Las preguntas tontas no existen
El estado de la economía en Estados Unidos y el mundo no da grandes motivos para ser optimistas. Hace poco se reportó una cifra de crecimiento en la economía estadounidense que se aleja totalmente de la realidad; no es que necesariamente mientan sobre la cifras, sino que, cuando no siempre es fácil encontrar una postura distinta de la predominante, pocos podrían advertir que se trata de al menos una mirada parcial, y menos aún si no se trata de lo “políticamente correcto”.
El Producto Interno Bruto de los Estados Unidos alcanzó un ritmo de crecimiento del 5.7% en el último cuatrimestre de 2009, luego de haber crecido a solamente un 2.2% en el cuatrimestre anterior, es decir, se trata del crecimiento más rápido de la economía estadounidense de los últimos seis años. Este gran salto, sin embargo, solamente refleja la tremenda expansión monetaria que la Reserva Federal ha iniciado. En términos keynesianos, si el gasto es igual al ingreso, mayor gasto induce a una renta nacional más elevada, y por tanto, un crecimiento económico también más elevado.
Lo que en realidad sucede es un efecto contrario: Una vez que el banco central imprime dinero para inducir a la economía a salir de una recesión, provoca el consumo de bienes y servicios que nadie necesita, provocando una carrera de créditos sin respaldo y de negocios sobre actividades no productivas, un ciclo que en apariencia muestra recuperación o bonanza, pero que lamentablemente terminará colapsando.
Esto es lo que básicamente sucedió con la economía estadounidense cuando la administración Bush y Alan Greenspan, y que podría volver a suceder -en mayor magnitud, además- con los nuevos planes de estímulo y rescate de la administración Obama y Ben Bernanke.
Afortunadamente, no todos somos keynesianos ahora. James M. Buchanan acaba de publicar un devastador análisis del pensamiento y los agregados keynesianos, y un llamado a utilizar una perspectiva distinta de la economía.
El trabajo se titula “Los economistas están desnudos” (Economists Have No Clothes). Lo escribió preguntándose por qué los economistas tienen tan poco para decir sobre la crisis de 2008 – 2009, cómo y cuándo la ciencia perdió su rumbo, y si se puede hacer algo para devolverle el respeto a la ciencia económica para tratar el tema en cuestión.
Para tratar de responder, en una de las seis páginas del trabajo, Buchanan sostiene: “Desafortunadamente, los economistas en general, fallaron en entender que las variables agregadas que pueden ser medidas con considerable exactitud, podrían no ser variables sujetas a control, ya sea directa o indirectamente. El error fundamental aquí, es lo que se entiende por ‘economía’. El ‘problema económico’ (a pesar de Lionel Robbins) no es un problema técnico que puede ser definido simplemente como la asignación de recursos escasos entre usos alternativos. La economía, en un sentido de definición inclusiva, es probablemente mejor descrita como un orden que consiste en una serie de juegos de intercambios interconectados, simples y complejos, de los cuáles algunos resultados pueden ser considerablemente medidos, pero que no pueden ser elegidos o controlados por aquellos que toman decisiones concentradas”.
“Los economistas realmente no entienden lo que hacen cuando sienten la presión de controlar variables agregadas que no son controlables en ningún sentido directo. Por ejemplo, la tasa de empleo (o desempleo), no puede ser fácilmente afectada por simple mandato gubernamental. En el mejor de los casos, cambios pequeños y periféricos pueden darse mientras los agregados emergentes que se generan por el funcionamiento de la economía grande y compleja, permanece tercamente inmune, y peor aún, cuando los esfuerzos por una reforma son concebidos en forma equivocada”.
Como Hans Christian Andersen advertiría ya en 1837, solamente porque exista consenso entre una gran mayoría de los economistas sobre el origen y el rumbo de la crisis económica, no significa que estén en lo cierto.
- 23 de julio, 2015
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