Devaluación, pese a la lluvia de dólares
Dema Gogo es el personaje de ficción que ilustra el prólogo de un libro de Manuel Hinds publicado hace unos años por la Universidad de Yale, que lleva por título: "Jugando Monopoly con el Diablo".
Dema, quien es "gobernante de un país pobre en una región subdesarrollada del mundo", tiene un encuentro con el Diablo en los jardines tropicales del palacio presidencial, justamente al día siguiente de su toma de posesión. Entre habanos y cognac, Dema termina inevitablemente mordiendo el anzuelo de la tentación diabólica: decide manipular la moneda.
Aparecen luego otros personajes con nombres que en América Latina serían muy apropiados para los cargos que ostentan: Santiago De la Insolvencia, preside el Banco Central; Rodrigo Diez Por ciento, está a cargo de Obras Públicas, y hasta hay un economista muerto (que obviamente tuvo como destino el infierno), de quien el Diablo reconoce haber aprendido: el Dr. Bancarrota.
El relato refleja la realidad de América Latina, cuya historia registra demasiados personajes como Dema, todos con pactos con el Diablo en materia monetaria. Por eso la pobreza y el subdesarrollo.
Es cierto, los jardines no son siempre tropicales, siendo los casos que primero vienen a mi memoria algunos que hablan con acento argentino: la presidenta Kirchner, siempre tan locuaz frente a los micrófonos, personifica acabadamente a Dema. Por estos días la desespera no poder echar al presidente del Banco Central, quien se le rebeló.
Otro país que acaba de ser noticia en materia económica, precisamente por una devaluación de su moneda, es Venezuela: de tener un tipo de cambio oficial de 2.15 bolívares fuertes (BF) por dólar, pasó a tener dos tipos de cambio oficiales: uno de 2.60 BF/US$ para ítems tales como alimentos, y otro de 4.30 BF/US$ (llamado "dólar petrolero") para los demás bienes y servicios, principalmente industriales.
Por supuesto que Venezuela tiene un tercer tipo de cambio, que oscila alrededor de los 6.00 BF/US$: el del mercado negro. Es el único que mide adecuadamente el valor asignado por las personas y empresas a la moneda nacional en comparación con el dólar, y la razón es que nadie entrega un dólar (de manera voluntaria…) por menos de 6.00 BF.
La situación abre las puertas a un pingüe negocio: conseguir dólares por 2.60 BF en el mercado de alimentos, cambiarlos por 4.30 BF en el mercado petrolero…, y volver al mercado de alimentos para convertirlos en 1.65 dólares (4.30/2.60). Es la multiplicación de los panes en versión pagana, o en términos técnicos, arbitraje (para amigos) financiado por el Estado.
La devaluación, realmente, ya había sido efectuada por el mercado, dado que la emisión monetaria para financiar el descontrolado gasto gubernamental había transformado a los BF en "menos escasos" de lo indicado por el artificialmente sobrevaluado tipo de cambio oficial de 2.15 BF/US$ (muy pocos BF por dólar).
Las nuevas cotizaciones oficiales de 2.60 BF/US$ y 4.30 BF/US$ tampoco cumplen con la expectativa del mercado: están debajo de 6.00 BF/US$. Es decir, siguen sobrevaluadas.
Ello es increíble en un país al cual los dólares le llovieron. Y aun cuando parte de esa lluvia drenó, por ejemplo, en valijas voladoras entregadas al domicilio de la señora locuaz, ante semejante diluvio hubiera sido esperable la necesidad de revaluar la moneda (por el "mal holandés"). No de devaluarla.
La manipulación original, en verdad, fue haber emitido muchos más BF de los que el mercado estaba dispuesto a cotizar a 2.15 BF/US$, y la devaluación oficial (insuficiente para la emisión efectuada) simplemente convalida de forma parcial lo que el mercado ya había decidido.
Ni siquiera aplica la justificación, tan falaz como habitual, según la cual "la devaluación aumenta la competitividad al favorecer las exportaciones". Más del 90% de lo que Venezuela exporta es petróleo, en cuyos costos dolarizados el tipo de cambio carece de toda relevancia.
Sin dudas, corromper la moneda es la tentación diabólica de todo Dema que se precie de serlo.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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