Avatar y la ética del derecho de propiedad
El Diario ExteriorEl último éxito comercial de Hollywood presenta esa vieja fórmula de la lucha entre buenos y malos y el triunfo final de la justicia sólo que ahora, en vez de ser los yanquis los buenos y los nazis los malos, los primeros son una tribu naturista de la cual Cameron, director de la película, apenas muestra de qué se alimentan y qué extraen de la naturaleza (parece que cazan pero tratan bien a las víctimas) y los otros son una perversa compañía motivada por la maximización del lucro.
Por supuesto que hay una valoración ética detrás de unos y otros que la película no esconde, pero es una descripción burda de unos y otros que ni vale la pena discutir. No obstante, la película plantea un dilema ético asociado al derecho de propiedad (los nativos salen en defensa de “nuestra tierra”, o sea que defienden tal derecho) que ya fuera discutido por economistas con un ejemplo asombrosamente parecido a la película.
En un debate académico que se extendió a través de varios artículos, los profesores Harold Demsetz, de la Universidad de California Los Ángeles y Walter Block de la Universidad de Loyola en Nueva Orleáns consideraron cuál debería ser el criterio para asignar un derecho de propiedad cuando existen dos usos alternativos e incompatibles entre sí1. Ambos reflejan dos visiones centrales de la ética económica contemporánea.
Demsetz es un economista utilitarista de actos para quien la justificación de una acción estará dada por las consecuencias, definiendo como favorables aquellas que generen la vieja condición planteada por Jeremy Bentham del “mayor beneficio para el mayor número”. Es decir, es necesario hacer un cálculo de costos y beneficios y si éstos superan a los primeros la acción es correcta.
Plantea el siguiente caso: supongamos que una isla contiene todo el stock conocido de un cierto árbol y ésta es habitada por una secta religiosa que veneran a esos árboles como si fueran Dios. Pero resulta que ahora se descubre que estos árboles contienen una sustancia que es una cura segura del cáncer. La secta religiosa no está dispuesta a entregarlos por ninguna compensación material. Demsetz asignaría el derecho de propiedad de esos árboles a quienes fabricaran la droga contra el cáncer y, en todo caso, que la secta tuviera que comprar su inviolabilidad. Los derechos de propiedad son, para este autor, instrumentales, y no cree que puedan defenderse de otras forma que por la utilidad que una cierta asignación genera.
Block, por el contrario, es un iusnaturalista libertario seguidor de John Locke en este punto. Para el filósofo clásico inglés el derecho de propiedad se origina y encuentra su justificación ética, en la mezcla de trabajo con un recurso que no tiene propietario. Es decir, alguien llegó primero, descubrió un recurso sin dueño, y lo posee, generando su derecho originario que luego puede transferir a través de contratos o legados. Critica a Demsetz con ironía al comienzo: ¿cómo saber si la asignación de los árboles para curar el cáncer es más “eficiente” que como objeto venerado?, ¿y si Dios realmente existe y se enojara mucho por eso condenando a la humanidad? Los derechos deben respetarse sin ningún tipo de valoración de eficiencia. Para él, no es primero la eficiencia y luego la asignación de derechos de propiedad sino al revés: precisamente porque se protegen estos derechos el mercado alcanza la eficiencia.
Incluso en propios términos utilitaristas esa violación del derecho de los nativos no sería “eficiente” ya que generaría inseguridad jurídica, ya que todo derecho estaría sujeto a una evaluación de costo y beneficio realizada por vaya a saber quién. Para Block el funcionamiento del libre mercado demanda el no uso de la violencia y el respeto de las relaciones voluntarias sin considerar las utilidades de determinado acto. El sistema será más eficiente gracias a que se respetan los derechos.
Probablemente Cameron, motivado por lo “políticamente correcto” no hubiera objetado que se asociara a los malos de la película al utilitarismo de Demsetz y la escuela de Chicago de la que éste es un prominente representante. Pero seguramente no habría imaginado que el más puro liberalismo de libre mercado le estaría proveyendo argumentos a favor de la posición de los avatares.
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