Estados Unidos y las libertades esenciales
La política exterior de la administración de Barack Obama condujo a su país de regreso al camino del diálogo como instrumento de la diplomacia. También al multilateralismo como fórmula de progreso conjunto. Por esto el inesperado premio Nobel de la Paz al presidente norteamericano.
Estados Unidos actúa con posiciones propias. Pero sin sugerir (como ocurrió con la administración de George W. Bush) que no hay espacio para otras. Esto es positivo. El país del norte, por su importancia relativa y por su vocación de liderazgo, no puede quedar aislado de la conversación con el resto del mundo.
Cabe celebrar, entonces, que haya retornado la disposición a escuchar, sin la cual no hay diálogo genuino, sin por ello renunciar a los ideales y valores propios, pero sin tratar de imponerlos.
Existen, sin embargo, quienes creen que hay un espacio particularmente sensible en el mapa de la política exterior norteamericana en el que la administración del presidente Obama, con sus referencias sólo indirectas y a veces hasta elípticas, peca de demasiada cautela. Es el de la defensa de la vigencia de las libertades civiles y políticas y el respeto de los derechos humanos.
En esta cuestión, dicen, habría un exceso de prudencia. Lo que, señalan, se evidencia de muchas maneras: al no reunirse con el Dalai Lama, al no asistir a las celebraciones de la caída del Muro de Berlín, al no presionar al presidente Omar Bashir, de Sudán, responsable de las violaciones de los derechos humanos en Darfur; al no condenar con suficiente energía la dura represión iraní que siguió al fraude electoral en las recientes elecciones presidenciales, al estar dispuesto a contemporizar con la junta militar de Myanmar, y, en nuestra región, al no señalar puntualmente la necesidad de respetar la libertad de prensa y de opinión, hoy amenazada en algunos de sus rincones, incluyendo nuestro país.
Es cierto: la política exterior norteamericana parece, en esto también, distinta. Más recatada. Pero recientemente, en Shanghai, en una reunión con la juventud china, Obama reconvino específicamente a las autoridades locales en el plano de los derechos humanos. "No buscamos imponer ninguna forma de gobierno, a ningún país", dijo. Agregó, con la precisión que lo caracteriza: "Pero no creemos que nuestros valores sean sólo de nuestro país. La libertad de expresión, de religión, de acceso a la información y a la participación en política son, creemos, derechos universales, que deberían aplicarse a todos los pueblos".
Lamentablemente el evento, que el gobierno norteamericano había pedido que se transmitiera a todo el país, sólo se emitió por la televisión de la ciudad de Shanghai, lo que es toda una señal. No obstante, el mensaje quedó, claro, sobre la mesa. La secretaria de Estado, Hillary Clinton, había elegido una estrategia similar sobre este mismo tema el 14 de octubre pasado, al hablar ante los jóvenes rusos en la Universidad de Moscú. Se insinúa un cambio, quizás. La oposición hace notar públicamente su disconformidad con la política de la administración de Obama en esta materia. El propio John McCain, en una nota periodística reciente, recordó que los gobiernos que abrazan los derechos humanos deben promoverlos a través de sus políticas exteriores: "En todas partes, para todos los pueblos y en todo momento". Porque se trata, advirtió, de proteger la dignidad de la persona humana. "Esa no sólo es la conducta correcta -dijo el ex candidato presidencial republicano-, sino la expresión más alta de realismo."
Es cierto: ante las violaciones de los derechos humanos o libertades esenciales no hay espacio para silencios. Porque quienes sufren el cercenamiento de sus libertades y derechos individuales en ambientes de intimidación y miedo tienen siempre la esperanza de no ser olvidados por el resto del mundo. Esa ilusión, y la fuerza de las convicciones, obligan a no abandonarlos en sus desdichas.
Los Estados Unidos son una República y funcionan como tal. Los poderes del Estado son allí independientes, celosos de sus respectivas competencias, y se complementan funcionalmente.
Por ello no sorprende que en ambas Cámaras del Congreso esté ya avanzando un proyecto de ley bipartidario: el que promueve la Daniel Pearl Freedom of the Press Act, iniciado por el senador demócrata Chris Dodd y sus colegas republicanos Adam Schiff y Mike Pence, de la Cámara baja. En memoria del periodista norteamericano que fue decapitado en Paquistán, el proyecto reforma la Foreign Assistance Act, de 1961 obligando a incluir en los informes nacionales capítulos específicos sobre la situación de la libertad de prensa en los distintos países e identificando con precisión las hostilidades a los medios o a los periodistas que pudieran haber ocurrido cada año.
Hasta hoy, esos informes solían contener, motu proprio, referencias sobre las libertades de prensa y opinión. En adelante, deberán incluirlas, si el proyecto comentado se transforma rápidamente en ley, como es altamente probable.
La acción en el seno del Poder Legislativo sugiere que, más allá de la prudencia circunstancial de su Poder Ejecutivo, los Estados Unidos mantienen el alerta sobre todo lo que tiene que ver con libertades esenciales, como son, precisamente, las de opinión y de prensa. ©LA NACION
El autor fue embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.
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