Las dos muertes de Fidel Castro
Fidel Castro cierra el año con dos noticias: una predicción acerca de que en el 2010 ocurrirá finalmente su muerte física, vaticinio de Newsweek, y un reconocimiento implícito en la revista Foreign Policy de su defunción intelectual; esto es, al hecho obvio de que nunca tuvo una idea propia en el campo del pensamiento renovador acerca de la sociedad de nuestra época.
El ya doblemente difunto Castro pasó de ser un admirador de Hitler y Mussolini, cuyas obras leía y difundía con entusiasmo en sus tiempos de estudiante con los jesuitas, a un rebelde que pretendió definirse como guerrillero humanista, una especie de Robin Hood de melcocha insustancial. Acabó finalmente presentándose como un espurio marxista con galones de dictador. Por eso ha muerto dos veces.
Resulta anacrónico, en consecuencia, ver a sus corifeos desatando una absurda campaña contrarreloj para promoverlo al Premio Nobel de la Paz, que sería como otorgárselo post mortem a Stalin, Pol Pot, Milosevic y otros pájaros de la misma pluma.
Pero en algo no se deberían equivocar las predicciones, vengan de Newsweek o de los babalaos. Mientras existan políticos como Fidel Castro y su hermano Raúl, heredero formal del trono, será boicoteada cualquier reunión internacional que haya sobre el cambio climático u otro tema crucial para la sociedad mundial, sea en Copenhague, Bonn o México. No van a fallar los adivinadores y los expertos en predecir las críticas radicales de Castro contra Obama, Estados Unidos y lo que llama las grandes potencias, menos China, que va por ese camino. No fallarán prediciendo más hambre y crisis en Cuba, más violaciones de los derechos humanos y mayor represión.
En una edición especial, la revista Foreign Policy acaba de publicar, por primera vez en su historia, una lista de quienes considera los cien grandes pensadores del año (100 Top Global Thinkers of 2009).
Uno puede encontrar allí a personajes archiconocidos: Ben Bernanke, jefe de la Reserva Federal, por «evitar una nueva Gran Depresión'' (Time lo catalogó también como la figura más prominente del año); el presidente Barack Obama, por volver a «imaginar el papel de Estados Unidos en el mundo''; y a otros, como los esposos Clinton, Benedicto XVI, Bill Gates, Vaclav Havel y Mario Vargas Llosa. Y hallar también nombres prácticamente desconocidos como el de Zahra Rahnavard, verdadero cerebro detrás de la Revolución Verde en Irán y esposa del ex candidato presidencial opositor Mir Hossein Musavi.
Se puede estar o no de acuerdo con la lista de los pensadores postmodernos de Foreign Policy, porque toda selección es necesariamente arbitraria. Pero lo significativo es que ésta no incluye a Fidel Castro, por una razón obvia: si es que tiene uno, su pensamiento es y fue siempre retrógrado.
Si uno lee un discurso suyo no encontrará una sola idea producto de una rigurosa elaboración teórica. Ni siquiera un concepto nuevo dentro del marxismo, que dice predicar. Todas sus ideas son apocalípticas, surgidas del odio visceral a todo aquello que se le oponga.
Castro no quiere aceptar que ya murió, que la historia, su historia, se acabó, como diría el polémico Francis Fukuyama (también en la lista de Foreign Policy), mucho antes de la caída del muro de Berlín, cuando la humanidad se dio cuenta que el futuro no dependía de los buenos deseos de justicia social, sino de la aplicación práctica de la tecnología, el saber y la buena voluntad en una difícil, pero posible conjunción.
Son las dos muertes de Castro. Y la que más debe dolerle, por su egocentrismo, es que no lo tomen en cuenta. Su pensamiento ni siquiera alcanza el último lugar de los elegidos por la revista. Está fuera, muerto y enterrado en su propia falsedad. Condenado a la trágica ignorancia de la historia: existió, acaso como el romano que incendió la ciudad, pero nadie le concederá el menor espacio en la sociedad posmoderna del siglo XXI. Ha muerto dos veces y haríamos bien en enterrarlo bocabajo, para que nunca más trate de levantar su orgullosa cabeza.
- 23 de enero, 2009
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