Viejos, pero asaltando bancos
El Colombiano, Medellín |
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Y en China, en donde también imperó la gerontocracia hasta ayer mismo, el líder es Hu Jintao, que no es que sea un niño, porque nació en 1942, pero que desde luego es más joven que sus antecesores. Por añadidura, y esto es interesante, se diría que Jintao quiere parecer joven, porque sospecho que se tiñe la melena de un negro antracita. O sea que la hipervaloración del aspecto juvenil ha llegado también a la venerable e impenetrable China.
Cuento todo esto a raíz del remolino de comentarios que ha suscitado el nombramiento del octogenario Alberto Oliart para la presidencia de RTVE. Siendo mortales como somos, no me extraña que el tema de la edad sea una obsesión para nosotros: cuesta olvidar que el tiempo nos va rumiando de manera incesante y que cada día vivido es un día menos. Por eso la gente suele inventar rituales para los aniversarios, como las enormes fiestas que se hacen en algunos países para celebrar los 15, o como las bodas de plata o de oro.
El caso es que la edad de Oliart parece haber sorprendido, aunque hasta hace muy poco fuera muy común que poderosos dirigentes del planeta fueran respetables abuelitos. No sé, tengo la sensación de que el mundo está atravesando un momento de agudo desconcierto con respecto a lo que es madurar y envejecer, con respecto al paso del tiempo, al lugar social de las diferentes edades, a la manera en que nos miramos a nosotros mismos a medida que crecemos. Tampoco me sorprende esa confusión, teniendo en cuenta que, biológicamente, estamos atravesando por primera vez en la historia de la Humanidad una frontera espectacular. Parece ser que, desde el principio de los tiempos, desde los cavernícolas hasta nuestros días, el ser humano ha vivido siempre en torno a los 45 años. Eso es lo que marca nuestro reloj biológico, de la misma manera que los perros viven una docena de años o los caballos unos veinticinco. Y por eso la vista cansada o la menopausia aparecen en torno a esa edad: porque no estamos hechos para durar más.
Pero ahora duramos. Por vez primera, los humanos estamos alcanzando unas expectativas de vida exorbitantes. Antes siempre hubo excepciones longevas, claro está, pero ahora ya no estamos hablando de excepciones, sino de la edad que va a alcanzar la inmensa mayoría. Nuestra sociedad se ha convertido, de repente, en un criadero de viejos. Si antaño los ancianos tenían tanto prestigio era, entre otras cosas, porque había muy pocos, porque llegar a esas edades era un lujo y un logro. Pero ahora somos y seremos multitudes. Esa súbita explosión de gente mayor, unida a la mitificación del aspecto juvenil, nos está volviendo a todos un poco locos.
Sin duda se está produciendo un extraño corrimiento de la edad, un deslizamiento generalizado, un alud temporal que lo ha arrasado todo. Y así, solemos lamentarnos de que los adolescentes son como niños pequeños, o de que los jóvenes son como adolescentes y no se van de la casa familiar ni a los treinta años. Pero es que esos padres que tanto se quejan, y que tienen cincuenta, se visten y comportan como si tuvieran treinta; en cuanto a los abuelos de setenta, hacen pilates, toman clases de tango e intentan parecer como de cincuenta.
En fin, hace unos días salió en los periódicos que un delincuente apodado el vejete ladrón estaba trayendo de cabeza a la policía de San Diego, en Estados Unidos. Ya ha atracado cinco bancos, y según las imágenes de las cámaras de seguridad parece tener unos ochenta años. Uno de los asaltos lo hizo llevando un maletín de oxígeno enchufado a la nariz.
La férrea gerontocracia de la URSS se va a quedar chiquita frente a lo que viene.
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