Venezuela: Estado comunal…
Durante la celebración del décimo aniversario de la Constitución Nacional, ante un auditorio paradójicamente no representativo de los ciudadanos de este país, en ausencia del caudillo, un orador afecto a éste expuso la intención oficial de instaurar un modelo político encuadrado en el concepto, aún no claramente definido, del “Estado comunal”. Dijo el orador, cosas como éstas: “Los mejores gobernadores serán aquellos que primero desbaraten las gobernaciones; los mejores alcaldes serán aquellos que desbaraten las alcaldías y les transfieran competencias y poderes a los consejos comunales”.
Ante la oferta de imponer un “Estado comunal” no hay que llamarse a engaños. Todo está muy claro, al menos para el ciudadano que ve con preocupación el avance del autoritarismo y la consiguiente conculcación de las libertades. Ese “Estado comunal” es simplemente el disfraz y la máscara de un modelo político llamado Estado totalitario. “Estado comunal” equivale a jugar semánticamente con las palabras y el discurso con el fin de persuadir y convencer de la “bondad” de un sistema históricamente represor. Por esa razón, nada debe asombrar que otras figuras que conforman la burocracia oficial hayan salido en defensa de tal modelo al confesar que el cambio del “Estado burgués” al “Estado comunal” implica “hacer su estructura más igualitaria” o que “nos dimos cuenta que el camino es el socialismo”. ¿Igualdad o igualitarismo? Un camino oscuro a todas vistas.
Un Estado totalitario de cualquier signo, de acuerdo al escritor y periodista Jean François Revel “es por excelencia aquel en el que el Estado aniquila completamente las libertades individuales y la autonomía de la sociedad civil, ejerciendo sus funciones todo lo mal que puede”. En otras palabras, el totalitarismo representa “el grado último y consumado del gigantismo estatal. Empezamos por conocer esta ley: en la medida en que un Estado se ocupa más de las cosas de las que no debería ocuparse, peor hace lo que debería corresponder a su verdadera responsabilidad. Con el Estado totalitario el proceso alcanza su término absoluto: el Estado hace todo y, en consecuencia, no hace nada. Quiero decir que es dueño de todo, pero no es eficaz en nada. Excepto dos cosas: la policía política y la máquina de la guerra”.
Al “Estado comunal” en oferta, se agrega el discurso de quienes desde la magistratura judicial y la Asamblea Nacional también reinterpretan ahora al antojo del caudillo el texto constitucional. De allí la vehemente defensa de tesis en las que llegan a sostener que la Carta Magna nunca habla de la división y la independencia de los poderes públicos… A los efectos caben unas observaciones muy puntuales de Revel: “En una democracia los gobernantes se distinguen de los jefes totalitarios por la obligación de rendir cuentas, de obtener buenos resultados o de ceder su lugar a otros”. Por otra parte, el autor consultado advierte que tal cosa no ocurre en un Estado totalitario porque “el poder puede permanecer durante mucho tiempo indiferente a la crítica y sin que haga mella en él los malos resultados”. El Estado totalitario no acepta controles constitucionales, noble postulado de la filosofía democrática. Un Estado de tal tipo genera una verdadera náusea, un rechazo profundo, por parte del ciudadano, dada su incompetencia y su hipertrofia. Por tal razón, Revel no vacila en afirmar que “un Estado que se empeña en hacerlo todo sólo puede elegir entre el autoritarismo y la anarquía. Y hay que aclarar que una cosa no excluye la otra”. Ante un Estado que se perfila totalitario, el ciudadano reclama el poder para construir una sociedad de ciudadanos, libre, plural y democrática.
Recordemos: sin poderes públicos independientes no hay democracia…
Para todos una muy feliz Navidad. Volveremos en enero de 2010.
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