Venezuela: Armas contra la libertad
“Sí, yo os he traído la paz y la libertad, pero en pos de estos inestimables bienes han venido conmigo la guerra y la esclavitud”. Bolívar, Manifiesto de Carúpano, 1814
El bicentenario de la independencia (1810-1811) es para reivindicar la democracia civil y la voluntad de una República justa libre y en paz. En el acta de la independencia y en la Constitución de 1811 no hay militarismo, sino la voz razonada del derecho de nacer como República independiente con su propuesta civil. Habrá que esperar a 2013 para celebrar los doscientos años de las armas gloriosas, pues antes de 1813 no hay “campaña admirable”, ni han nacido el “Libertador” y el “centauro” de los Llanos, ni los guerreros que pusieron fin al dominio español.
La guerra no fue voluntad de la naciente República venezolana, sino imposición de la obstinada miopía de la monarquía española, negada a reconocer la mayoría de edad de sus hijos americanos. Quince años de guerra y muerte arrasaron con la economía y negaron durante más de un siglo las posibilidades de crear educación e instituciones republicanas, con dignidad y oportunidades para todos. Este es un sueño todavía frustrado en 2010.
El triunfo nos dejó la devastación y la destrucción más espantosa y la funesta voluntad caudillesca de perpetuar su espada como suprema ley; implantaron héroes militares, secuestraron la imaginación republicana civil y democrática, privaron de manos y de talento a la producción económica y se apropiaron de los exiguos presupuestos nacionales.
Paradójicamente, la proclamación de Bolívar como Libertador en 1814 se funde con el conferimiento de poderes dictatoriales sin Constitución; él pensó que con la “guerra a muerte” nacería la patria, pero fue derrotado por la barbarie y le quedó la frustración de ver que “la desolación y la muerte sean el premio de tan glorioso intento” y “el profundo pesar de creerme instrumento infausto de sus espantosas miserias”. A pesar de las buenas intenciones, la muerte de la guerra vino para quedarse y la “guerra a muerte” entre venezolanos impidió durante más de 100 años la construcción democrática de la República, y nos metió en el círculo vicioso de anarquía y de caudillos. Todo con la legitimación del “gendarme necesario”, como si esa fuera nuestra idiosincrasia original.
Bolívar repetidas veces expresó con dolor la contradicción entre su intención liberadora y los resultados ruinosos: “La sangre corre a torrentes: han desaparecido los tres siglos de cultura, de ilustración y de industria: por todas partes aparecen ruinas de la naturaleza o de la guerra” (6-V-1814).
Reconocimiento depresivo del Libertador en tiempos de derrota, ratificado años más tarde al ver que con el triunfo militar avanza la dificultad de construir instituciones democráticas y la disolución irremediable de la Gran Colombia. La anarquía nos devorará. En carta a Juan José Flores, Bolívar pinta el cuadro más sombrío posible: “La América es ingobernable para nosotros, este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos”. “Ud. verá que todo el mundo va a entregarse al torrente de la demagogia, y ¡desgraciados de los pueblos! ¡Y desgraciados de los gobiernos!” (Carta 9-11-1830).
Nuestra memoria histórica, poblada con el santoral interminable de generales con sus batallas heroicas y milagrosas, impidió fundir las armas para hacer de las espadas podaderas y de las lanzas arados, camino de la muerte a la vida, señalado por el profeta Isaías. No tenemos héroes civiles y los que tenían talla, como Andrés Bello, Juan Germán Roscio y otros, fueron borrados del santoral militarista por no ser hombres de armas y batallas. Secuestraron la imaginación republicana civil y democrática; las armas y tropas se llevaron los presupuestos nacionales y ataron a la juventud a estériles revoluciones de proclama, machete y caudillo; con ello, la producción económica y la construcción democrática quedaron privados de manos y talentos.
Necesitamos celebrar el Bicentenario (1810-11) como el sueño de crear una nación mestiza inclusiva y tolerante, con un propósito común e instituciones y oportunidades civiles, con todo el presupuesto para educar y sembrar, con los cuarteles convertidos en escuelas, los tanques en tractores y los soldados en ciudadanos.
Muy importante la llamada de la Conferencia Episcopal en su importante documento del 12 de enero de 2010, para activar en el Bicentenario valores cívicos humanos y cristianos: “Tanto el 19 de abril como el 5 de julio fueron dos acontecimientos en los que brilló la civilidad”.
Las universidades, los centros de cultura, las academias y las asociaciones civiles, deben despertar para celebrar este Bicentenario con memoria civil y civilizada.
Oportunísimo el reciente libro de Ana Teresa Torres La herencia de la tribu que pone pluma y lucidez crítica al secuestro guerrerista: “El pasado venezolano -y por consiguiente el futuro- se ha construido en clave heroica, con la salvedad de que al hablar de héroes queremos decir guerreros, no poetas, o sacerdotes o literatos”. “La memoria histórica venezolana transcurre en un paisaje guerrero, un escenario copado por el poder militar” (p. 49). El militarismo, más allá de su intención, ayer y hoy impide la construcción civil de la República.
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