Y Honduras paró los pies a Venezuela

 

Llegó al fin el día de la elección presidencial en Honduras y España sigue fuera de juego. La Administración de Barack Obama apoya una salida de la crisis diferente a la que propugna su amigo Rodríguez Zapatero; nuestro embajador Ignacio Rupérez lleva dos meses perdiendo el tiempo en un hotel de San Salvador; el embajador de Honduras en Madrid fue desacreditado por el Gobierno español para complacer a un Gobierno hondureño inexistente y Moratinos nos ha alineado en este asunto con el sandinista Daniel Ortega y con el inefable Hugo Chávez, que debe ser a lo que se refiere él cuando habla de que «España no ha tenido tanto prestigio en el mundo desde Felipe II». Modestia, se llama la figura.

 

Dos meses después de que Mel Zelaya tomara como propia la embajada del Brasil en Tegucigalpa y de que muchos jalearan con ese motivo la inminente vuelta del golpista al poder, el hombre que intentó violar la constitución para ser candidato hoy a perpetuarse en el poder sigue acantonado en la legación brasileña sin que el presidente Lula -ni nadie- sepa cómo deshacerse de él sin violencia. Lo que no se puede dudar es que de los comicios de hoy va a salir un resultado que se corresponde con la voluntad de los hondureños, que eran los mayores enemigos de Zelaya.

 

El próximo enero, Honduras tendrá un nuevo presidente en el poder que cerrará este paréntesis de Micheletti -el supuesto dictador que quería elecciones limpias, de todo hay en la viña del Señor- y una vez más la utilidad de la OEA y de su gestor, José Miguel Insulza, habrá quedado probada. Pero al menos, por una vez, podremos decir que a Hugo Chávez y su pasión bolivariana se le pararon los pies en Honduras, un lugar inimaginable para dar una gran batalla política que afecta a todos los americanos. Y, por extensión, nos incumbe a todos los occidentales.