Europa y Brasil: encuentros, desencuentros y encontronazos
Madrid. – Entender el cambio cuantitativo y cualitativo en las relaciones de la Unión Europea (UE) hacia Brasil, y comprender el proceso de superación de las históricas desconfianzas brasileñas hacia el bloque europeo, es una buena forma de contextualizar la asociación estratégica que, desde la Cumbre UE – Brasil de Lisboa, en julio de 2007, se ha puesto en marcha y que emite, más allá de su dimensión bilateral, una clara señal hacia los países de América Latina: sigan el ejemplo brasileño si quieren crecer económicamente y si desean sociedades más cohesionadas, con distribución de la riqueza e inclusión social, en un marco de estabilidad política alejado de las tentaciones populistas y autoritarias, con una visión de largo plazo y políticas de Estado que les otorguen el prestigio y el reconocimiento internacional, condición necesaria para la atracción de inversiones y la generación de un clima favorable a los negocios.
En estos días de febrero, cuando el comité Unión Europea-Brasil que realiza el seguimiento de la asociación estratégica se reúne en Madrid, con motivo del semestre de la presidencia española, quizás convenga recordar los antecedentes de una relación que ha sufrido demasiados encontronazos e incomprensiones mutuas.
Las relaciones de Brasil con la UE, en la perspectiva de la política exterior brasileña, se sitúan dentro del eje asimétrico de sus relaciones internacionales, es decir, aquellas establecidas con países y bloques con los que existía un significativo diferencial de poder, principalmente los Estados Unidos, los países europeos más desarrollados y la Comunidad Económica Europea. La reducción del tamaño político en términos de poder e influencia de esta asimetría y el acercamiento en cuanto a los parámetros cuantitativos de tipo económico entre el Brasil actual y estas potencias, son algunos datos que explican el acercamiento euro-brasileño, algo impensable veinte años atrás.
Históricamente, Brasil siempre miró hacia Europa con una mezcla de desconfianza y de esperanza no materializada, en la medida en que el modelo político y social europeo encontraba eco en sectores políticos y económicos brasileños y abría un espacio de inserción internacional para el país, alternativo al del eje Brasilia-Washington, pero que al mismo tiempo obstaculizaba con la política comercial europea los anhelos exportadores de Brasil hacia el mercado comunitario.
Si comercialmente, las relaciones eran de discordia y de continuas reclamaciones brasileñas ante el GATT y su sucesora, la OMC, lo cierto es que en el campo de la cooperación política, Brasilia y Bruselas siempre se esforzaron por fortalecer sus vínculos y los canales de diálogo. En 1958, Brasil solicitó a la CEE la creación de un mecanismo permanente de consulta y fue, el 24 de mayo de 1960, el primer país latinoamericano que estableció relaciones diplomáticas con la Comisión.
Posteriormente, en 1973, se firmó un acuerdo CEE-Brasil, de los denominados como de "primera generación", al que siguió un acuerdo de "segunda generación", en 1980, y una dinámica de concertación y diálogo favorecida por la redemocratización brasileña (1984), el ingreso de España y Portugal en la CEE (1986), las primeras iniciativas de integración subregional que antecedieron al MERCOSUR (Acta de Iguazú, 1985) y el diálogo político de la UE con el Grupo de Río (1986). En 1992, se firma un acuerdo marco bilateral de cooperación y en 1995, el acuerdo marco de cooperación interregional UE – MERCOSUR, que culmina en el siglo XX, el marco jurídico de las relaciones euro-brasileñas.
Los cambios políticos en Brasil favorecieron y/o retrasaron un mayor acercamiento con la Unión Europea. Debía añadirse además la apuesta comunitaria por un esquema de relaciones mediatizado por la preferencia en el diálogo y la cooperación con el MERCOSUR, que en los años 90 aún era operativo y ofrecía esperanzas de cooperación y desarrollo en el Cono Sur, pero que está agotado hoy en día, debido a la irrelevancia hacia la que se encamina el bloque y a la diversificación de los intereses políticos y económicos reales (que no los retóricos de las declaraciones presidenciales de las Cumbres del MERCOSUR) de su principal socio: Brasil.
Para el gobierno de Cardoso (1995-2002), la Unión Europea fue "el socio más importante del MERCOSUR". Pero esta hermosa declaración no se materializó al no conseguirse concretar un acuerdo de libre comercio interregional, al entrar en crisis el MERCOSUR, a partir de 1999, y al sentirse el impacto negativo de la ampliación de la UE hacia el Este y del lanzamiento de la Ronda de Doha de la OMC, lo que irremediablemente obligaba a esperar a su conclusión para avanzar en las negociaciones interregionales.
Para el gobierno de Lula (2003-2010) la Unión Europea era apenas "un socio importante". La diferencia del matiz respecto a la etapa de Cardoso es significativa. En la etapa de Lula, y aunque la asociación estratégica augura un final feliz de la relación, lo cierto es que aumentaron los "encontronazos" y los "desencuentros" entre Brasil y la UE.
