La reconstrucción espiritual de Haití
Hace poco leí una serie de artículos publicados por The New York Times, titulados “Eight Ways to Rebuild Haiti”, donde ocho especialistas aportaban ideas para reconstruir este país devastado por el terremoto. Todas las propuestas estaban dotadas de cierta lucidez estratégica para paliar los efectos materiales y económicos de este desastre. La prioridad ahora son los alimentos, las medicinas, el agua y hallar lugares apropiados para refugiarse. Más adelante también lo será la infraestructura de los servicios públicos. Pero nadie hasta ahora ha hablado de cómo reconstruir espiritualmente un país que lo ha perdido todo.
Como si la pobreza extrema, la guerra civil, la cadena de gobiernos corruptos, la desigualdad social, no fueran suficientes para exigir un cambio; hoy la naturaleza se empeña en devastar lo poco que se construyó. En las peores crisis es cuando un pueblo puede demostrar cuán unido está y cuán capaz es de reconstruirse a sí mismo aceptando y asumiendo una transformación necesaria que les permita ver el futuro con una mirada diferente.
La comunidad internacional y las organizaciones humanitarias deben incluir en sus planes el fortalecimiento del espíritu social haitiano para que pueda levantarse de esta caída generando un cambio rotundo en su forma de vida. No solo porque después de esta tragedia las cosas nunca más volverán a ser las mismas. De hecho hay personas que se han quedado solas, sin ningún familiar sobreviviente, sin ningún techo dónde albergarse. Sino porque dadas las circunstancias, no solo se trata de reconstruir una ciudad o un país entero. Importa también reconstruir el alma deshecha de los miles de habitantes que se han quedado sin nada para enfrentar la vida con un mínimo de dignidad y esperanza.
Este tipo de situaciones nos hacen reflexionar sobre el valor de la vida y la condición inexorable de la muerte. Se trata de plantear soluciones que permitan que los sobrevivientes se sientan alentados, protegidos, apoyados, queridos por nosotros que, tal vez estemos a miles de kilómetros de distancia, pero espiritualmente estamos unidos a ellos con nuestras oraciones tanto como con nuestras donaciones materiales.
Los líderes de la sociedad haitiana como los extranjeros que influirán en su reconstrucción material no deben soslayar la importancia de transformarla en una sociedad unidad, compacta, fortalecida para bien, de convertir esta tragedia en una oportunidad de cambio positivo.
Hay personas dedicadas a curar las heridas del alma que por ejemplo en el atentado del 11-M en Madrid, sirvieron de mucha ayuda para que los familiares digieran la pérdida de sus seres queridos. No está demás que después que las organizaciones que ahora trabajan denodadamente en paliar las necesidades urgentes, sean convocadas estas personas para apoyar espiritualmente a los sobrevivientes con una palabra de aliento, con un abrazo, con una mirada generosa que los haga sentirse hermanos de una misma familia.
No será fácil reconstruir un país que lo ha perdido todo. Eso implicará mucho tiempo de por medio. Más titánico será el reto de recomponer el espíritu maltrecho de los miles de habitantes que hoy claman por agua, comida, ropa, medicina y techo. Pero mañana tendrán hambre de amor. ¿Esperar que el futuro nos sorprenda para recién empezar a amar a quienes hoy lo necesitan? ¿Por qué no emprendemos una campaña internacional donde cada ciudadano del mundo adopte a un niño haitiano enviándole no solo ayuda económica y material, sino también muestras de afecto, de cariño y de amor?
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