La Europa hipócrita
“Las mezquitas serán nuestras bases, los minaretes nuestras bayonetas y los creyentes nuestros soldados…” ¿Quien dijo esta frase? y ¿cuando fue dicha? Usted puede pensar que la dijo algún fanático en el Siglo VII. Pues “no”, esta frase la dijo un hombre al que se condenó en un juicio en Turquía a finales del Siglo XX casi ingresando al XXI. ¿Qué costo debió pagar por decir esto? Nada; ninguna pena de cumplimiento efectivo y hasta logro ser elegido Diputado con un cambio constitucional adecuado a sus antecedentes penales. Estoy hablando del actual primer ministro Turco, el Señor Recep Tayyip Erdogan, quien desconoce el significado de la palabra vergüenza, pues de tenerla, no criticaría a los ciudadanos suizos por sus preocupaciones de que los minaretes se hayan convertido en los símbolos del Islam radical.
Y hablo también de la hipocresía turca claro está, pues ellos no permiten por medio de su constitución la construcción de templos de ninguna religión que no sea el Islam, lo mismo que la mayoría de los países árabes islámicos. Vaya usted a construir una Iglesia, con o sin campanario, o una Sinagoga con o sin el Maguen David a Saudi Arabia, Yemen, Afganistán o Irán, gestione un permiso para tal empresa ante esos gobiernos y tal vez en unos cuantos años de espera reciba una respuesta de que “Los Reyes Magos son los padres”.
El caso es que los musulmanes se han dado a la exigencia para si de los mismos derechos que niegan al resto de las creencias religiosas en sus propios países. Pero lo realmente desvergonzado es que un ministro turco se rasgue las vestiduras porque un país democrático pretenda poner unos límites, que son mucho más moderados que los que se observan en el país de Erdogan. Los suizos podrían prohibir el Islam, como tantos países musulmanes prohíben el cristianismo y el judaísmo, pero no se trato de eso. Tan sólo se ha tratado de prohibir algo totalmente accesorio como lo son los minaretes. Nadie hubiera hecho comentario si un país musulmán permitiera la edificación de templos cristianos a condición de que no pongan campanario. Y de esto se trata. Son, lamentablemente, numerosos los musulmanes que requieren todos los derechos para sí, pero niegan esos mismos derechos a los otros. Así las cosas, el haber publicado los versos satánicos le valió a Salman Rushdie su condena a muerte. ¿Qué sería si lo mismo sucediera con quienes hablan mal del cristianismo o el judaísmo?
Europa ha cometido un error al no expresar que la cultura cristiana es base de su civilización. No se trata ya de creencias religiosas sino de desarrollo histórico. El arte, la filosofía, el derecho europeo, tienen su base en el cristianismo, incluso para los no creyentes. Suiza es un país prospero que ha sabido conjugar la tradición y el desarrollo. Pero Suiza no va a remolque de la tontera del resto de Europa, la realidad demuestra que es un país pionero en muchos aspectos, y más dinámico de lo que podría suponerse si únicamente hacemos caso a los estereotipos que se asocian hoy en día con la modernidad. Suiza es una potencia no sólo en la banca o en joyería; también en los campos más avanzados de la ciencia. En Suiza, cerca de Ginebra, está situado el acelerador de partículas más grande del mundo, popularmente conocido como “la máquina del Big Bang” que ayudará a la ciencia a lograr descubrimientos fundamentales sobre el origen del Universo. Empresas suizas son punteras en el campo biotecnológico. Suiza es un país moderno, pero además es un país que ha sabido acoger e integrar. En Suiza hay 4 idiomas oficiales y 26 cantones regionales con su propia representación en la confederación. Además, Suiza es el país que más lejos ha llegado en la representación popular mediante la democracia directa o semi-representativa directa.
Precisamente días pasados se ha celebrado en Suiza el referéndum para aceptar o descartar la construcción de nuevos minaretes en las mezquitas suizas. El referéndum no proponía “ni limitar la construcción de nuevas mezquitas, ni derribar minaretes que pueda haber hoy en día”. El referéndum finalmente fue aprobado por el 57,7 de los votantes y por 23 de los 26 cantones. Las motivaciones de cada uno de los suizos para inclinar su voto, desde luego es muy suya, y por supuesto, muy legítima, tanto si están a favor como si no. Seguramente, en la balanza del sí pesó el miedo a que por la fuerza de los hechos consumados, se impongan los símbolos de otras culturas sobre los símbolos de identidad propios de aquel país. Un minarete en cualquier pueblo, igual que un campanario, es un símbolo de la fe religiosa que define a esa comunidad. Un minarete, como un campanario, puede verse desde kilómetros de distancia y formará ya parte de la imagen de ese pueblo en adelante. Lo que quieren los suizos que han votado mayoritariamente sí a la prohibición, es que no se confundan las postales de Suiza con las de Bosnia. Lo que quieren los suizos que han votado sí a la prohibición, es que no se engañe al mundo sobre la naturaleza de la tradicional fe cristiana del país. Lo que no quieren los suizos, es que el 4% de la población inmigrante, que apenas lleva menos de una generación allí, imponga artificiosamente su marca indeleble sobre los más de mil años de tradición cristiana del 90% de la población. Seguramente, lo que no quieren los suizos, es que gentes carentes de toda relevancia pública por su poca preparación, su bajo estatus social y su escasísima aportación al desarrollo y a la cultura de Suiza, destaquen en las calles y los pueblos suizos mucho más de lo que le corresponde socialmente. Al final, de lo que se trata, es de que una comunidad que no ha llegado con voluntad de integrarse, imponga por dejación del resto, sus costumbres y sus símbolos a otra comunidad de la que se pueden decir muchas cosas, pero no que no sea integradora de diferentes culturas y religiones.
