La Argentina y Brasil, dos vecinos con historias parecidas y resultados muy diferentes
El año 2009 probablemente pase a la historia como el del reconocimiento mundial de que Brasil, después de tantos amagues, finalmente despegó como potencia económica global y se encamina a formar parte del grupo de países más desarrollados del mundo.
El símbolo más concreto de que Brasil se recibió con honores en esta carrera hacia el crecimiento económico es la designación de Río de Janeiro como sede de los Juegos Olímpicos de 2016, privilegio sólo otorgado a países que finalmente logran la metamorfosis de emergentes a desarrollados (tal el caso de Corea del Sur en 1988, España en 1992 y China en 2008).
Un poco más al sur, la Argentina se debate entre si conviene sincerar las cifras oficiales de la tasa de inflación o evitar aumentar el costo del endeudamiento (por la deuda pública atada al nivel de precios) y, en el medio, cómo hacer para incrementar la tasa de inversión sin que el Gobierno tenga que desactivar las distorsiones en los precios relativos.
La Argentina otra vez parece estar en uno de esos clásicos círculos viciosos que tanto afectaron a ambos países en el pasado, de los que finalmente se sale con una crisis inflacionaria o con un severo ajuste fiscal y monetario.
Mientras tanto, en la vereda opuesta, Brasil se encuentra en un círculo virtuoso que, según un informe especial de la revista The Economist, lo puede convertir en la quinta potencia económica mundial entre 2014 y 2024 y a Sao Paulo en la quinta ciudad más rica del planeta en 2025, según estimaciones de la consultora PriceWaterhouseCoopers. Lo curioso del caso es que la historia reciente de ambas economías es bastante parecida, aparte de ser vecinos. Pero lo que llama la atención es qué tiene que haber pasado para que los caminos se bifurcaran de manera tan profunda en estos últimos años.
Regreso a los ’80
Es indudable que el tamaño de las economías marca una diferencia fundamental en muchos sentidos, empezando por la posibilidad de crecimiento que ofrece a las empresas brasileñas el tener un mercado interno de casi 200 millones de consumidores (contra los 40 millones nuestros).
Pero un aspecto muy llamativo es que entre los años ’80 y la crisis argentina de 2001, la historia económica de ambos países fue bastante similar, siendo dos economías fuertemente orientadas a la producción de commodities que atravesaron crisis políticas similares con golpes de estado y gobiernos militares.
En primer lugar, tanto la Argentina como Brasil sufrieron la crisis de la deuda latinoamericana de los años ’80, que implicó caer en default y tener que atravesar dolorosas reestructuraciones (con altos costos sociales) auditadas con mano de hierro por el Fondo Monetario Internacional.
La salida de esta crisis fue similar: al Plan Austral argentino de 1985 le siguió un año después el Plan Cruzado en Brasil.
Pero sus fracasos llevaron a ambos países a procesos hiperinflacionarios, que finalmente pudieron ser corregidos con programas económicos similares (Plan de Convertibilidad en 1991 y Plan Real brasileño en 1994, que controlaron la inflación atando al principio el tipo de cambio al dólar) y que implicaron profundas reformas estructurales.
Sin embargo, donde la Convertibilidad terminó generando un corset de hierro para la economía argentina que desembocó en la crisis de 2001 (porque pasar del tipo de cambio fijo a uno flotante parecía conllevar un costo altísimo, al estar los argentinos fuertemente endeudados en dólares), en Brasil fue el paso natural que se dio en 1999 y que permitió mantener un programa económico similar en estos últimos 15 años.
Por supuesto, la crisis argentina de 2001 es también una consecuencia natural de un nivel de endeudamiento público cada vez mayor, que al igual que 20 años antes, no podía terminar de otra forma que en un default. Mientras tanto, Brasil se ahorró esa experiencia amarga con un altísimo costo social, al mantener políticas de Estado durante todos esos años sin caer en la trampa de la deuda.
Hoy la deuda pública brasileña posee grado de inversión (retroalimentando el círculo económico virtuoso en el que se encuentra), la inversión extranjera directa (IED) creció un 30% en el último año (fue el segundo mayor destino de IED en emergentes detrás de China), cuando caía un 14% en el resto del mundo a causa de la crisis subprime, la bolsa de futuros y opciones de Sao Paulo es una de las 5 más grandes del mundo por volumen de negocios, y de entre las 100 mayores empresas del mundo, 14 son brasileñas, según datos de The Boston Consulting Group.
Petrobras, Vale do Rio Doce, Embraer, Gerdau, Friboi, Odebrecht y Coteminas, son algunos de los nombres de estas multinacionales que tienen negocios en toda América Latina, incluida la Argentina. Mientras que en nuestro país, muchas de las principales compañías nacionales fueron vendidas a grupos brasileños luego de la crisis de 2001, y el mercado de valores porteño pena por una profundidad que es cada vez menor.
El ex presidente Eduardo Duhalde ha venido insistiendo en los últimos años con la importancia de consensuar políticas de Estado que, al igual que en la experiencia brasileña, permitan dar estabilidad a la IED y un sendero de crecimiento económico sostenible en el tiempo, verdadero círculo virtuoso que permite evitar las crisis económicas recurrentes y mejorar la distribución de la riqueza.
El economista suizo Rüdiger Dornbusch sostenía la teoría de los “buenos y malos vencindarios”, es decir, que cuando uno vive rodeado de vecinos honestos, trabajadores y prósperos, no queda otra opción que adoptar un mismo estilo de vida.
En cambio, si en el vecindario prima la corrupción, la marginalidad y el caos, es difícil mantener los valores anteriores.
Con vecinos como Brasil, Chile y Uruguay, Dornbusch diría que a la Argentina no le queda otra que ordenarse y prosperar. Ojalá que así sea.
- 23 de enero, 2009
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