Chile: Costos de la popularidad presidencial
Los gobiernos y partidos en las democracias emplean las encuestas como ayuda para tomar decisiones, pero en Chile se ha ido más lejos, porque se las usa en exceso, con una lectura descuidada y arbitraria de los resultados y para justificar opciones que debieran basarse en criterios políticos o técnicos. Hay una tendencia a la encuestocracia, es decir, a actuar según los sondeos, por lo cual los políticos se subordinan a la opinión pública, en vez de conducirla y mostrar liderazgo, que es precisamente la política.
La atención a la altísima popularidad de la Presidenta Bachelet es una expresión de la encuestocracia. Su desempeño se mide no por sus logros -primera mujer en América del sur que llega a la Presidencia por elecciones, los enormes espacios a la mujer, la red de protección social, etc.-, sino por los resultados de encuestas. Y se destaca en el año de las elecciones de 2009, con porcentajes de aprobación superiores al 70% en las encuestas telefónicas de Adimark e Imaginacción. Después de la elección, en la medición de enero 2010, Adimark entregó un 83%, afirmando ser un caso sin precedentes en Chile y a nivel mundial.
Este resultado debe mirarse con cuidado. De partida, debe explicarse en el contexto del estilo de liderazgo presidencial, que privilegió el rol de jefe de Estado por sobre el de jefe de gobierno, manteniéndose alejada de la coyuntura y de los problemas controvertidos, como el conflicto mapuche, la huelga del Colegio de Profesores y su demanda sobre la "deuda histórica", entre otros. Y no usó la popularidad para persuadir a los congresistas para aprobar proyectos de leyes polémicos, como lo intentaron sus antecesores. Los anteriores presidentes también fueron jefes de gobierno, adoptando decisiones que provocaron legítimos rechazos en la oposición, teniendo por ello menores apoyos en las encuestas.
Además, Bachelet buscó el apoyo de los chilenos de gobierno y oposición, y tuvo éxito, porque el 60% de los votantes de Piñera la respaldó. Esto tuvo costos políticos, porque lo consiguió usando un estilo de escaso contenido político y priorizando sus atributos personales, como su simpatía. Ello limitó los efectos políticos de su popularidad porque era una adhesión a su persona, por lo cual era intransferible. De ahí que carece de sentido la conclusión de Adimark de que la derrota de la Concertación se explica por "un inédito desacoplamiento entre la figura de la Presidenta y la Concertación y su candidato".
Este estilo presidencial fue acompañado por mantenerse alejada de los partidos y de la Concertación, sin asumir directamente (como lo hizo el Presidente Aylwin) o a través de uno de sus ministros (como actuaron Frei y Lagos) la función de mediadora en los conflictos en la coalición. Esa fue una postura perjudicial para el conglomerado. Tampoco medió en los de su partido, con renuncias que llevaron a que en un momento hubo tres candidatos presidenciales del PS, además del abanderado oficial, el senador Frei.
La popularidad de Bachelet también será un problema para su sucesor, porque su gestión será evaluada en comparación con sus resultados de encuestas. Es inviable que el Presidente Piñera pueda continuar el estilo presidencial de Bachelet: por la singularidad que le dio ella, por su ambiciosa agenda y porque los partidos de la Concertación deberán antagonizar con el nuevo mandatario en la compleja búsqueda de su nuevo rol como opositores a un gobierno de derecha. Veremos cómo la ex presidenta hará uso de esa popularidad.
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