Paraguay: El desarrollo de la sociedad civil
En las dos últimas décadas del reciente siglo pasado se acumuló mucho pensamiento sobre la necesidad del desarrollo de la “sociedad civil”. En Europa el movimiento a favor de la sociedad civil fue vigoroso sobre todo en sus países orientales, que estuvieron dominados y sometidos por los regímenes totalitarios de la URSS. Caído el muro de Berlín (1989) se abrieron las puertas a los intelectuales para que reivindicaran los derechos ciudadanos y nuevas formas de contrarrestar el poder omnímodo del Estado, introduciendo la participación de la ciudadanía no vinculada al aparato político. Se trataba de devolver a todos los ciudadanos su responsabilidad y su acción en la “polis” como sociedad civil sin ser “sociedad política” en sentido estricto ni parte del aparato del Estado.
En América Latina la sucesiva caída de las dictaduras abrió la oportunidad para un proceso similar a favor de la sociedad civil. El sometimiento de todos los ciudadanos impuesto por los gobiernos dictatoriales mató la libertad de la ciudadanía e incluso la desestructuró, dejándola sin cultura cívica y sin organizaciones y asociaciones intermedias. Destronadas las dictaduras había que repensar el rol de la ciudadanía en las responsabilidades del bien común.
En nuestro caso, ha sido y es muy escasa la reflexión sobre las responsabilidades públicas de la sociedad civil, como contrapuestas o complementarias a las de la sociedad política y al Estado. El Partido Colorado, anclado en el poder durante sesenta y un años, se contaminó de totalitarismo, se identificó con el gobierno (llegó a identificarse con las Fuerzas Armadas) y pretendía hacerlo también con el Estado. El Estado estaba al servicio del partido y de sus dirigentes.
Pensábamos que con la caída de la dictadura la ciudadanía podría recuperar sus derechos, pero no ha sido así, ni siquiera el Estado ha logrado ser verdaderamente Estado de derecho. Ha quedado cautivo de los partidos y gravemente enfermo por la corrupción.
Al acabar la dictadura soñamos con que los partidos políticos, es decir, la sociedad política en democracia nos entregaría a todos, sin discriminación, los derechos ciudadanos, al menos el beneficio irrenunciable de los derechos humanos. Y es verdad que algunos de ellos tienen vigencia (libertad de movimiento, de comunicación y expresión, de opinión, de reunión y asociación, etc.), pero otros muchos también fundamentales aún no se han logrado (vivienda, trabajo, educación, salud, etc…). Hay que reconocer que los gobiernos “democráticos” que han ocupado el poder desde febrero de 1989 y los partidos políticos aún no le han entregado a la sociedad civil su espacio en el escenario de las responsabilidades públicas.
Es verdad que nadie regala poder y que la sociedad civil nada ha hecho para ocupar el espacio y la participación a los que tiene derecho. Y este es quizás el germen del problema: la pasividad de la sociedad civil, que no ha conseguido madurar como tal para poder ejercer sus derechos y contribuir con su rol crítico ante el Estado y la sociedad política. El hecho es que estamos mal, que los gobiernos no están pudiendo resolver los problemas que tiene la ciudadanía, que los partidos políticos tampoco están encontrando las soluciones, más bien están en la permanente lucha por el poder anclados en los puertos de la elecciones.
La sociedad civil no está pudiendo reaccionar ni usar sus herramientas para que los políticos pongan fin a tantos años de desaciertos y a tantos problemas sociales, económicos, políticos, culturales, morales, en que nos tienen sumergidos ciertos grupos de políticos en el poder. Y no está pudiendo porque no sabe qué y cómo hacer. Y no sabe porque los ciudadanos paraguayos no han recibido la formación cívica y política básicas para vivir sus derechos y sus deberes cívicos.
Cuando surgen propuestas de otro modelo de democracia, poniendo el acento en la democracia participativa más que en la representativa, estamos asistiendo a una reacción de la sociedad civil, esté o no liderada por nuevos políticos. Mi temor es que esta legítima reacción no sea planteada cívicamente, democráticamente, pretenda imponerse con distintas formas de violencia, sencillamente porque la mayoría de la ciudadanía sigue indefensa al no haber recibido la educación social, cívica y política necesarias para construir juntos, en justicia y paz la convivencia democrática.
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