Globalización y globofobia (II)
El Heraldo, Tegucigalpa
(Puede verse también la primera parte de este trabajo)
En mi columna anterior, hice una breve reflexión a propósito de una publicación norteamericana que sitúa a Honduras junto a Panamá, en el tope de los países más globalizados de Latinoamérica. Argumentaba que ello lo único que indica es cuán lejos está el subcontinente de insertarse de lleno en este fenómeno mundial y qué, pese a nuestro grado de apertura económica, estamos muy lejos de aprovechar el potencial que las relaciones con el resto del planeta pueden ofrecernos. En resumen, Honduras y el resto de Iberoamérica están aún lejos de la globalización y lo poco que han avanzado, salvo raras excepciones como Panamá, no lo aprovechan en beneficio de su ciudadanía.
Una de las razones por lo que hemos avanzado tan poco en este proceso sin aprovechar sus ventajas, es que cuenta con muchos enemigos en nuestros países. Estos globófobos nos explican que la globalización es negativa porque genera desigualdades económicas entre unos ricos que cada día son más ricos y unos pobres que cada día son más pobres, porque usurpa el poder a los gobiernos y lo brinda a las multinacionales, porque beneficia a las empresas en perjuicio de los trabajadores, porque contribuye a la explotación infantil, porque destruye el ambiente y porque es responsable de un sinfín de desgracias más.
Parece como si todos los males de la humanidad, desde el hambre hasta la falta de educación, pasando por la extinción de las ballenas y el cambio climático, fueran causados por esa globalización que se nos impone no se sabe exactamente desde dónde, pero que hay que detener como sea. No queda demasiado claro qué es lo que proponen como alternativa.
Su mensaje tiende a ser una mera crítica destructiva, sin ser demasiado precisos a la hora de hacer propuestas constructivas y serias. Ahora bien, debemos suponer que quieren que los gobiernos limiten la acción de los mercados y reduzcan el grado de apertura de los países a las influencias presuntamente malignas del capital, las tecnologías y las inversiones de las empresas multinacionales de los países ricos.
El debate sobre la globalización acostumbra plantearse en términos de solidaridad. Se nos pretende hacer creer que quien está a favor de los mercados y de la globalización es una persona mala, retrograda e insolidaria, sin criterios y "al servicio del gran capital". Por el contrario se dice que se es solidario, progresista y buena persona si se es partidario de las limosnas y de las políticas públicas proteccionistas, planificadoras y antiglobalizadoras. Pienso que esto es un mito que debemos derribar: todos los que dedicamos nuestra vida a trabajar para que haya menos pobreza y mejores condiciones de vida en la sociedad somos igual de buenos o malos. La pregunta es: ¿qué tipo de políticas nos ayudarán a cumplir con nuestros objetivos?
En ese sentido, creo firmemente que si las propuestas de los grupos antiglobalización se llevaran a cabo, el mundo sería menos libre y menos democrático, los trabajadores serían más pobres, la desigualdad entre países no llegaría a reducirse jamás, los niños de los países pobres nunca llegarían a ir al colegio y seguirían trabajando a cambio de todavía menos dinero, y el medio ambiente se degradaría todavía más deprisa. Exactamente lo contrario de lo que pretenden.
Si las características que definen la globalización no están presentes en la mayoría de los países pobres y sí lo están en los países ricos, podemos deducir que lo que necesitamos en Honduras y el resto de América Latina es que las tecnologías, la información, el comercio, los trabajadores y los capitales puedan moverse con mayor libertad. Esto por supuesto requiere de un compromiso de todos. En la Cumbre del Milenio de las Naciones Unidas en septiembre de 2000, 189 países se comprometieron a crear una asociación mundial para el desarrollo. Ni los países pobres ni los ricos han hecho mucho para cumplir. Hace falta mayor voluntad para lograrlo.
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