Basta recordar episodios como las demandas brasileñas en varias controversias comerciales en el seno de la OMC; la creación del G- 20 en la reunión de Cancún donde el canciller Amorim planteó la configuración de una "(…) nueva correlación de fuerzas que ha roto la tradicional dinámica de bipolaridad en el sistema GATT/OMC entre la UE y los EEUU"; el duro enfrentamiento verbal entre Mandelson (comisario de comercio de la UE) y Amorim previo a la ruptura de negociaciones en la cumbre de Hong-Kong de la OMC; y más recientemente la adopción por Brasil, en 2006, del estándar japonés de televisión digital, en vez del europeo.
El salto cualitativo en las relaciones UE – Brasil se formaliza cuando, en mayo de 2007, la Comisión Europea presenta una comunicación al Consejo y al Parlamento titulada "Hacia una Asociación Estratégica Unión Europea – Brasil" , donde se reconoce a Brasil como líder global con responsabilidades (políticas, ambientales…); paladín de los países en desarrollo en la ONU y en la OMC a la vez que articulador de coaliciones con países del Sur (IBSA) y en la Cooperación Sur-Sur; líder natural en Sudamérica y protagonista en el fomento a la integración (MERCOSUR y UNASUR), proporcionando estabilidad y prosperidad regional; importante socio comercial y núcleo de inversión de la UE y poseedor de enormes recursos naturales, con nichos de excelencia científica y académica, gran diversidad industrial, un vasto mercado interior y capacidades en la producción energética y el desarrollo sostenible.
Con estas credenciales, y bajo la presidencia comunitaria de Portugal, se celebró en Lisboa, en julio de 2007, la 1ª cumbre UE-Brasil de nivel presidencial, donde se presentó el modelo de "Asociación Estratégica" que abrió las puertas a las cumbres bilaterales de Río de Janeiro (2008) y Estocolmo de 2009. Junto a un plan de acción conjunto en ámbitos como el comercio, la energía, el multilateralismo y la ciencia y la tecnología, se estableció el funcionamiento del comité ministerial que, en esta ocasión, se ha reunido en Madrid, el 15 de febrero de 2010.
¿Qué factores explican este acercamiento UE-Brasil, plasmado en un mecanismo de Asociación Estratégica, que Bruselas reserva a los países emergentes que despuntan en esta primera década del siglo XXI? Sin duda, estos factores son múltiples y no siempre se han explicitado formalmente, por el lógico recato diplomático y para evitar la insatisfacción mal disfrazada que se respira en Buenos Aires y en otras capitales sudamericanas ante la opción preferencial de la UE a favor de Brasil.
Un primer factor está asociado, como se ha avanzado al principio del artículo, a la disminución del enorme diferencial de poder (político, económico e internacional) entre el bloque europeo y Brasil que ha generado una "igualdad relativa" que constituye el fundamento de cualquier modelo relacional basado en una asociación estratégica.
Por otra parte, es evidente la convergencia de intereses. Hay un interés brasileño en fortalecer sus relaciones con la UE como alternativa a los EEUU y como instrumento para incrementar su poder de negociación y su visibilidad internacional. Existe también, más disimuladamente es cierto, un interés europeo en fortalecer a Brasil como freno a la expansión del socialismo bolivariano, de manera que el tradicional papel de moderador constructivo, que la diplomacia del Itamaraty siempre ha desempeñado soberbiamente (salvo en la crisis hondureña), se vea todavía más potenciado.
Hay claros intereses europeos en impulsar el liderazgo brasileño como motor de integración regional para avanzar en temas concretos y se puede plantear la hipótesis de la necesidad sentida por algunos países de la UE de apoyar una "vía brasileña" para el desarrollo latinoamericano que concilia mercado y estado, genera crecimiento y promueve inclusión social.
En definitiva, la Asociación Estratégica significa el reconocimiento por la UE del papel que Brasil puede desempeñar como potencia emergente, representando un cambio en las condiciones de visibilidad internacional del país. Para Brasil, las relaciones con la UE son importantes pero no centrales ni prioritarias. Al mismo tiempo, están teñidas con un fuerte pragmatismo vinculado a la obtención de beneficios políticos (el apoyo a la candidatura brasileña al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas), al aprovechamiento de la capacidad científico-tecnológica de la UE y a temas educativos y medio ambientales.
No obstante, la apuesta europea con Brasil puede interpretarse como la prueba de que es en la vía de las relaciones bilaterales, y no en la estrategia regionalista, que se avanza realmente en las relaciones euro-latinoamericanas, tal y como ha señalado el Catedrático de Relaciones Internacionales Celestino del Arenal.
Si esto es así, existen algunas preguntas sin responder: ¿Supondrá la asociación con Brasil un debilitamiento del diálogo interregional y de la preferencia por los esquemas regionales de integración? ¿Es el enfoque bilateral de las relaciones de la UE con México, Brasil y Chile complementario o sustitutivo del regional? ¿Influirá positivamente la Asociación con Brasil en el desbloqueo de las negociaciones UE – MERCOSUR? ¿Qué consecuencias tendría en la relación con la UE un cambio de gobierno en Brasil, con orientaciones menos integracionistas? ¿Generará la asociación con Brasil recelos entre los socios brasileños en MERCOSUR y provocará una mayor aproximación de Buenos Aires a Caracas? ¿Implicará la asociación UE – Brasil, como afirman algunos analistas, una relativización del abordaje "iberoamericano" en las relaciones interregionales y supondrá una amenaza para un modelo que fue impulsado por España?
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