Cataluña y los talibanes
"Cataluña se está muriendo. La están matando", en labios del presidente de un club que lo gana todo. Más que el eslogan electoral de alguien que intenta hacer carrera política, es la muestra del delirio a que puede llevar el nacionalismo. Un sentimiento honorable, positivo, cuando se queda en amor a nuestra tierra, a sus gentes y costumbres, pero que, convertido en fiebre apasionada, nubla la visión, trastorna la mente y lleva a la catástrofe.
No hace falta recordar la Alemania borracha de nacionalismo bajo Hitler. Acabamos de tener un ejemplo de sus excesos en los Balcanes. El nacionalismo no es sólo «el refugio de la canalla», según Samuel Jonson. Es también el causante de la mayoría de las guerras de los siglos XIX y XX. Laporta exagera -el principal rasgo nacionalista-, pero con un fondo de razón, como los niños -curiosamente, «niños», en catalán, se dice «canalla»- y los locos: a Cataluña, en efecto, la están matando. Pero no España, como él implica. La está matando el nacionalismo rabioso, que le impide avanzar como el resto de las comunidades españolas, entre las que pierde posiciones, al dedicar sus esfuerzos a una causa tan anacrónica en nuestro mundo globalizado.
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