Contracción económica… y gramatical

Dime de qué reniegas y te diré qué temes. El secretario de Estado de Economía ha rechazado categóricamente que España pueda entrar en una senda de estanflación durante 2010 de la misma manera que, según él, tampoco ha existido riesgo de deflación a lo largo de 2009.

 

Una opinión más que respetable por ser José Manuel Campa quien es aparte de estar ahora al servicio del Gobierno socialista, pero lo cierto es que la invocación a una palabra maldita es suficiente para encender las alarmas en torno a los grandes males que acechan a España.

 

Con las previsiones oficiales en la mano y al margen de los optimismos forzados de evaluaciones parciales está muy claro que la recesión sólo puede desembocar en un estancamiento de la actividad para el conjunto del ejercicio en curso. Falta por conocer la nueva espiral inflacionista, aunque el IPC de los últimos dos meses ha recuperado el tono positivo impulsado por una subida del petróleo, que se conjuga en los mercados internacionales con un aumento en la cotización de las principales materias primas. Son simples indicios, de esos que casi nunca amargan la agenda de un político cortoplacista, pero que suelen producir verdaderos retortijones en la conciencia de los más flemáticos economistas.

 

España está cogida con alfileres y uno de ellos es la contención de precios que ha permitido maquinar el ajuste en detrimento de los más débiles mientras el Gobierno ejerce de socorrista con el balón de oxígeno de una deuda galopante. El incendio de la crisis todavía no ha sido sofocado y su onda expansiva se propagará a poco que los males conocidos se mezclen con los que todavía pueden darse a conocer en el año recién estrenado. No se olvide que la inflación está larvada en los genes de la economía y unida a una fase de estancamiento puede producir daños colaterales diabólicos. La contracción económica es segura. La de carácter gramatical es una amenaza muy peligrosa.