Fondo del Bicentenario: es sólo el aperitivo para los K
De la mano del Fondo del Bicentenario se ha colado, y no por casualidad, otro debate que tiene que ver con la independencia del Banco Central de la República Argentina (BCRA). Sólo por haber sido establecida en la demonizada década de los 90, resulta que ahora la autarquía del BCRA resulta excesiva, y la “nueva” corriente de pensamiento propone que el Central siga siendo independiente pero que no se limite a preservar el valor de la moneda, sino que, además, contribuya a generar crédito, empleo y no sé cuantas cosas más. En rigor, de nueva, esta corriente de pensamiento no tiene nada, dado que es tan vieja como las políticas keynesianas y en nuestro país esa supuesta coordinación del BCRA con el Ministerio de Economía se llevó puesta cuatro signos monetarios con alta inflación, mega inflación e hiperinflación.
Lo que está buscando el kirchnerismo es volver a las políticas monetarias sin límites de expansión monetaria para financiar el gasto. Ni más ni menos que eso. Y para “vender” la idea, el argumento es que las actuales restricciones que tiene la Carta Orgánica del BCRA son un pecado mortal por el simple hecho de haber sido aprobada en la década del ‘90.
¿Por qué se estableció la convertibilidad en 1991 y se sancionó una nueva Carta Orgánica para el BCRA limitándolo a preservar el valor de la moneda? Mi visión es que fue más por necesidad que por convicción. En efecto, el país venía de décadas de alta inflación e hiperinflación. La gente estaba fuertemente dolarizada y descreía del austral (la moneda de ese momento), de manera que tuvieron que recurrir a una medida muy potente para convencer a la gente que el BCRA iba a dejar de emitir para financiar al tesoro. Esa medida fue la ley de Convertibilidad. ¿Qué buscó la convertibilidad? Decirle a la gente: mire, los pesos que usted tiene en el bolsillo son simples recibos de la moneda que usted realmente considera como tal, es decir, el dólar, de manera que cuando quiera pase por el BCRA que si no quiere esos pesos le damos los dólares correspondientes.
La ley de convertibilidad no fue otra cosa que un reconocimiento implícito que el austral y luego el peso no era moneda para la gente. La moneda era el dólar.
Ahora bien, ¿ha cambiado el pensamiento monetario de la gente entre 1991 y la actualidad? No. La gente sigue mentalmente dolarizada y solamente usa los pesos para las transacciones diarias, pero lejos está de ahorrar en pesos porque sabe que su poder de compra se derrite a diario porque la inflación resucitó y cada día tiene más vigor de la mano de los Kirchner, quienes nos prometen darnos más dosis de la droga inflacionaria en nombre del crecimiento y del crédito.
La ley de Gresham (lleva el nombre de su inventor Thomas Gresham) dice que cuando una unidad monetaria depreciada está en circulación simultáneamente con otras monedas cuyo valor no se ha depreciado, las monedas depreciadas y por tanto menos valiosas, serán las que circulen, la "buena" se ahorra y a largo plazo, desaparece de las transacciones. Con esto, Gresham nos esta diciendo que si el peso está depreciado, la gente querrá sacarse de encima los pesos y guardarse los dólares que son los que conservan el valor. Algo que en los hechos ha ocurrido. Por ejemplo, entre 2007 y 2009 se fugaron algo más de U$S 45.000 millones. ¿Qué hizo la gente? Se sacó de encima los pesos, compró dólares y los quitó de circulación (los metió en la caja de seguridad, abajo del colchón o en un banco en Uruguay o EE.UU.). Es la mala moneda (el peso) la que se usa para las transacciones diarias y la buena moneda se la guarda para preservar el ahorro.
