Islamofobia progre
La Vanguardia, Barcelona
Hay dos tipos de progres. Aquellos que luchan por la justicia social, y aquellos que, parapetados en retóricas vacuas, defienden a populistas demagogos. Los hay que dignifican la memoria de las víctimas, y los hay que mitifican a pistoleros revolucionarios, cuyo gusto por la muerte fue parejo a sus delirios mesiánicos. Los hay que aborrecen a los dictadores, y los hay que sólo aborrecen a los dictadores de derechas. Los hay que critican el terrorismo, y los hay que se enamoran de Hamas. Los hay que luchan contra el impuesto de sucesiones, y los hay culpables de que este robo legal se imponga, para desgracia de la gente. Es decir, los hay como el conseller Antoni Castells, y los hay como Joan Herrera. Los hay, pues, que se mantienen coherentes en la defensa de las libertades y de la justicia, y los hay que usan esas banderas para esconder dogmatismos recalcitrantes, empanadas mentales y hasta ideologías bien poco libertarias.
La frontera, que es nítida, resulta clamorosa cuando hablamos de cuestiones que afectan, en la propia médula, al cuerpo doctrinal de lo políticamente correcto. Y si el tema es el islam, entonces la frontera se convierte en un despeñadero que hunde, en sus profundidades, desde el sentido común hasta el sentido del ridículo. En este caso, los progres se dividen entre aquellos que luchan por los derechos de la mujer, de los opositores a las dictaduras teocráticas, de los homosexuales y, en definitiva, de todos los musulmanes que quieren vivir en sociedades libres y tolerantes, y aquellos que callan, otorgan, duermen la siesta o hasta justifican a las peores dictaduras del planeta.
Los hay que tienen –tenemos– en nuestras webs las referencias a las mujeres islámicas amenazadas como Ayan Hirsi Ali o Talisma Nazrim, y los hay que tienen los discursos de Ahmadineyad. Generalmente, en este caso, los primeros abren debates complejos, intentan diferenciar el islam de las ideologías fundamentalistas y avisan de los riesgos del totalitarismo en nuestras propias sociedades. Y los segundos, niegan el debate y criminalizan a quienes intentamos no callar ante los atropellos brutales que, en nombre del islam, se producen. Por supuesto, nos acusan de islamofobia, no en vano la calumnia forma parte de la destrucción del contrario. Joan Ferran, por ejemplo, me acaba de calumniar en este sentido en e-Noticies. Lástima. Creía que era un heterodoxo que pensaba libremente, pero errare humanum est. Le devuelvo el cariño.
Existe la islamofobia progre, ciertamente. Habita en los que callan ante las mujeres esclavas del islam, ante las teocracias feroces, ante las lapidaciones, ante la condena a muerte de homosexuales, ante el terrorismo yihadista y, en definitiva, ante las víctimas musulmanas del fundamentalismo islámico. Esa islamofobia progre no sólo es una maldad del pensamiento. Es una derrota de la libertad.
- 23 de enero, 2009
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