Errores de la dirigencia católica

Por Alejandro A. Tagliavini

La Prensa, Panamá

Un principio metafísico básico dice que el mal no existe, sino que es ausencia de bien. Como la oscuridad, que es ausencia de la luz que puede interactuar consigo misma: distintos haces pueden sumarse provocando otro color y mayor luminosidad. Pero la oscuridad no interactúa con la luz, en consecuencia, no puede vencerla, pues no le agrega ni le quita nada. La oscuridad sí es vencida por la luz, con solo encenderse.

Así, el bien puede interactuar consigo mismo. Pero, al no existir nada puede agregar o quitar el mal que, en cambio, es fácilmente vencido por el bien (basta con “encenderlo”).

Esta doctrina ha tenido poco predicamento en las ciencias sociales por ignorancia, porque no habían avanzado lo suficiente, lo que fue aprovechado por el racionalismo cuya “teoría” (maniqueísta) dice que el mal sí existe y, consecuentemente, puede vencer al bien. Falacia irracional pero de fácil aceptación popular.

Si el mal existe, y puede interactuar con el bien, podría utilizarse contra sí mismo, como cuando se provoca una barrera de fuego contra el fuego. Así, la conclusión más destructiva del racionalismo es la justificación de la “violencia justa” que necesitan para imponer un “orden” social, que no se da naturalmente como si se da, valga la redundancia, el orden natural (el “creado por Dios”), según la metafísica tradicional.

En fin, valga esta introducción para remarcar que cuando una sociedad va mal, la responsabilidad no es de los malos, que no pueden vencer al bien, sino del bien que está faltando, es decir, que los que “somos buenos”, en verdad, no lo somos tanto.

Si Latinoamérica tiene un severo problema moral que, mi opinión, es la madre de todos los problemas, habrá que buscar responsabilidades en la dirigencia católica que, en una región cuya gran mayoría pertenece a este credo y su doctrina moral, muy desprestigiada por los errores de una dirigencia a la que no se le puede cuestionar, eso sí, su invalorable ministerio sacerdotal a quienes les corresponde.

Por caso, el matrimonio se da cuando dos personas, potencialmente capaces de fundar naturalmente una familia, se unen. No hay sexismo, ni siquiera aparece la palabra sexo en esta primera definición.

La Iglesia, cuando “casa”, solo es testigo de la intención (de dos personas) de matrimonio, querido y creado por Dios como institución, y no tiene posibilidad ni autoridad para crear matrimonios de manera institucional ni particular.

Pero el racionalismo pretende diseñar a la sociedad y, obviamente, también crear (y deshacer) familias y por eso introdujo el “matrimonio civil”. Para el Estado racionalista no hay matrimonio (no ha sido creado) fuera de la burocracia estatal.

Ahora gran parte de la dirigencia católica insiste en que no quiere el “matrimonio civil gay”, porque significaría degenerar el concepto de familia cuando no hay nada que degenerar, porque el “matrimonio civil” es falso, no existe más allá de las implicancias coactivas, violentas, del Estado. Así le están dando entidad a un “matrimonio civil” que, de suyo, no tiene con todo lo que conlleva: divorcio y ahora, el “gaymonio”, etcétera.

Otro fallo de moda en la dirigencia católica es pedir la “penalización” (generalmente con cárcel) de los abortistas. Es verdad que, por prudencia, no conviene proponer la despenalización solo del aborto, porque se podría estar enviando un mensaje confuso a la sociedad, que podría interpretar que el aborto no es un gravísimo homicidio. Pero más verdad es que, proponer la penalización con cárcel –vía la represión policial– del aborto como “solución” es un contrasentido para la doctrina católica que no admite la posibilidad de que el mal sea combatido con otro mal.

En fin, es impensable la existencia del mal porque, como es destrucción, terminaría por destruirse a sí mismo con lo que dejaría de existir. Dejé esta definición para el final para terminar con un mensaje de esperanza: solo el bien prevalecerá eternamente.