Eduquémonos por teléfono
MADRID.- “Hay que aprovechar todas las nuevas tecnologías para educar” es lo primero que dice todo “experto” en educación que desea estar al día, mostrarse moderno, de ideas avanzadas y que termina siempre provocando un revuelo a su alrededor de gente eufórica que piensa haber encontrado, al fin, el milagro que hará que todos sus alumnos sean notables genios.
Para ellos, toda novedad debe ser aprovechada para educar a los niños. ¡Incluso el teléfono! Claro que el “experto” en educación no preguntó, antes, si sabemos hablar o no por teléfono: “¿Está el señor Rodríguez?”. “Sí, está… ¿Quiere hablar con él?”. Claro que quiero hablar con él, por eso llamo, no para darme el gusto de saber si está o no en su oficina. Este es un ejemplo muy elemental ya que hay conversaciones que deberían grabarse para la historia.
A riesgo de repetirme: ¿de qué nos sirven las nuevas tecnologías si somos incapaces de enseñarles a leer y a escribir a los alumnos? Porque no es suficiente que sepa leer una palabra, sino que además la comprenda, que le dé el valor que posee, que note su espesor y también su alcance. He escuchado muchas veces decir: “A mí no me gusta leer. A la segunda o tercera página ya me aburro”. Es lógico que se aburra si esas dos o tres páginas no han sido otra cosa que mirar jeroglíficos egipcios. Muy lindos los dibujitos, muy lindos los colores, pero no entiendo nada de nada.
Un amigo mío que está haciendo ciertos trabajos en el campo contrata jóvenes del lugar para que le ayuden en diferentes tareas. Elige gente que ha pasado por el colegio. “Es para no creer”, me dijo, “pero no saben determinar cuál es su mano izquierda y cuál la derecha”. Mucho menos pueden determinar cuál es el norte y el sur, datos que son importantes viviendo en el campo, donde los senderos no tienen nombre ni números cada cien metros como sucede con las calles de la ciudad. Hay más: no pueden realizar, mentalmente, una suma de seis o siete cifras de un solo dígito. Inmediatamente recurren al teléfono que trae calculadora y comienzan deletreando: “Siete más cinco más cuatro más seis, más tres”. Mi amigo pierde la paciencia y antes que terminen de manipular la calculadora les dice: “Veinticinco”. La excusa no se deja esperar: “Profesor, pero usted estuvo en la universidad”.
Si no pueden manejar el pensamiento abstracto más simple, es difícil que las “nuevas tecnologías” vengan a solucionar un problema de aprendizaje que aún no ha aplicado el uso de las “antiguas tecnologías” que son la tabla de sumar y la tabla de multiplicar, con la correspondiente explicación para qué sirven, qué significan y cómo se usan. Ahora vamos a educar a los jóvenes con el teléfono celular de modo que recibamos mensajes que dicen: “Paso x tu ks”. Traducción: “Paso por tu casa”. O el mensaje encriptado: “TQM”. Traducción: “Te quiero mucho”. Así sucesivamente hasta crear un nuevo metalenguaje en esta tarea de mandarse mensajes continuamente los unos a los otros que, ordinariamente, no tienen ninguna importancia y, mucho menos, alguna urgencia de ser trasmitido.
Existe también una urgencia de que todos tengan acceso a internet. ¿Para qué? ¿Se encuentra allí el secreto de la educación? ¿Está en un sitio donde una gran parte del material de que se dispone carece de credibilidad? Poemas atribuidos a Borges, cartas de despedida de un García Márquez moribundo y muchos otros temas que solo han servido para engañar a los incautos. No estoy en contra del uso de internet. Yo mismo recurro muchas veces cuando necesito obtener algún dato muy preciso. Pero creo que esto debe venir en una segunda etapa del aprendizaje, cuando el alumno haya “aprendido” y “aprehendido” a leer y a escribir. Que esa letra /a/ la escriba, no que la dibuje que es lo que sucede en la mayoría de los casos: los alumnos “dibujan” las palabras, no las “escriben”, los alumnos “miran” un texto, no lo “leen”. De allí que todas esas estadísticas sobre alfabetización no me dicen nada, ya que tales datos no registran a los analfabetos funcionales. Para ellos, ninguna “nueva tecnología” será adecuada ni tampoco producirá el milagro que desean los profesores.
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