Ganadores y perdedores de la devaluación venezolana
Madrid.– Hugo Chávez volvió a sorprender a sus ciudadanos y a los inversores extranjeros tras anunciar una devaluación del bolívar cercana al 50% con respecto al dólar. El anterior tipo de cambio (2,15 bolívares por dólar) será sustituido por un sistema de tipos múltiples en el que la moneda venezolana pasará a intercambiarse por 4,3 dólares para la mayoría de las transacciones y por 2,6 dólares para la importación de bienes y servicios básicos. Además, como para la obtención de divisas a estos tipos de cambio seguirá siendo necesaria la autorización gubernamental, seguirá existiendo un mercado negro en el que el dólar será todavía más caro (aunque por la devaluación el nuevo tipo de cambio "negro" se acercará algo más al nuevo tipo oficial).
Normalmente los países (sobre todo los emergentes y en vías de desarrollo) devalúan su moneda cuando no pueden defenderla ante ataques especulativos por falta de reservas en el Banco Central. Y como las devaluaciones suelen ir acompañadas de inestabilidad macroeconómica e incertidumbre política los gobiernos intentan evitarlas. Pero Venezuela no estaba sufriendo ataques especulativos y las reservas en su Banco Central se acercan a los 40.000 millones de dólares. Entonces, ¿por qué ha devaluado?
El argumento que ha dado el gobierno es que pretende reactivar las exportaciones para acortar la recesión económica y contribuir a la diversificación de la estructura productiva ampliando la base exportadora (recordemos que el PIB venezolano está cayendo más del doble que la media de América Latina y las perspectivas de recuperación son débiles.) Este argumento tendría sentido para cualquier país con una economía diversificada. Sin embargo no puede aplicarse a Venezuela, que es un petroestado. Como el 90% de las exportaciones venezolanas son petróleo y gas y se venden directamente en dólares, no se volverán más competitivas por la devaluación.
Lo que sí hará la devaluación es duplicar los ingresos del petróleo en términos de moneda local, que es en la que se pagan los salarios, los subsidios y las pensiones dentro del país. Como es el Estado quien controla la mayoría de dichos ingresos, la devaluación está destinada a inyectar liquidez en las arcas públicas. Y si esos ingresos se utilizan para aumentar las inversiones y mejorar la tecnología en el sector energético podrían ser muy rentables (pero nada asegura que esto vaya a ocurrir).
Sin embargo, a medio y largo plazo la devaluación plantea problemas. El primero es que disparará la inflación. Como todos los bienes importados – tanto los productos finales como los que se utilizan como inputs intermedios para la producción local – se encarecerán, la presión al alza sobre los precios (que ya era muy significativa) aumentará. Esto recortará el poder adquisitivo de los ciudadanos y puede generar descontento social.
El segundo es que envía una mala señal (que no es la primera) a los inversores extranjeros, que verán reducidos sus ingresos en términos de moneda extranjera. Esto explica las caídas en bolsa que han experimentado algunas de las empresas españolas que tienen inversiones en el mercado Venezolano. En cualquier caso, esta devaluación no debería ser una fuente de preocupación porque de los más de 80.000 millones de euros en inversiones que se estima que las empresas españolas tienen en América Latina, sólo el 1% se encuentra en Venezuela. Por último, la devaluación envía una señal de arbitrariedad y aumento de la incertidumbre, que reduce el atractivo del país para los inversores.
En definitiva, la devaluación puede aumentar los ingresos públicos a corto plazo pero a largo aislará aún más al país y puede generar efectos macroeconómicos adversos, que por el momento no parecen preocupar al gobierno. En cualquier caso, como siempre sucede con los petroestados, la situación sólo se complicará si los precios del petróleo caen, algo que parece poco probable habida cuenta de que la economía mundial ya se está recuperando.
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