Ecuador: A palazos
La única razón que se va imponiendo en esta hora de desconcierto es la de la fuerza.
Nadie escucha al otro: al que piensa distinto se lo estigmatiza. Se lo lapida a insultos. Se lo escarnece.
Desde el poder se proyecta una voz admonitoria, que atemoriza.
Una voz que amenaza.
Una voz que incita a la venganza.
Una voz ronca de rencores, de añejos resentimientos, de odios viejamente represados.
Una voz sabatina que zahiere a aquellos que no están dispuestos a bajar la cabeza para acatar ciegamente sus designios.
Una voz que divide: a los buenos, que son aquellos que no se preguntan ni preguntan, se les concede todo.
En cambio a los malos, aquellos que se oponen a aceptar el plan trazado según los lineamientos de una revolución que nadie entiende, hay que recluirlos en el territorio del silencio, allí donde nadie los escuche, allí donde nadie oiga sus protestas, allí donde no retumbe el eco de sus ideas.
A los malos hay que perseguirlos, arrinconarlos en la esquina y doblegarlos.
A los malos, domeñarlos con un verbo feroz, como un palazo.
Entonces, si esa es la escuela que desde el poder irradia la pedagogía de la prepotencia, ¿de qué nos sorprendemos cuando vemos que en la universidad se ponen en práctica esas mismas lecciones?
Ya nadie escucha al otro: las diferencias se dirimen a palazos.
Por eso vemos a un hombre respetable, revestido de autoridad por sus años de práctica académica y por sus conocimientos, tratando de escapar de unos mozalbetes que tienen en sus manos el garrote con el que se expresan para imponer sus ideas.
Y entonces vemos a unos vándalos con pañuelos en el rostro y piedras en sus mochilas vociferar a nombre de la verdad, patear las puertas hasta destrozarlas e ingresar a los cenáculos universitarios para decir su discurso con los pies, hasta hacer que sus oponentes caigan.
Y sangren.
Y, si es posible, mueran.
Es la victoria: la victoria de la fuerza.
La victoria de los palos.
De las piedras.
De las bombas molotov y de los carajazos.
Esos mismos vándalos que ahora se expresan así en la universidad, hace poco tiempo cumplieron para el gobierno de la revolución ciudadana otras tareas y, con los mismos palos con que hoy esgrimen su tanta sapiencia de alumnos bien formados, invadieron tribunales, oficinas públicas y acallaron las voces de los diputados de oposición. Y luego, de dos periodistas.
Porque sí: porque ante la fuerza no hay razones.
Y porque a los que se oponen, a todos los que se oponen, hay que silenciarlos.
Hay que escarnecerlos.
Hay que desacreditarlos.
Hay que acabarlos a como dé lugar.
Esa es, esa va siendo, la mayor lección que desde el poder irradian sus detentadores: una lección de prepotencia y odio.
- 23 de julio, 2015
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