Los ciudadanos y las ciudadanas
SALAMANCA. - En uno de los salones de la Real Academia Española de la Lengua (RAE) se presentó, con toda la importancia que el hecho se merecía, la nueva gramática de la lengua española.
Su director, don Víctor García de la Concha, explicó que esta es la primera gramática que se elaboraba desde 1931 y que aquella no era otra cosa que una actualización de la de 1917.
Vale decir, durante noventa y dos años la segunda lengua global de todo el planeta fue regida por las mismas normas. Era necesario y, sobre todo, urgente redactar una nueva gramática que contemplara las infinitas variaciones que sufrió nuestro idioma en un siglo.
Claro que esa “urgencia” significa once años de trabajo conjunto de la Real Academia Española con las veintidós Academias de la Lengua que existen en Hispanoamérica.
Fue hacia finales de los años noventa cuando entrevisté a García de la Concha en una visita que realizó a Asunción como parte de una agotadora gira por numerosas capitales. Habló de la colaboración que estaba pidiendo la RAE a los periódicos de modo que estos se comprometieran a enviar, diariamente, vía Internet, su edición completa para que fuera analizada por expertos de la Academia. Me pareció uno de esos tantos planes paquidérmicos que terminan muriendo a causa de su gigantismo. Sin embargo, el proyecto prosiguió, y esta semana se vieron los resultados. La nueva gramática contiene 40.000 ejemplos. Se consultaron 3.700 obras y 307 cabeceras de periódicos hispanoamericanos como fuente de las citas.
Los dos primeros volúmenes están dedicados a la morfología, uno, y a la sintaxis, el otro, bajo la coordinación del filólogo Ignacio Bosque. Más adelante, cuestión de meses, aparecerá el tercer volumen, dedicado a fonética y fonología, coordinado por Manuel Blecua.
Desde luego que don Víctor García de la Concha opinó sobre la nueva costumbre de decir “ciudadanos y ciudadanas”, diciendo que es “una fórmula promovida por los grupos feministas, que pretenden hacer, como dicen, visible la figura de la mujer… Se confunde el sexo con el género y se fuerza algo que contradice una ley básica: la economía de la lengua, decir con la menor cantidad de palabras posible la mayor cantidad posible de ideas”. Luego se mencionó la palabra “miembra”, que fue muy utilizada por la ministro de Igualdad, Bibiana Aído, al comienzo de su ministerio, hasta que se vio obligada a dejarlo por las risas que producía. García de la Concha dijo que “en el sujeto y el atributo nominal no hay concordancia. Por eso decimos ‘María es un genio’ y ‘Juan es una víctima’. Falta argumentación. A los que dicen ‘miembra’ yo les diría: arguméntenme gramaticalmente por qué”.
Cuando ingresé a la Academia Paraguaya de la Lengua, mi discurso de aceptación fue justamente sobre la confusión del sexo y el género.
Expuse los mismos argumentos que expuso en esta oportunidad el director de la Real Academia Española (RAE), don Víctor García de la Concha, lo cual quiere decir que no estaba tan lejos de las fuentes. Hubiera sido un tema interesante de discutir, pero, lastimosamente, a la gente que tendría que haberle interesado no le interesó, y otra respondió con opiniones fruto de la irracionalidad.
En cuanto a lo de “ciudadanos y ciudadanas”, en ese momento lo ilustré con un fragmento de “El celoso extremeño”, una de las Novelas Ejemplares de Cervantes observando rigurosamente el masculino y femenino: “Viéndose, pues, tan falto de dineros, y aun no con muchos amigos y amigas, se acogió al remedio a que otros muchos perdidos y otras muchas perdidas en aquella cuidad se acogen que es el pasarse a las Indias, refugio y amparo de los desesperados y de las desesperadas de España, iglesia de los alzados y de las alzadas, salvoconducto de los homicidas y de las homicidas, pala y cubierta de los jugadores y de las jugadoras (a quienes llaman “ciertos” y “ciertas” los peritos y las peritas en el arte), añagaza general de mujeres libres y hombres libres, engaño común de muchos y de muchas y remedio particular de pocos y de pocas.” (Miguel de Cervantes, “Novelas ejemplares”, Editorial Edaf, Madrid, 1986, p. 301). Lo grotesco que resulta es más que obvio.
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