El cierre de la nueva frontera
"Tenemos un acuerdo hasta 2012 que dice que Rusia será responsable de esto", dice Perminov, jefe de la agencia espacial rusa, del transporte de astronautas de otros países a órbita terrestre preestacionaria. "¿Pero después? Disculpe, pero los precios serán absolutamente diferentes entonces".
Los rusos serán profanos en el capitalismo, pero saben cómo funciona. Cuando se tiene el monopolio, se cobran precios de monopolio. En cuestión de meses, Rusia tendrá el monopolio de los paseos espaciales.
Al terminar este año, no habrá lanzadera, vehículo espacial estadounidense tripulado ni forma alguna de llevarnos al espacio. No estamos hablando de Marte ni de la Luna. Hablamos de la órbita terrestre baja, que Estados Unidos ha dominado durante casi medio siglo y de la que ahora se retira sin un suspiro.
Nuestra ausencia de la órbita preestacionaria iba a durar unos cuantos años, el intervalo entre la jubilación de la lanzadera espacial fatalmente frágil y su reemplazo con el programa Constellation (el cohete Ares, la cápsula Orión, la nave lunar Altair) para llevar a los astronautas de vuelta al espacio de forma más asequible y segura.
Sin embargo, los presupuestos de Obama para el ejercicio 2011 tumban el Constellation. En su lugar, no tendremos nada. Por primera vez desde que John Glenn volara al espacio en 1962, Estados Unidos no tendrá forma propia de llevar seres humanos – ni esperanza de llegar en el futuro próximo.
Por supuesto, la administración presenta la renuncia como un gran avance: el lanzamiento de vuelos tripulados recaerá ahora en el sector privado, mientras los esfuerzos de la NASA se dirigirán a aterrizar en Marte.
Esto es absurdo. Sería estupendo que las empresas privadas se encargaran de lanzar a los astronautas. Pero no pueden hacerlo. Es demasiado caro. Es demasiado experimental. Y las normas de seguridad para llevar a la gente realmente arriba y abajo son inalcanzables simplemente.
Claro, dentro de unas décadas habrá una robusta industria privada de viajes espaciales. Pero eso es mucho tiempo. En el ínterin, el espacio será propiedad de Rusia y China. El presidente agarra auténticas rabietas nacionalistas ante la idea de que China o la India nos adelanten en materia de las especulativas "energías alternativas". Sin embargo, está totalmente dispuesto a ceder gratuitamente nuestro espectacular liderazgo en la exploración espacial tripulada.
En cuanto a Marte, más tonterías. Marte está demasiado lejos. ¿Y cómo se llega allí sin los escalones del Ares y el Orión? Si no nos podemos permitir un cohete Ares para ponernos en órbita y en la luna, ¿cuánto tiempo llevará desarrollar un revolucionario sistema de propulsión que nos traslade no un cuarto de millón de millas, sino 35 millones?
Por no hablar de los efectos de la ingravidez a largo plazo, los de la exposición a los rayos cósmicos a largo plazo y el riesgo intolerable para la seguridad del astronauta implícito en cualquier viaje a Marte – seis meses de contingencias frente a los tres días de un viaje lunar.
Por supuesto, el proyecto de Marte entero como sustituto de la luna es simplemente una estratagema. Es el cebo clásico del gasto militar de alta tecnología: se tumba lo factible en nombre de cualquier alternativa distante sofisticada que nunca se llega a desarrollar o que simplemente es tumbada más tarde en nombre de otra alternativa más, aún más sofisticada y distante de un futuro aún más lejano. El ejemplo clásico es el bombardero B-1, que fue cancelado en la década de los 70 en favor del bombardero de reflexión B-2 indetectable, que luego fue abandonado en los 90 tras la producción de sólo 21 unidades (en vez de 132) en nombre de la pérdida de valor post-Guerra Fría.
Por otra parte, está la cuestión de la seriedad. Cuando John F. Kennedy se comprometió a ir a la luna, lo decía en serio. Contrajo un acusado compromiso personal con la empresa. Pronunció discursos recordados en la actualidad. Dedicó sumas astronómicas a hacerlo realidad.
En el apogeo del programa Apollo, la NASA consumía casi el 4 por ciento del presupuesto federal, que en términos presupuestarios del ejercicio 2011 son aproximadamente 150.000 millones de dólares. El programa espacial tripulado se muere hoy por falta de 3.000 millones al año – la tricentésima parte del paquete de estímulo del año pasado, con sus interminables proyectos sin importancia destinados a crear empleo precario que no van a dejar ninguna huella en la consciencia de la nación.
En cuanto al compromiso del Presidente Obama con la exploración espacial más allá de la Luna: ¿ha pronunciado un solo discurso o dedicado una coma de su capital político a ello?
Los presupuestos de Obama para la NASA plasman perfectamente la diferencia entre el progresismo de Kennedy y el de Obama. El de Kennedy era una evocación comunicativa, aventurada, orientada al futuro. El de Obama es un llamamiento retraído y estrecho a la retirada.
Hace cincuenta años, Kennedy abrió la Nueva Frontera. Obama acaba de cerrarla de un portazo.
©2010, The Washington Post Writers Group
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