De que van, van
Aprincipio de los ochentas, acabadito de llegar a Nueva York, una amiga me contó que los judíos rusos protestaron en grande contra la presentación del Ballet Bolshoi en Lincoln Center. Le prendieron fuego a unos tanques de basura, y durante la función soltaron un montón de guayabitos que aterrorizaron a las señoras copetudas que asistían al Ballet asiduamente. ¡El arte no tiene que ver con la política!, argumentaban las ocambas balletómanas, cuyas familias –ni ellas, obviamente– habían sufrido jamás el Gulag en que se congelaban miles de disidentes soviéticos, mientras ellas disfrutaban del arte danzario a miles de millas de distancia.
Otro bateo similar dieron los refugiados chinos, cuando el viejo Bush declaró la tierra de Mao «nación más favorecida'', y como a los artistas siempre los usan de tropa de choque, mandaron por delante a la Opera de Pekín al Kennedy Center de Washington. Los jerarcas chinos son represivísimos, y por eso mismo, y por segunda vez en menos de un año, acabo de declinar una jugosa oferta de conciertos auspiciada por la Audi en Pekín. Escaparme de una jaula para meterme en otra sería poco consecuente, me parece a mí.
En 1985, Bob Dylan, Bono, Ringo Starr, Bruce Springsteen y otras luminarias del pop se reunieron para grabar el video Ain't Gonna Play Sun City (No tocaré en la Ciudad del Sol), una especie de canción protesta contra el apartheid, que exhortaba a negarse a tocar en aquella zona de casinos en Sudáfrica. Una gran mayoría de los músicos internacionalmente reconocidos se mantuvieron fuera de ese país. Frank Sinatra se atrevió a cantar en Sun City y las críticas le llovieron por todos lados.
En ese tiempo, Paul Simon tuvo también la infausta idea de volar a Johannesburgo, y dicen que a su regreso, un grupo de estos artistas y sus fans le dieron un tremendísimo «mitin de repudio'' en el aeropuerto al autor de Bridge Over Troubled Water. Y eso que el pobre tipo se fue a tocar con Ladysmith Black Mambazo y un piquete de músicos negros disidentes a Soweto, que si se mete en la zona de los blanquitos billetosos de Sun City, capaz que lo arrastren por todo Manhattan. Y yo los entiendo, pues en su momento, aquellas fueron maneras de rebelarse contra tanta injusticia, lo mismo para la izquierda que pa' la derecha.
Esta vez, después de 10 años de ausencia (pero no de olvido), Juan Formell y sus Van Van se presentan en Miami, y los exiliados, como es de esperarse, ya les tienen preparado su showcito multitudinario en la entrada del James L. Knight Center.
Una década atrás, Roger Hernández, brillante periodista del New York Post, comentó: Ain't Gonna Play Sun City no derrumbó sólo al régimen racista en Sudáfrica, pero la canción complementaba la iniciativa de la ONU de prevenir todo tipo de acercamiento cultural, académico, deportivo, comercial o diplomático con el país africano. Esta campaña internacional de aislamiento fue el arma más potente al servicio de Nelson Mandela, y la medida ayudó muchísimo en acabar con el apartheid. Pero por alguna razón, el mismo principio no se aplica cuando se trata de la Cuba de Castro. La ONU quiere que el embargo sea levantado y los rockeros no se juntan para demandar el fin del abuso contra los derechos humanos cometidos sistemáticamente por el gobierno cubano. Los americanos amantes de la música no vacilan en apoyar entusiastamente a Los Van Van, una banda que, en más de 30 años de existencia, no ha tenido nada malo que decir acerca de un gobierno que desde 1959 ha aplastado todo tipo de libertades. Y cuando los cubanoamericanos protestan su presencia en sus predios, estos no son vistos como gente peleando por la libertad de su tierra natal, sino como una banda de trogloditas de extrema derecha a favor de la censura.
Yo me alegro de no estar allí, Juanito, ni dentro ni fuera, pero como te estimo, me acongoja tu caso, pues tanto la valentía y la libertad como la complicidad y el disimulo tienen sus precios; y de que los exiliados van a recordarte esos altísimos precios no lo dudes, porque todo parece indicar que esos sí que de que van, van.
El autor es músico cubano exiliado en los Estados Unidos.
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