Falsa contrición: Obama culpa a la gente
Barack Obama recorrió de puntillas la noche del miércoles la cisura que bifurca el cerebro del Partido Demócrata. La sima longitudinal separa el lóbulo John Quincy Adams del lóbulo Sigmund Freud.
El lóbulo izquierdista dominante favorece la frase de Adams que dice que los políticos no deben "dejarse paralizar por la voluntad de sus electores". Ordena a los Demócratas imponer por las bravas a los estadounidenses lo que es bueno para ellos – la reforma de la sanidad, las licencias de emisión, etc. – incluso si, zoquetes ellos, no quieren.
El otro lóbulo susurra el principio de realidad de Freud: reprime la identidad – el principio del placer y el impulso hacia la gratificación inmediata. Conformarse con resultados aplazados y menos ambiciosos, pero alcanzables.
Obama estuvo el miércoles sobre todo en modo Adams. Sus cesiones a la realidad fueron, sin embargo, notables.
Tales discursos deben ser escuchados con un tercer oído que escuche lo que no se dijo. No se mencionó la legislación de "voto por carné" de los sindicatos para abolir el derecho de los trabajadores al voto secreto en las elecciones sindicales. La solicitud rutinaria por parte de Obama de un proyecto de ley "del clima" – el término "sistema de intercambio de emisiones" brilló por su ausencia igual que el nombre "Guantánamo" – no estuvo a la altura de su convicción de que la vida en la Tierra puede ahogarse al subir el nivel del mar.
El pasado 24 de febrero, cuando el paro estaba en el 8,2 por ciento, Obama dijo en la segunda oración de su discurso ante el Congreso que la economía "es una preocupación que se impone a todas las demás" y después que su programa "comienza con el empleo". Tras 11 meses de monomanía sanitaria, dijo el miércoles que "el empleo debe ser nuestro principal eje". El paro se sitúa en el 10 por ciento.
El miércoles hizo un llamamiento a un tercer estímulo (el primero fue el de su predecesor, en febrero de 2008), aunque la palabra con S ha sido desterrada en favor de "proyecto de creación de empleo". Inyectará a la economía un dinero que el gobierno saca generosamente de la economía, creando así puestos de trabajo de alguna manera. Y yo que creía que la alquimia era esotérica.
No fue hasta el minuto 33 del discurso de 70 minutos el miércoles que Obama llegó a mencionar la sanidad. Lo raro es que dijo que valía la pena esperar.
Reconociendo que a medida que la opinión pública examinó más la legislación, menos le gustaba, se culpó a sí mismo por "no explicarla más claramente". Pero su arrepentimiento falso culpa en la práctica a la opinión pública: el problema no reside en el contenido de la legislación, sino en la presentación de la misma a los aprendices lentos. Se les insta a echar "otro vistazo al plan que hemos propuesto". ¿El plan? Las diferencias entre los planes de la Cámara y el Senado no son triviales; se refieren a la forma de financiar un nuevo derecho social colosal.
El pasado 24 de febrero, con un boato con el que la nación se ha familiarizado vagamente, decía, "Ya hemos hecho más por promover la causa de la reforma sanitaria en los 30 últimos días que en la última década". Se refería a la ampliación de la elegibilidad de un derecho existente – el Programa Estatal de Protección Sanitaria Infantil. Pero esa ampliación era menor en comparación con la considerable nueva prestación de Medicare para las recetas creada bajo el predecesor de Obama. Antes de la molestia de Massachussets, el discurso de este año iba a ser la auto-coronación del "último" presidente que tiene que abordar la sanidad.
El 24 de febrero pasado, dijo que tenía una agenda activista por la recesión, "no porque crea en el gran gobierno – no creo". Noventa y siete días más tarde, compró la General Motors.
El debut de Obama la noche del miércoles como ángel vengador del populismo mostró una de esas frases opacas – el "peso de nuestra política" – que los redactores de discursos de tercera deslizan a los correctores de estilo somnolientos. Obama parece lamentar la existencia en Washington de… todo hijo de vecino. Parece que se siente con derecho a salirse con la suya sin las pesadas intervenciones en el proceso político de los muchos intereses afectados por su programa de ampliación radical del estado regulador. Hablando de lentos de aprendizaje, los progres no reparan en la conexión entre ampliación del gobierno y ampliación de actividades (a menudo defensivas) contempladas bajo el epígrafe de "presión política".
Lamentando el "déficit de confianza" que tiene Washington, Obama ponía un ejemplo de él cuando afirmaba sin tapujos: "Estamos dispuestos a congelar el gasto público durante tres años". Esta mentira flagrante amplía el déficit de verdad de Washington: propone la congelación de parte del gasto administrativo – alrededor de un octavo del gasto público.
El lema de Obama es: Washington es decepcionante, Washington es molesto, Washington es disfuncional, Washington es corrupto, Washington es verdaderamente tóxico – pero aun así Washington debe recibir un porcentaje sustancialmente superior del PIB, y Washington debe implantar nuevos controles sobre la sanidad, la energía, la educación intermedia, etc. Hablando de cerebros divididos.
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