Kirchner y Mujica, ¿vidas paralelas o vidas cruzadas?
El miércoles último, por iniciativa del presidente de la Cámara de Comercio Argentino Uruguaya, Juan Carlos López Mena, el presidente electo de Uruguay, José Mujica, almorzó en Punta del Este con 1500 empresarios privados en su mayoría uruguayos, argentinos y brasileños, flanqueado por Julio María Sanguinetti, quien fue dos veces presidente "colorado", y por Luis Alberto Lacalle, otro ex presidente, esta vez "blanco", al que Mujica venía de derrotar en las últimas elecciones. Al coincidir en torno de una misma mesa, los referentes de las tres grandes fuerzas políticas de la nación hermana vinieron a anticipar con su presencia que Mujica no anunciaría una simple política de gobierno , exclusiva de él y su partido, sino una política de Estado , común a todos los uruguayos.
Lo que, según los cronistas de este multitudinario encuentro, "encandiló" a la concurrencia, no fue sólo esta notable convergencia política, sino el mensaje del propio Mujica, quien exhortó a los empresarios a apostar sin temor a su país, comprometiéndose a "cuidar el clima de las inversiones, porque no se puede generar riqueza sólo con decisiones legislativas". El nuevo presidente, cuya aguda preocupación social es conocida, no entendió debilitarla sino reforzarla con sus palabras al agregar que, una vez que abunden las inversiones privadas, el Estado podrá financiar holgadamente su ambicioso proyecto social mediante una política impositiva razonable y estable.
En un pasaje decisivo de su tratado sobre el gobierno, el inglés John Locke imaginó que dos príncipes necesitaban grandes sumas para financiar una previsible guerra entre ellos. Uno, el príncipe necio , decidió entonces aumentar cuanto antes los impuestos, pero todo lo que consiguió al fin fue asfixiar a su pueblo y debilitar a su ejército. El otro, el príncipe sabio , decidió, al contrario, permitir y alentar el enriquecimiento del pueblo y, por haberlo hecho, sólo tuvo que aplicar después un impuesto proporcionalmente moderado para llenar sus arcas y ganar la guerra.
Pero lo que más impresionó a la concurrencia en Punta del Este no fue ni la convergencia política de los dirigentes uruguayos ni el discurso de Mujica en sí, sino el hecho de que fuera precisamente él, el más intenso de los tupamaros, quien lo pronunciara. Algunos empresarios, eufóricos, llegaron a decir "estamos ante un nuevo Lula". La racionalidad económica, por lo visto, ya no pertenece solamente a quienes siempre la acogieron, como el nuevo presidente chileno, Sebastián Piñera, sino también a quienes vienen de la izquierda militante como Lula y Mujica. ¿Qué está pasando, entonces, en nuestra América?
¿Liberales o socialistas?
Lo que está pasando es que después de muchas idas y venidas los gobernantes latinoamericanos más sensatos, más "sabios" en el lenguaje de Locke, están aprendiendo que la ruta del progreso económico y social al que aspiran nuestros pueblos no consiste en adherir exclusivamente al socialismo ni exclusivamente al liberalismo , sino en lograr una feliz combinación entre ambos. El propio Piñera, pese a sus impecables credenciales en favor de la creatividad de los mercados, que pudo experimentar con éxito notable en su propia actividad empresaria, anuncia ahora que se correrá de la "derecha" al "centro".
Pero ¿qué es, después de todo, el "centro"? Es el reconocimiento de que las dos ideologías más potentes de nuestro tiempo poseen, cada una de ellas, una parte de la verdad. Pero al anuncio de que habría que combinar estas dos "medias verdades" debe sumarse, para que su matrimonio sea fecundo, una fórmula que sepa acordarle a cada una de ellas la función que le corresponde. Si a una sociedad se la priva del inmenso estímulo de la competitividad, se la vuelve económicamente estéril. Esta es la verdad liberal. Pero si en esa sociedad no actúa además un Estado con ese algo de socialismo que le permita asegurar, aparte de la honestidad de sus propios funcionarios, el efectivo imperio de la competencia entre los empresarios y una justa distribución de la riqueza para mejorar la condición de los que están peor sin desalentar por ello las inversiones y la creatividad de los más capaces, lo que resulta al fin es el progreso insoportable de los favoritos.
Este es el difícil, éste es el delicado equilibrio del cual resulta, como lo han probado los países desarrollados de Europa, América del Norte, Asia y Oceanía, la riqueza de las naciones. Y esto es lo que vino a decir Mujica en su discurso: que Uruguay, con la ayuda de este "gato montés ahora vegetariano", también buscará el dorado equilibrio.
Tipos de líderes
Hay una cifra que resume el éxito o el fracaso de las naciones latinoamericanas: la cifra de la pobreza. Dígase lo que se quiera del socialismo que viene de gobernar a Chile durante los últimos veinte años: el hecho es que, desde una izquierda realista, moderada, pudo quebrarle el espinazo a ese enemigo de todos que es la pobreza. Ahora Piñera, al inyectarle el dinamismo empresario que le faltaba, podrá brindarle al país hermano la fuerza incomparable de una competitividad acentuada. Desde la izquierda, por su parte, Mujica ahora, como Lula antes que él, aspira naturalmente a abrirles la puerta de la competitividad a las fuerzas empresarias que acaba de convocar. Así es como los países que nos rodean van acercándose al dorado equilibrio.
Pero estos avances no se habrían logrado sin un complemento que ya no es ideológico porque no proviene de los libros, sino de la experiencia, y que se llama aprendizaje . En Perú, hoy una de las economías más brillantes de la región, podría verse retrospectivamente al primer gobierno catastrófico de Alan García como la ocasión dolorosa pero fecunda de un profundo aprendizaje. A lo mejor José Serra, que se esfuerza hasta ahora exitosamente en derrotar al Partido de los Trabajadores de Lula, podrá traer consigo esa cuota de empuje desbordante que coronaría a Brasil como una nueva potencia mundial. Y si Piñera puede sumarle al extraordinario éxito social de la Concertación más dinamismo sin caer por eso en un excesivo ideologismo liberal, Chile se convertirá en el primer país plenamente desarrollado de América latina.
Podríamos clasificar a los líderes latinoamericanos de diversas maneras según provengan de la izquierda o de la derecha. Hasta podría decirse que, así como Menem distorsionó el liberalismo al desnudar de sus necesarias funciones al Estado, Kirchner ha pecado de excesivo estatismo al virar en dirección contraria. Pero aquí no importa en definitiva de dónde vienen nuestros líderes regionales, sino hacia dónde se han encaminado como consecuencia de su aprendizaje. Lo peor de Kirchner, entre nosotros, no es que haya venido de la izquierda o incluso que haya cedido como nadie ante los torpes encantos de la corrupción. Lo peor que puede decirse de él es que no ha aprendido. ¿Estarán aprendiendo los que aspiran a reemplazarlo? Ni el peronismo ni el radicalismo son causas impolutas, pero tampoco son causas perdidas. En la moderación que muestren ellos y el resto de los opositores, en la sabiduría que al fin resulte de la experiencia que están haciendo reside, en última instancia, la esperanza de los argentinos. Y si al fin aprenden a vislumbrar, como Lula y Mujica, el verdadero camino del desarrollo, hasta podrán reconocer, cuando les llegue la hora del balance, que han tenido en Néstor Kirchner al mejor maestro involuntario de lo que no hay que hacer.
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