Los liderazgos exitosos y la política
Salamanca. – Es clásica la vinculación entre malos resultados económicos y descrédito de la clase política y de sus instituciones. La inversa se considera con menos frecuencia. El éxito en la economía puede tener diferentes padrinos y el crédito mediático de los políticos no siempre se ve revalidado. A lo largo de 2009, los resultados de la economía latinoamericana, aunque notablemente mejores que los registrados en la de los países europeos y los anglosajones de la OCDE, no han sido buenos.
Sin embargo, una buena parte de sus gobernantes gozan de una satisfactoria valoración en sus ejecutorias. Esta es una circunstancia que choca con la primera afirmación y que también se confronta con la constante reiteración del poco aprecio que la opinión pública tiene de la clase política. Por otra parte, poco se sabe acerca de los (de)méritos alegables directamente a la tarea en mayor o menor medida profesional de quienes laboran en la política.
Tabaré Vázquez, Michelle Bachelet y Oscar Arias se encuentran en las últimas semanas de sus mandatos y reciben muestras de apoyo por encima del setenta por ciento. Algo similar le ocurre a Lula da Silva que inicia su último año presidencial. Los cuatro son profesionales a carta cabal de la política, han vivido desde hace décadas para y por la política. La economía en sus cuatro países a lo largo de 2009 no ha sido un dechado de virtudes, pero sus principales responsables han aguantado con templanza el evidente deterioro.
Una explicación plausible podría venir de la alta correlación existente entre calidad de la democracia y calidad de sus políticos. De hecho, se tome el índice que se quiera, Uruguay, Chile y Costa Rica ocupan siempre los lugares más altos en las diferentes clasificaciones. Brasil se acerca año tras año. Habría, por consiguiente, una clara independencia de variables explicativas políticas, frente a las de carácter económico, que asentarían el favor de las poblaciones por sus líderes.
Pero, además de estas variables de naturaleza sistémica, ¿ellos y ella tendrían algo que ver a la hora de haber logrado gozar de una confianza y simpatía tan altas? Los cuatro citados aúnan condiciones similares: se trata de personas con una dilatada militancia política que les ha generado una notable experiencia; se encuentran encuadrados en partidos políticos sobre los que ejercieron un papel fundamental en su propia configuración; han desarrollado procesos de socialización política con un componente retroalimentador ciertamente importante; y, finalmente, se han movido en un marco donde ciertos valores próximos a la socialdemocracia están presentes y, con cambios más o menos profundos innegables, han marcado los pasos a seguir con convicción.
No obstante, no parece evidente que su liderazgo exitoso vaya a suponer sin más un cheque en blanco para sus sucesores. De los cuatro líderes aquí considerados se ha producido de manera inequívoca continuidad en Uruguay. Sin embargo, en los tres casos restantes la popularidad de sus mandatarios no se transfiere automáticamente a sus delfines no pareciendo tener que ver con la dudosa continuidad de sus gobiernos.
Esta semana el candidato de la Concertación chilena, Eduardo Frei, está en claro peligro de no renovar mandato después de veinte años sucesivos en el poder. La liberacionista y candidata costarricense, Laura Chinchilla, no tiene asegurado convertirse en Presidenta en los comicios del primer domingo de febrero. A diez meses de las elecciones, la candidata del PT brasileño, Dilma Rousseff, tampoco figura a la cabeza de las preferencias de los electores.
Este escenario de políticos triunfadores, como se apuntaba más arriba, choca con el amplio repudio ciudadano de los políticos en general que se extiende como una metástasis que hace peligrar la vida misma de la democracia. La cuestión, por consiguiente, se presenta más compleja. Tres son los espacios para ulteriores análisis: ¿es el presidencialismo una arena más favorable para escenificar liderazgos personalistas que centren la atención más nítidamente del público y, consecuentemente, sus evaluaciones más concretas?
¿No es la clase política, en sistemas democráticos, un resultado de la sociedad donde está inserta, llegando a reflejar desde sus valores a las pautas de interacción predominantes? ¿Son los políticos profesionales una especie en extinción y los aquí citados no son sino una muestra de un pasado que no va a volver en beneficio de aficionados a la política, gente corriente, aunque hoy por hoy sospechosamente vinculada con el éxito empresarial, que haga de la política una simple estación de paso? Se trata de tres ejes de estudio que pueden articular la reflexión durante el año que ahora comienza.
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