Mujica presidente
El País, Montevideo
Antes de jurar en 1830 la Constitución Nacional -Cabildo Abierto del 21 de setiembre de 1808, Oración de Abril de 1813- sabíamos que la soberanía radica esencialmente en la Nación y que la mayoría debe gobernar respetando los derechos de todos.
Por tanto, investido el señor José Mujica, también quienes fustigamos su fusil de antaño y sus palabrotas de estos meses, lo reconocemos como Presidente de la República. En el Uruguay, a diferencia de otros países, la institucionalidad no la cambia lo singular de un minuto histórico: la legalidad es pacto civil incondicionado, exigible a gobernantes y gobernados. Pero sería una irreverencia limitarnos a aceptar al nuevo gobierno como un hecho jurídico-político. Sería una irreverencia con la vida, que nos ha implantado su novela.
Si en 45 años el guerrillero torturado se trasmutó a Presidente, el hecho vale más que un título hollywoodense en la prensa mundial. Nos devuelve a la reflexión que, en lo más amargo de la guerra interna, nos repetía Julio C. Da Rosa: "más allá de las armas, el hombre se salva y hay que salvarlo". Tenía razón. Era escritor: veía más lejos. En el mismo medio siglo vivimos colegiado transparente, unicato vigoroso, dictadura antimarxista, gobiernos colorados y blancos y coalición de socialistas, comunistas y tupamaros. Entretanto, retrocedimos en seguridad, educación y cultura, con crujidos y grietas que desbordan a los partidos y a los profetas politólogos. Golpean a la conciencia personal, puerta irreductible de la nación. Llaman a ejercer "la libertad civil y religiosa" que, antes que hubiera Estado y política, afirmaron las Instrucciones del Año XIII.
Ese menester no hemos de cumplirlo sentándonos a lamentar a dónde fueron a parar las mejores tradiciones batllistas y herreristas. Tampoco importando a lo zonzo doctrinas de moda. Hoy, tras la crisis mundial, ¿sostendría alguien las exageraciones desreguladoras de Friedmann y Von Hayek que 30 años atrás se vendían como panacea desarrollista? ¿Quién proclamaría ahora las ideas de Stalin sobre el arte? ¿Abrazaría un comunista actual la tesis de su correligionario Sartre, según la cual el hombre está destinado a la nada porque todos sus caminos -hacia sí mismo, hacia el otro o hacia los valores- llevan al fracaso? ¡Y toda esa hojarasca supo juntar legiones de estupefactos!
Vivir nuestra novela exige no lamentar ni imitar sino crear, para rectificar los yerros que nos postraron: separar idea y acción, apostar a mitos económicos y no a la exigencia educativa, trucar la historia, instalar el materialismo divisor, vaciar el espíritu unificador, separar al Derecho de su matriz de sentimientos y valores…
Hoy todo vuelve al magma original. Nos llama a ampliar el horizonte cultural, en vez de encorsetarnos en modelos. Venga lo que venga, la novela deberá devolver -¡a todos!- la reflexión íntima donde las alegrías y los dolores regeneran perpetuamente los principios, la grandeza y la trascendencia que nos oscurecen los menudeos. Detrás de la dialéctica imprevisible, en el lenguaje del recién electo Mujica asomó un llamado a esencias y valores comunes. Enhorabuena. Terminar bien nuestra novela será acercar lo que somos a lo que debemos ser.
Eso sí: recordemos -Soiza Reilly- que "escribir una novela la escribe cualquiera; en cambio para vivirla hace falta coraje".
Y sepamos que el coraje que exige la novela nacional es empujar hasta sus últimas consecuencias la libertad creadora del pensamiento.
- 4 de febrero, 2025
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