La Argentina, el país del vale todo
Un vuelo desde Europa hasta Buenos Aires insume entre 12 y 15 horas; pero Mario Blejer, quien mañana tiene previsto regresar a la Argentina, seguramente debe desear que se prolongue mucho más. El economista debe decidir si volvería a hacerse cargo de la presidencia del Banco Central, dentro de una movida que el matrimonio Kirchner imaginó como una señal de calma hacia los mercados, pero no con el convulsionado marco institucional, político y judicial de los últimos días. A tal punto que hoy no se puede saber a ciencia cierta si efectivamente quedará vacante la presidencia del BCRA; ni si el Tesoro podrá disponer de las reservas para pagar los vencimientos en divisas de 2010. Todo se ha judicializado, politizado y complicado.
El matrimonio Kirchner fue tan lejos con la forzada remoción de Martín Redrado, suspendida luego por la Justicia, que el daño institucional ya no puede ser reparado por Blejer. Como en tantas otras ocasiones, el kirchnerismo volvió a dar la imagen de que todo es posible; que lo que es válido hoy puede ser modificado mañana y rectificado más tarde; ya sea por DNU, diagnósticos contradictorios, copamientos políticos o bombardeo mediático. La seguridad jurídica o la búsqueda de consenso cuentan poco o nada frente a la obsesión por concentrar poder y manejo ilimitado de caja para ejercerlo. No es posible mejorar la calidad institucional si el Poder Ejecutivo gobierna al borde de la legalidad; o cree que está permitido todo lo que no está expresamente prohibido por las leyes. Tampoco se puede mejorar la calidad del debate político si toda opinión en contra del discurso oficial es considerada conspirativa o destituyente; o si cualquier crítica es diluida desacreditando a quien la formula, independientemente de su contenido. El universo kirchnerista se reduce así a un puñado de iluminados incondicionales versus un conjunto cada vez más grande de "equivocados". Este último incluye a funcionarios que ocuparon papeles clave en su gobierno y hoy se cuentan entre sus críticos más agudos (Roberto Lavagna, Alfonso Prat-Gay, Martín Lousteau o Alberto Fernández, por citar a los más notorios).
Con este entorno, a Blejer le resultará más complicado insistir ahora en lo que sostenía hace veinte días, antes de sus vacaciones europeas: que las reservas del BCRA en el Fondo del Bicentenario no debían ser utilizadas directamente para pagar obligaciones del Tesoro, sino para garantizarlas y asegurar así el objetivo de reinsertar a la Argentina en los mercados. También consideraba entonces que un problema a resolver simultáneamente es la velocidad de aumento del gasto público, que ya supera el 35% del PBI. De ahí que propusiera la necesidad de no frenar inversiones en infraestructura pero sí las transferencias y subsidios al por mayor, para no comprometer la sustentabilidad fiscal a mediano plazo.
No es muy diferente este diagnóstico al de muchos economistas privados de distintas corrientes. La diferencia es que ahora el Gobierno blanqueó lo que hasta hace un par de semanas era una sospecha: el uso de reservas del BCRA para pagos del Tesoro apunta a liberar recursos para financiar nuevos aumentos del gasto público, a fin de estimular la demanda interna. Hasta la propia presidenta Cristina Kirchner cometió el viernes último un acto fallido, cuando confundió con recaudación los dólares del superávit comercial récord del año pasado. La referencia apuntó a desvirtuar una estimación del BCRA de comienzos de 2009, que nunca existió o bien fue corregida rápidamente. Igual recibió el aplauso de centenares de beneficiarios del plan "Argentina Trabaja", uniformados para la ocasión con pecheras aportadas por el intendente de Avellaneda y punteros políticos de esa zona del conurbano.
Cantidad versus calidad
Para el kirchnerismo, gobernar equivale a gastar. Y aquí también vale todo, comenzando por su distribución discrecional entre aliados y enemigos políticos. En cada discurso oficial, las referencias son invariablemente a cientos de millones de pesos en proyectos sin planes por detrás y de los que rara vez se informan resultados. También se sigue hablando de superávit primario, cuando la realidad es que en 2009 se evaporó y ya no alcanzan los recursos genuinos para financiar el gasto. No es casualidad que la asignación por hijo sea cubierta con fondos de la Anses, ni que el Estado se haya financiado a lo largo de todo el año pasado con excedentes de éste y otros organismos, el BCRA y el Banco Nación, ante la imposibilidad de obtener crédito en los mercados.
Un dato alarmante surge cuando el gasto se coloca en perspectiva. Según el economista Daniel Artana, de FIEL, el gasto público consolidado de la Argentina (nacional, provincial y municipal) con relación al PBI, es similar al de Suiza y supera al de Chile o al de Corea del Sur.
Otro tanto ocurre cuando se mide su calidad y eficiencia en función de objetivos. El ex ministro Juan Llach acaba de revelar en LA NACION que aunque este año se alcanzará la meta legal de dedicar el equivalente a 6 puntos del PBI a la inversión en educación, ciencia y tecnología, las tres cuartas partes se dedicarán al pago de salarios docentes; que en sólo dos provincias (Chubut y Formosa) se cumplieron los 180 días obligatorios de clase y aún se está lejos del objetivo de ampliar el número de escuelas públicas de doble turno: el promedio alcanza a 6% (debido a que en la Capital Federal se ubica en torno de 50%).
En obras públicas hubo anuncios que quedaron en la nada, como el ensanche de la avenida General Paz (para el cual se aumentó el peaje del Acceso Norte); mientras muchas rutas nacionales y provinciales no concesionadas muestran un paisaje lunar. Tampoco se habló más del soterramiento del Ferrocarril Sarmiento, varias veces anunciado. Las inundaciones en San Antonio de Areco revelaron la ausencia de obras hídricas, y lo mismo ocurre con la actual emergencia eléctrica en Corrientes y Chaco respecto de planes de contingencia para prevenir fallas técnicas. Como contrapartida, se sigue subsidiando a los clubes de fútbol (con casi 50 millones de pesos por mes) a cambio de la televisación de partidos, aún en esta época de receso del campeonato. Y lo mismo ocurrirá durante el Mundial de Sudáfrica, para el cual muchos barrabravas preparan sus valijas con apoyo oficial encubierto.
Más allá del incierto desenlace de la actual crisis institucional, el debate por el uso de las reservas del Banco Central para el Tesoro resulta incompleto si no se lo acompaña con la reapertura de la discusión sobre gasto y financiamiento. Y esto obliga a hacer política en serio para evitar el vale todo. Aunque está pagando un alto costo por sus errores, el kirchnerismo sigue abroquelado, se escucha a sí mismo y sólo vuelve a apostar a todo o nada. La oposición, a su vez, tiene la oportunidad de coordinar propuestas que vayan más allá de rechazar los DNU. Con un poco de sensatez, hay chances de evitar que la confrontación termine repercutiendo sobre la economía que, a pesar de todo, este año tiene más para ganar que para perder.
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