El significado de Brown
El 14 de enero, cinco días antes de las legislativas de Massachusetts, el Presidente Obama exhibía toda su vena chulesca mientras aunaba los esfuerzos de los Demócratas de la Cámara para aprobar su reforma sanitaria. "Si los Republicanos quieren hacer campaña contra lo que hemos hecho defendiendo el estatus quo y a las aseguradoras en detrimento de las familias y las empresas, esa es una lucha en la que me van a encontrar".
La bravata duró tres días. Cuando Obama hizo campaña en Boston el 17 de enero en favor de la partidaria del Obamacare Martha Coakley, ni una sola vez mencionó el proyecto de ley de reforma sanitaria. Cuando tu candidata se está hundiendo, no le tires una piedra de molino.
Tras la derrota de Coakley, Obama simuló que la verdadera causa era la ira y la frustración generalizadas "no sólo por lo que ha sucedido en el último par de años, sino por lo sucedido los últimos ocho".
Aclaremos esto: ¿la antipatía hacia George W. Bush es tan duradera y fuerte que… acaba de elegir a un Senador Republicano en Massachusetts? Vaya, el caballero es omnipotente.
Y los Demócratas delirantes: Scott Brown ganó postulándose contra Obama, no contra Bush. Ganó al nacionalizar brillantemente los comicios, posicionándose en el extremo diametralmente opuesto a la agenda de Obama, sobre todo con el Obamacare. Tumbarlo era su promesa de campaña número 1.
Premio. La friolera del 56 por ciento de los electores de Massachusetts, según Rasmussen, consideraba la sanidad su prioridad más importante. En una encuesta de Fabrizio, McLaughlin & Associates, el 78 por ciento de los votantes de Brown decía que el sentido de su voto iba destinado a tumbar el Obamacare. Sólo una cuarta parte de todos los electores del sondeo de Rasmussen mencionaba la sanidad como su problema principal, refutando limpiamente la opinión Demócrata de que los resultados de Massachusetts reflejan sólo el resentimiento habitual hacia el titular del gobierno que cabe esperar en malos tiempos económicos.
Brown se presentaba con una agenda muy clara y concreta. Detener en seco la reforma sanitaria. No reconocer derechos constitucionales a los terroristas. No subir los impuestos; bajarlos. Y no más acuerdos a puerta cerrada con los grupos de interés.
Estos acuerdos – la compra de Luisiana, el soborno de Cornhusker – habían generado la indignación nacional con la corrupción y la arrogancia de un gobierno monopartidista. El colmo fue el pago a los sindicatos por los servicios prestados – dentro del que los jefes sindicales abandonaron la Casa Blanca con aire de suficiencia y una exención de cinco años del impuesto a los planes de salud ("Cadillac") que los Demócratas iban a imponer al 92 por ciento de los trabajadores del sector privado que no están sindicados.
La razón de que las dos alas del progresismo estadounidense – el del Congreso y el de los medios de referencia – quedaran tan sorprendidas ante la fuerza del sentimiento anti-Demócrata es que habían pasado el primer año de Obama ignorando o menospreciando los primeros signos claros de resistencia: el movimiento de protesta fiscal y las asambleas del verano. Con condescendencia característica, despectivamente calificaron las protestas de simples efluvios de un populacho paleto, retrógrado, probablemente racista.
Hubiera dicho que los izquierdistas sabrían distinguir una vanguardia proletaria a simple vista. Sin embargo, siguieron negando la realidad de la creciente oposición a la agenda socialdemócrata de Obama cuando el verano dio paso al otoño y Virginia y Nueva Jersey se volvieron Republicanos en sendos comicios a la gobernación.
La evidencia era inconfundible: los independientes, que en 2008 habían elegido a Obama, se volvían en masa contra los Demócratas: caída de 16 enteros en Virginia, 21 en Nueva Jersey. El martes fue aún peor: los independientes, que habían votado a los Republicanos por un margen de 2 a 1 en Virginia y Nueva Jersey, ahora votaban Republicano por un margen de 3 a 1 en el hiper-Demócrata Massachusetts. Tampoco fue una manifestación de los elementos más agitados que votan en elecciones oscuras de baja participación. La participación del martes fue la más elevada que se ha registrado en ningunas elecciones no presidenciales en Massachusetts en 20 años.
Los Demócratas empeñados en hacerse los suecos se dirán que Coakley era una terrible candidata que logró avergonzar hasta a Curt Schilling. Cierto, Brown tenía a Schilling. Sin embargo, Coakley tenía a Obama. Cuando un jugador de los Red Socks supera al sello presidencial – de un hombre que provocaba desmayos hace sólo un año – hay algo que trasciende la personalidad.
Ese algo es la sustancia – las ideas políticas y la agenda legislativa. Los Demócratas, si quieren, podrán achacar su humillación en Massachusetts al elevado paro, a Coakley o, al actual favorito entre los sofisticados, la ira generalizada. Eso implica una coz incipiente y refleja a cualquiera que esté en el poder – hasta a tus superiores progres que te imponen un programa que ni siquiera puedes ver que revierta en tu interés.
Los Demócratas deben así racionalizar, de lo contrario tendrían que tomar en serio la democracia y preguntarse: si el pueblo realmente no lo quiere, ¿podría tener razón?
"Si se pierde en Massachusetts y no es un toque de atención", decía el moderado – y consciente – Senador Demócrata de Indiana Evan Bayh, "no hay esperanza de despertar".
Yo digo: dejadles dormir.
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