Chávez vs. Lula: duelo de paradigmas
Si la imagen de Lula tras las elecciones de 2010 sigue siendo la de hoy, no habrá espacio para una izquierda radical numerosa en Brasil. Y mientras más poderoso sea el ejemplo de Lula, mayor dificultad tendrá Chávez para sostener su legitimidad ante venezolanos que reclaman la modernización de su propia izquierda.
El fenómeno político más importante de la década del 2000 en América Latina fue la división del socialismo entre una corriente populista heredera de la izquierda revolucionaria y una versión afín a la socialdemocracia europea, amistada con la democracia liberal y la globalización económica. El primer paradigma tiene en el venezolano Hugo Chávez su figura central. El segundo, lleva el nombre de Luiz Inácio "Lula" da Silva. En la órbita del primero están mandatarios como Rafael Correa, Evo Morales, Daniel Ortega. En la del segundo, gobiernos como el chileno, el peruano o el uruguayo.
A simple vista, las cosas salieron al revés de lo que dictaba la lógica. Era Lula, fundador de un partido de raíces marxistas, antiguo resistente contra la dictadura y sindicalista, el que debía personificar a la izquierda neopopulista. Y era Chávez, de formación militar, pero con estudios académicos y sin antecedentes doctrinarios sólidos, criado en la democracia venezolana, el que debía gobernar con el pragmatismo de los socialdemócratas europeizantes de la izquierda moderna.
Sin embargo, en el caso de Chávez, la ambición de poder, la vocación autoritaria y la inteligente manipulación de Fidel Castro crearon las condiciones para que el venezolano se disfrazara de revolucionario y proclamara un liderazgo mundial. En Lula, actuaron como fuerzas moderadoras tanto el entorno como un temperamento negociador que el ex sindicalista probablemente refinó en sus muchos forcejeos personales con el mundo del capital, con el que tuvo años de encuentros y desencuentros.
En Brasil, el efecto del cambio ideológico de Lula fue el mismo que el que se dio en Chile con la evolución de los socialistas en la transición a la democracia: el surgimiento de un vasto consenso nacional que permitió impulsar la economía. Pero, presionado por su base y delatando una nostalgia por el populista que fue, Lula se permitió en ciertas áreas, en especial política exterior, mantener la ilusión de la vieja izquierda. Con ello, en lugar de frenar o moderar la cruzada revolucionaria de Chávez, en cierta forma la protegió, dándole cobertura ante eventuales reacciones de otros gobiernos y margen de acción en escenarios como la OEA. Así, no hubo en la izquierda moderada un contrapeso regional a iniciativas como Petrocaribe y Alba.
En episodios específicos, como la nacionalización del gas boliviano por parte de Evo Morales, quedó de manifiesto la tolerancia de Lula hacia Chávez, que había jugado un rol secreto en la preparación del zarpazo. Petrobras, principal interés extranjero en el gas boliviano cuando se tomó la medida, había sido directamente afectada.
En esta década, Chávez movió sus fichas internas y externas con una habilidad que su retórica a menudo hace perder de vista. Alguna vez comentó José María Aznar que "Chávez es mucho más listo de lo que se piensa, sabe exactamente a lo que va y cómo llegar". Con pequeñas contramarchas tácticas y grandes avances repentinos, el venezolano fue desmontando las instituciones republicanas de su país hasta instalar lo que puede calificarse sin ambages de régimen dictatorial con apariencias electorales. Para ello, usó como arma de legitimación la denuncia incesante del pasado, marcado en el imaginario popular por el privilegio y la corrupción de las décadas anteriores. También atizó el rencor contra las elites, desencadenando un torrente populista imparable.
En el campo externo, Chávez pudo montar una red de influencia desproporcionada gracias a una circunstancia feliz para él: la disparada del precio del barril de petróleo, que cuando llegó estaba en US$ 8 y tiempo después superó los US$ 100. Con ello compró lealtades de gobiernos o movimientos opositores, recorrió el mundo suscribiendo pactos, se erigió en portaestandarte del anti americanismo y abrazó a regímenes dictatoriales como Irán. Se calcula en 50 mil millones de dólares el monto de su petrodiplomacia bolivariana.
Dadas las buenas relaciones que mantienen Chávez y Lula, uno tiende a pensar que no son realmente paradigmas tan adversarios. Más fácil es concebir a Chávez y Alvaro Uribe como representantes de dos grandes bandos enfrentados en el continente. Sin embargo, por debajo de la superficie la división entre la izquierda revolucionaria de Chávez y la izquierda moderna de Lula tendrá consecuencias más duraderas y definitivas. Sólo el éxito de la izquierda moderna podrá arrebatar espacios y erosionar las bases de la izquierda populista y revolucionaria en el mediano y largo plazo. En la práctica hay dos modelos enfrentados que pugnan sordamente por acaparar el espacio de la izquierda y legitimarse ante esa base ciudadana. Y esos modelos -el de Chávez y el de Lula- no podrán convivir indefinidamente, porque tarde o temprano surgirán en los países de ambos modelos corrientes alternativas que pugnarán por desplazar a uno y otro modelo. En otros países de la región esa dinámica también existe.
Si la imagen de Lula después de las elecciones de 2010 sigue siendo la que es hoy, no habrá espacio suficiente para una izquierda radical numerosa en Brasil. Y viceversa: mientras más poderoso sea el ejemplo de un Lula, mayor dificultad tendrá Chávez para sostener su legitimidad ante venezolanos que reclamarán la modernización de su propia izquierda.
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