e, incluso la convocatoria de una reunión extraordinaria para aceptar el reintegro del miembro recientemente expulsado de su seno, de nuevo malinterpreta los acontecimientos en Honduras.
Tras el anuncio de Zelaya declarando muerto el acuerdo Tegucigalpa/San José, que él mismo firmó y que ahora desconoce, el secretario general José Miguel Insulza advierte "que en vista del estancamiento de la ejecución del acuerdo, no hay ambiente para el envío de observadores a las elecciones". Lo lamentable es que no tiene el coraje o la intención de llamar a las cosas por su nombre: el acuerdo fue roto unilateralmente, sin coherencia ni racionalidad, por Zelaya. Por ende, es a Zelaya a quien debe señalar como el responsable de la prolongación de la crisis, y es al pueblo hondureño a quien debería honrar con la valoración de sus comicios generales. Empero, siguiendo los lineamientos del sur, envalentona a la llamada resistencia con sus pronunciamientos e incentiva las acciones amorales de boicot al proceso electoral.
¿Es Zelaya digno de tal respaldo? Las características del comportamiento de Zelaya durante su presidencia han trascendido a su asilo en Brasil. Como lo hizo constantemente con sus ministros en puestos claves de su gabinete, ha reemplazado sus representantes en las comisiones negociadores y de verificación inauditamente.
Desde el trío exiliado que participó en San José, hasta la accidentada conformación de la comisión para el Diálogo Guaymuras, con la que se firmó el acuerdo, llegó al colmo de nombrar todavía a otro integrante para la comisión de verificación. Esta inconsistencia en las intervenciones no permite la continuidad en las diferentes etapas del diálogo, complicando las negociaciones por las diferentes personalidades de cada miembro. Las contradicciones también han sido típicas de su accionar.
El ex presidente despotricó frecuentemente durante su mandato contra lo que él y sus amigos de la Alba denominan el imperio. Irónicamente, en la actualidad, escribe cartas semanalmente al gobierno de Obama en busca de apoyo y refugio, e incluso de reclamo. Su fortuna es que se dirige a un recientemente nombrado premio Nobel de la Paz, que olvida pronto y no guarda rencores. El espíritu de confrontación del olanchano tampoco se pierde, aun en sus condiciones presentes. Hitos en su presidencia que se vienen a la memoria son el cierre de Toncontín, el aumento al salario mínimo y la tristemente célebre cuarta urna. Todos estos temas encontraron fuerte rechazo de la ciudadanía y, aún así, fueron impuestos sin consideración. La firma de un acuerdo que ahora desconoce e irrespeta, acción aborrecida por todos los hondureños porque mantiene en vilo la crisis agudizando los daños irreversibles, era lógico de esperarse. ¿Se puede vaticinar que respetará lo pactado si llega a ser restituido?
No se necesita de la OEA para sostener elecciones libres y cristalinas. Es deseable su participación, pero no al precio que pretende cobrar su secretario general. La participación masiva de la población, las invaluables reformas incorporadas al proceso para garantizar la transparencia por parte del Tribunal Supremo Electoral y la protección de los votantes con sus urnas por parte de la Policía y el Ejercito, son los elementos cruciales que deben estar presentes. El reconocimiento internacional solo será cuestión de tiempo.
¿A quién castiga la OEA? A su propia integridad e imagen institucional en la región. Su desempeño en la crisis hondureña ha delatado su ineficiencia como organismo multinacional para mantener la democracia en el hemisferio. Cuando estallen crisis a otro nivel como la de Colombia-Venezuela, o se necesite como garante en procesos electorales viciados como en Nicaragua, entenderemos los americanos que la OEA de hoy no vale nada.
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