Solidaridad
Da tristeza que en Guatemala muchos no puedan discutir con educación. Es difícil encontrar consensos si las propuestas no se pueden analizar objetivamente, sin citas falsas, como si fuera pleito, con insultos, epítetos, deliberadas distorsiones, sin dar el beneficio de la duda de las buenas intenciones al opositor, y cargados de odio ideológico.
Además, se dificulta el análisis porque los sistemas políticos que se pretende desacreditar, con todos sus defectos o imperfecciones, se comparan con sistemas ideales sin tomar en cuenta sus defectos, que en el mundo real tienen.
La comparación de un sistema político real “capitalista” o “socialista” con su respectivo ideal “perfecto” no nos ilustra. Está bien tener sistemas ideales para encaminarnos siempre a la perfección, a sabiendas de que, tratándose de humanos falibles, son inalcanzables. Pero si queremos comparar debemos comparar cómo los experimentos sociales han sido en la realidad y no cómo serían idealmente, pues no hay nada puro y en la práctica siempre han sido mezcla de unos y otros. También se necesita no equivocar términos, como sucede con el mercantilismo que se confunde con economía de mercado o capitalismo, cuando son todo lo contrario.
Si queremos ser prudentes debemos basar cualquier sistema de gobierno en la premisa de que los hombres no son ángeles, y donde el poder tiende a corromper. Si por milagro el ser humano se volviera ángel, los “candados” resultarían superfluos, de manera que nada se pierde con tenerlos.
Realísticamente, sólo en pocas cosas podemos lograr acuerdo casi unánime, y es en que podemos legítimamente exigir que se nos respete la vida; en que tenemos derecho a ser libres dentro de los límites del respeto a los iguales derechos de los demás (y enfatizo iguales, porque nadie aceptaría tener inferiores derechos que otros); en que tenemos el derecho a disponer de las posesiones legítimamente adquiridas; a que se respete el derecho a exigir el cumplimiento de obligaciones; a que se respete el derecho a nuestra privacidad; a nuestra libertad de trabajar donde escojamos dentro de las opciones que otros ofrecen; a practicar la religión que escojamos; a nuestra libre expresión y demás derechos que están incluidos en el Capítulo I del Título II, Derechos Individuales, de nuestra Constitución, y que es el único artículo que no se puede reformar sin convocar a una Asamblea Constituyente.
En los derechos sociales no creo factible un consenso unánime, pues no se trata propiamente de iguales derechos exigibles, sino de aspiraciones, intereses, o desiderata, no exigibles a alguno. Como ejemplo, con los llamados “Derechos Sociales” expresados en el Capítulo II del Título II de la Constitución, ¿estarán de acuerdo quienes estén obligados a sufragarlos por la fuerza sin recibir beneficio a cambio?
Aunque se recurra al expediente de antropomorficación de “el gobierno” (atribuirle atributos humanos, como virtudes y capacidad de pensar) y se disfrace el despojo con demagogia “social”, en el mundo real “el gobierno” no tiene nada que no lo haya quitado por la fuerza a alguien, resultando que unos ciudadanos tienen “derecho” a exigir que otros sufraguen sus particulares problemas de los cuales no son causantes. ProReforma sostiene que sólo es posible lograr consenso unánime si se trata de iguales y recíprocos derechos individuales, porque a nadie le gusta ser despojado de lo legítimamente adquirido para beneficio de otros, ni que la ley lo discrimine.
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