La imagen de Europa va a sufrir cambios trascendentales en los próximos años y sus ciudadanos deben hacerse a esa idea, ello debido a la permisividad migratoria de los gobiernos, que han mal interpretado la necesidad de un reemplazo generacional y escogieron el camino fácil, que es el de aceptar la entrada de trabajadores extranjeros cuya mano de obra es barata en relación a la local. También es cierto que Europa ha sido muy condescendiente con el derecho de asilo; pero no podemos obviar que los principales culpables de una inmigración descontrolada y perniciosa han sido los funcionarios implicados en diferentes trámites de extranjería, muchos de los cuales han convertido una cuestión administrativa, en un supuesto problema de conciencia personal que han decidido resolver por ellos mismos; casi siempre contra la legalidad y en contra de los intereses de sus propios países.
Lamentablemente, una vez limpia de polvo y paja la conciencia personal de políticos y funcionarios, es la sociedad quien tiene que apechugar con los estragos sociales que produce la inmigración descontrolada que ellos mismos han promovido. Entre los principales problemas está el de aceptar o no los continuos chantajes de quienes son refractarios a las costumbres del país de acogida. Cuando una comunidad muy minoritaria puede permitirse imponer sus costumbres a una muy mayoritaria, está ejerciendo una tiranía. Los suizos han decidido plantar cara a esta tiranía y autodeterminarse como comunidad cristiana y tradicional, con sus propios derechos y con la plena voluntad de decidir su futuro democráticamente. Por desgracia, los suizos son los únicos en Europa que al parecer pueden decidir su propio destino, porque en Europa la tiranía es muy otra y se disfraza de corrección política, lo que no es más que una forma de evitar el debate de ideas.
Solo en el contexto mencionado puede entenderse que legítimas decisiones democráticas tengan críticas tan agrias como las que se han dado en este caso. En general, todos los artículos de la prensa escrita han tratado a los convocantes de ultraderechistas, islamofóbicos, bárbaros y retrógrados. ¿Pero de quienes están hablando realmente? ¿Acaso son bárbaros los suizos, que han llevado la democracia más lejos que ningún otro país en el mundo; no digamos ya que los países musulmanes?
Hablando seriamente: ¿puede alguien atreverse a llamar bárbaro a un país que registra más patentes médicas al año, que todos los países árabes juntos? ¿Se puede llamar retrogrado a uno de los países más prósperos del mundo, dos de cuyas ciudades están entre las diez de mayor calidad de vida a nivel mundial? ¿Entonces cómo deberíamos llamar a esos países de donde provienen amenazas de destrucción de otros países democráticos por sus diferencias religiosas? ¿Avanzados? ¿Democráticos? Desde luego, es una absoluta desvergüenza la forma en que la prensa europea enfoco las noticias que tengan que ver con otra cosa que aceptar la sumisión al proceso de islamización de Europa. En la misma línea que la prensa, los políticos europeos, han lanzado airadas opiniones que van desde de la agresividad verbal y las injurias nada disimuladas a los suizos por parte de la izquierda bienpensante, a la ya habitual tibieza acomplejada de la derecha. Un ejemplo de esto último son las palabras del vocero del gobierno alemán Wolfgang Bosbach, a quien, más que la gozosa posibilidad de ver muchos minaretes en Suiza en un futuro próximo, le preocupa la mala imagen de los suizos: “Suiza que será vista como represora de una religión” sostuvo el verborrágico y genuflexo vocero alemán. Obviamente Suiza, que no reprime en absoluto a ninguna religión, sólo puede ser vista como un represor si unos mienten y otros se callan antes esas mentiras.
Lo cierto es, que si en el futuro los europeos dispusieran el derecho efectivo de decidir libremente sobre cuestiones tan importantes como estas, nadie debería extrañarse que el resultado fuera el mismo que el de Suiza o incluso mayor en sus márgenes. Por qué al fin y al cabo; y le pese a quien le pese: los suizos no quieren ser Bosnia ni Kosovo.
George Chaya es escritor, docente y analista político internacional experto en asuntos de Oriente Medio e Iberoamérica. Escribe regularmente para periódicos de España y los Estados Unidos y en su propio Site
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