La vuelta del valijazo
La Prensa, BuenosAires
La reactivación del escándalo de la valija de Guido Antonini Wilson hace imprescindible una explicación oficial. No porque lo pida la oposición, sino porque la necesita el Gobierno.
El "valijazo" significó un duro impacto para la presidenta Cristina Fernández del que nunca se repuso. La sorprendió apenas instalada en la Casa Rosada cuando tenía un 65por ciento de imagen positiva. Hoy es uno de los jefes de Estado con menos apoyo popular de la región, no llega ni a la mitad de esa cifra, y está claro que persistir en la estrategia de que el escándalo se extinga por sí solo no la ayudará a remontar la cuesta. Sigue pesando sobre el oscuro episodio la sospecha de que esos fondos estaban destinados a su campaña presidencial, una campaña, que, dicho sea de paso, quedó también manchada por otra denuncia grave como la del tráfico de medicamentos.
La vuelta del valijazo puso además en evidencia que no se puede acallar un escándalo con insultos como pretende increíblemente Aníbal Fernández. Llamó a Antonini "mequetrefe de alquiler", lo increpó para que volviera a someterse a la justicia argentina que oportunamente lo había dejado escapar y negó que hubiese estado en la Casa Rosada pocas horas después de haber sido descubierto mientras intentaba pasar 800 mil dólares por el Aeroparque tras bajar de un avión contratado por el Estado argentino y en compañía de altos funcionarios del Ministerio de Infraestructura.
Pero, lamentablemente para Fernández (para los dos Fernández), apareció un video que ratifica el hecho y agrega una nueva evidencia de la relación del valijero con los gobiernos argentino y venezolano que hacían por esa época multimillonarios negocios. Esto obligó a Fernández a retractarse. La cosa sin embargo, no termina allí, porque hay indicios graves y concordantes de que Antonini no era un traficante de divisas ni un polizón de un vuelo oficial.
Hay que aclarar quién lo llevó a la Casa de Gobierno y quién le permitió entrar sin registrarse.
Lo que se sabe, en resumen, son dos cosas. Una, que la táctica de negar y dejar que el escándalo desaparezca de los diarios es de patas cortas. No sirve el silencio, ni retirarse a Santa Cruz. Todavía se espera, por ejemplo, la opinión de Néstor Kirchner sobre la derrota de su socio político el ex gobernador misionero Carlos Rovira hace tres años, pero negarse a aceptar ese hecho fue el primer paso hacia la derrota del 28 de junio pasado.
La investigación a esta altura ineludible no puede quedar, sin embargo, en manos del jefe de Gabinete, porque su credibilidad es cero, aunque se haya retractado. Tampoco en las de la justicia local de la que nadie en su sano juicio espera que tome alguna decisión contra el poder de turno.
Menos todavía en las de una comisión parlamentaria, herramienta propicia para que los legisladores obtengan mucha publicidad en beneficio propio y muy pocos resultados en beneficio de la verdad. Tiene, por lo tanto, el propio gobierno que hacer cirugía mayor, si es que puede. Porque cuando la relación de fuerzas cambie en el Congreso, hallar una salida menos costosa le va a resultar difícil.
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