Guatemala: Dos visiones de país
Sinceramente creo que todos, de izquierda o derecha, queremos que el país cambie y prospere, aunque algunos creen que sólo ellos son personas de buena voluntad. Habrá pícaros en ambos lados, pero son muy pocos. Siempre he creído en “ama a tu prójimo como a ti mismo”, refrán que responsabiliza a uno mismo, sin descuidar a otros: en ese orden. Y está en nuestra común naturaleza la característica de empatía. La discusión debe ser sobre cómo lograr ese anhelo.
Podemos seguir alegando de los tiempos de la Colonia según la óptica que se tenga, cuando vino una pequeña población europea a un país prácticamente inhabitado, donde para cultivar la tierra hasta había que regalarla para aprovecharse, pues los habitantes sólo tenían herramienta rudimentaria, no tenían capital para explotarla, ni mercados para sus productos: privaba la autosuficiencia familiar. Pero, por mala imagen que se tenga de los tiempos de antaño, lamentar ese mundo, en el que se prosperaba a base de condiciones y aun privilegios con ayuda del gobierno (mercantilismo), ya no lo podemos corregir, ni inculpar y menos castigar a quienes vivieron hace siglos. Sólo podemos cambiar el futuro.
Una visión es repartir el producto de la cooperación social en forma más pareja, redistribuyendo los impuestos por acto coercitivo, para que no haya muchos pobres en contraste con pocos ricos. Ello presenta dificultades que nadie ha dicho cómo superar sistemáticamente: sólo supone y se habla de lo justo que resultaría.
El problema es producir lo que se quiera repartir. Sin los mecanismos y los incentivos que causan esa producción, el progreso simplemente no se da. El ser humano no es omnisciente, ni infalible. El proceso de producción es uno de prueba y error, sujeto a competencia de satisfacciones de diversas prioridades, de pérdidas y ganancias (la mayoría de empresas que se establecen desaparecen antes de 10 años). Con poquísimas excepciones la tenencia de riqueza no ha sido conservada entre clases privilegiadas: ha sido creada con sacrificios y riesgos, y cambia de manos constantemente. Surgen nuevos ricos derivados de productos que antes no existían o que supieron conservarlos en buena ley, y otros se empobrecen; la mayoría de riqueza está esparcida entre la mayoría menos afortunada, evidencia que vemos en sus posesiones (refris, TV, autos, celulares, antibióticos, etcétera).
El ritmo de producción para alcanzar el anhelo depende de la mezcla de sistemas sociales y económicos. Lo incontrovertible es que con el sistema de repartición equitativa de la producción (Marx: “De cada uno según su capacidad y a cada quien según su necesidad”) no se logra, mientras el universo y el ser humano sea como es.
Debemos ser realistas: el único sistema que jamás ha fracasado es el basado en la naturaleza del hombre y de su universo, imperfecto como nos parezca. No hay otra opción. Esta otra visión no está basada en redistribución, sino en normas de buena conducta recíprocas para que sean consensuadas: Sed libre de producir lo que quieras, pero “no hagas a otros lo que no quieres te hagan a ti”. Esas prohibiciones delimitan los derechos individuales. Sólo sería permitido lo que es pacífico y voluntario, de manera que progrese más quien más complace al público. Más importante es disminuir la pobreza que las diferencias. Ese régimen de derecho es meta de ProReforma.
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