Bien, supongamos que los Kirchner consiguen modificar la Carta Orgánica del BCRA para ampliar la capacidad de financiamiento al tesoro. ¿Qué ocurrirá? El Central emitirá pesos, esos pesos, por la ley de Gresham, la gente se los quitará rápidamente de encima y preservará sus ahorros en monedas fuertes. Puesto de otra manera, por más quieran, los Kirchner no conseguirán derogar la ley de Gresham, por lo tanto, cada peso que emitan para financiar un nivel de gasto público disparatado como el que generaron, se irá a precios y al dólar. Por supuesto que el impacto pleno del mayor impuesto inflacionario, como es inevitable, lo pagarán los sectores de ingresos fijos, con lo cual argumentarán que lo hacen para beneficiar a los pobres pero, en rigor, le estarán aplicando el mayor peso del financiamiento del gasto a los más pobres al derretirles, como se lo vienen derritiendo, el salario real.
El otro punto que también sacan a relucir es que el Banco Central tiene que tener más flexibilidad para estimular el crédito. Si un alumno me formulara esta afirmación en un examen, lo bocho de por vida. La razón es muy evidente. El crédito es hijo del ahorro y el ahorro es parte del ingreso no consumido. Ahora bien, como por la ley de Gresham la gente se quita de encima la mala moneda y guarda la buena, la pregunta es: ¿quién en su sano juicio va a volcar su ingreso no consumido = ahorro para financiar el consumo o la inversión? Es más, ¿quién va a prestar dólares ahorrados en una Argentina que no respeta los contratos ni los derechos de propiedad? La respuesta es nadie.
Y como la respuesta es nadie, aquí viene el disparate del segundo argumento para reformar la carta orgánica del BCRA. Pretenden inventar el ahorro = ingreso no consumido, emitiendo moneda o volcando al mercado la moneda ya emitida que está en los bancos bajo la forma de Lebacs, Nobacs y pases pasivos. Con el simple trámite de no renovar a medida que vaya venciendo los stocks de esa deuda que el Central tiene con los bancos, volcarán al mercado parte de la fenomenal emisión monetaria que hizo Redrado y que quitó parcialmente con colocando esa deuda. Al momento de redactar esta nota hay un stock de aproximadamente unos $ 56.000 millones. Volcar al mercado ese dinero implicaría expandir el circulante en un 57%, el cual montado sobre una inflación ya existente del 20%, nos presenta un panorama al más puro estilo de los 80.
¿Va a ocurrir todo esto? Obviamente no tengo la bola de cristal, pero todo parece indicar que es altamente probable que encaremos por ese camino.
¿Por qué? Porque los U$S 6.500 millones del Fondo del Bicentenario es apenas un aperitivo de lo que quiere comerse el kirchnerismo. No sólo necesitan ese dinero para afrontar vencimientos de deuda, sino que, además, el déficit fiscal proyectado para este año enfila hacia los U$S 10.000 millones y a esto hay que agregarle toda la deuda flotante que sólo Dios sabe a que cifra sideral debe estar llegando. Cuando hablo de deuda flotante me refiero a la que tiene el Estado con contratistas del Estado, proveedores, demoras en los reintegros y devoluciones de IVA, entre otras.
Los U$S 6.500 millones del Fondo del Bicentenario son nada más que el quesito y el salamín que quiere comerse el matrimonio. El plato principal lo tienen en el déficit fiscal de la nación y las provincias. Y ese plato es en pesos. Así que la emisión o la confiscación de depósitos parecen casi inexorables si no bajan el ritmo de gasto público, algo que luce muy poco probable en la cabeza del matrimonio.
En síntesis, a esta altura del partido uno sabe si el Fondo del Bicentenario era realmente una necesidad para arreglar la deuda o sólo una excusa para abrir el debate de la reforma del Carta Orgánica del BCRA, para poder volver a los 80 en materia de financiamiento del gasto público. Lo que sí sabemos es que los Kirchner tienen un hambre fenomenal de dinero y cuando están hambrientos de plata, son capaces de hacer cualquier destrozo con tal de comer.
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