Ak 47

 

«Allí tu vida vale menos que la bala que te mata». Te lo dice todo el que ha pasado por Suráfrica a cinco meses del Mundial. Zona conflictiva aquella: «Si te sales de los circuitos oficiales -allí sólo hay seguridad en Ciudad del Cabo- vas al hoyo, incluida toda la zona de Johannesburgo». Pues qué bien, qué bonito, qué Mundial más entretenido. Y por si cabía duda de que por ahí abajo son amantes del plomo, lo de Togo, que es para echarse a llorar.

 

Así que ahí tenemos todo un Mundial montado por mor de la pachorra de Blatter y los suyos (incluido Platini, ese que se queja más de los fichajes caros de Florentino que de asuntos graves como este, aunque no le competa directamente). Nos vamos allí para montar un evento en pleno invierno cuando los Mundiales son calor, sudor y cerveza.

 

Vamos, que no se enteran. Que contratemos un chófer que a la vez sea guardaespaldas nos aconsejan. Claro, como las empresas están tan católicas, nos alquilamos unos cuantos ejércitos de mercenarios para aligerar el conflicto. Además, no vamos a ir muchos… Total, unas 32 selecciones con expediciones de a cien cada equipo, más organizadores, árbitros, periodistas… En fin, con dos guardaespaldas o tres por visitante, depende de la importancia del sujeto, nos puede valer. Si no nos da con el ejército norteamericano, llamamos a los reservistas y cada espectador con dos armarios de tres puertas detrás, por si acaso a un chaval de diez años se le ocurre hacerte una operación de cuello con un machetito. Son las cosas de la FIFA y de algunos más; por ejemplo los del COI, que le han dado los Juegos a Brasil, que tampoco es un sitio peligroso, y si no que se lo digan a los de «Tropa de élite». Tenemos una vanguardia dirigente de lo más inteligente y cautelosa.

 

Yo, por si acaso, lo tengo claro: compro Kalashnikov AK 47, fusil ametrallador de asalto ruso. No se encasquilla, no falla y es manejable. A mí no me van a decir eso de «te han pillado con el carrito del helado». Y si hay que entrar en los estadios como Clint en el salón y soltar aquello de «¿quién es el dueño de esta pocilga?» («Sin perdón»), pues se entra…