China-EE.UU.: tensiones de la nueva bipolaridad
China y EE.UU. derrumbaron la ilusión de una nueva bipolaridad que mostrara más la sinergia entre los dos gigantes que los abismos que abren sus codazos en un cuarto que parece muy estrecho. El temario de las diferencias va desde la gestión del cambio climático a la protección que el gigante asiático hace de su colosal mercado interno; la barrera a las exportaciones norteamericanas necesitadas de oxígeno, y la inquietante desconfianza china en el destino del dólar como moneda de reserva. Eso además de Tibet y Taiwan.
Si se corre un poco la frontera teórica se puede advertir que es mucho más lo que construye y revela este conflicto. Lejos de la contradicción típica de intereses entre las dos estructuras económicas más importantes del globo, en esta tensión parecen hallarse las primeras señales como gotas de un río que puede ser mar, de un fenomenal reacomodamiento planetario, un proceso que aceleró de un modo aún no mensurado la actual crisis económica. Esta pesadilla financiera que ahora aletea ominosa sobre Europa, está ordenando de otro modo una realidad que ya venía compleja. "Hacia mediados de siglo -escribe el politólogo Dominique Moisi¿, el mundo occidental representará solo 12% de la población mundial, con los europeos reducidos al 6%. En 1913, Europa estaba más poblada que China". En ese mundo que será asiático agrega que "Occidente representará el 30% de la producción global, la mitad de lo que era en 1950".
No es algo que haya que observar bajo el agua. La claridad de ese reacomodamiento explica la forma en que transitaron los últimos más duros intercambios sino-norteamericanos y la escalada del duelo. Aquí conviene no perder de vista dos elementos. Enre ambos jugadores, aquel que parece exhibir mayor impaciencia es sin embargo el que tiene el tiempo de su lado, China. El otro dato, aún más relevante, es que el nuevo lugar de menor fortaleza relativa de EE.UU. puede constituir un confuso estímulo para intereses que circulan por las orillas de este duelo, por ejemplo, Irán, Israel y no solo ellos.
Los roces entre los dos gigantes comenzaron con el cruce de sanciones comerciales por denuncias de dumping que inició EE.UU. Luego apareció el acoso a Google, la condena china a muerte de un británico y la venta por parte de EE.UU. de más de US$ 6 mil millones en armas a Taiwan. La cereza acaba de aparecer con la recepción en la Casa Blanca al Dalai Lama tibetano. Esa región del Himalaya, como la isla no comunista frente a la provincia china de Fujian, son territorios cuya soberanía demanda Beijing. Son espacios delicados. No todo es, sin embargo, como parece.
Barack Obama no incluyó en ese arsenal los submarinos y cazas F16 que había prometido en su momento el beligerante George Bush. Hay sí una flota de 60 helicópteros Black Hawk que no intimidarían al régimen. En cuanto al Dalai Lama, Obama se esmeró para que el encuentro careciera de un alcance protocolar que fogoneara la irritación china que, de todos modos, retiró su embajador de EE.UU. y no archivó (ni ejecutó) su amenaza de sancionar a Boeing entre otras grandes norteamericanas. Beijing también grita para que escuche su frente interno.
En su libro "On the brink" ("En el Borde") Henry Paulson, el ex ministro de Economía de Bush, afirma que en 2008, en plena crisis financiera Moscú, irritado con la Casa Blanca por el apoyo norteamericano a Georgia, le pidió a China que venda en masa sus bonos en las hipotecarias semiestatales Fannie Mae y Freddie Mac y así acelerar la bancarrota por la burbuja inmobiliaria. Beijing que tenía nada menos que US$ 400 mil millones de esos papeles, se negó para no complicar aún más a EE.UU. Rusia en cambio vendió aceleradamente los US$ 65,6 mil millones que tenía colocados en ambas compañías.
¿Por qué la China de esos gestos actúa hoy con más impaciencia? Sinólogos como George Gilder, Martin Jacques y hasta The Economist sostienen que en esta crisis el país asiático maduro y ganó autoconfianza. Washington, en cambio, ha perdido capacidad de coerción y "no está preparado para lo que eso significa: no poder negociar desde una posición de superioridad con China", escribe Jacques. "Tras su exitoso pasaje por la crisis económica de 2008, China -creció 10% en 2009- actúa con menor tolerancia a ser ignorada … tiene lo que decir sobre el mundo y espera ser escuchada", apunta The Economist.
Es un diseño que Washington parecería ignorar hoy más que ayer. Una razón es que Obama intenta ganar el voto del centro a la derecha y una forma es mostrando los dientes a la potencia asiática. Sorprende pero en EE.UU. parte de la clase media apabullada por la crisis cree que la posición relativa del país depende de sus líderes y no de contradicciones objetivas por ejemplo el enorme déficit fiscal, la deuda interna o una desocupación récord. Esa frustración esta en la base del movimiento Tea Party y las otras derechas conservadoras que ya conquistaron Massachussets, tierra históricamente demócrata.
Esa ceguera explica las críticas que recibió Obama tras su visita el año pasado a China en la que no logró abrir ese mercado para los bienes norteamericanos y, lo que es peor, se mostró con el tono cuidadoso que reserva un deudor hacia su principal acreedor. Recordemos que los chinos se niegan a liberar la cotización de su moneda para no encarecer sus exportaciones. Este es el punto más álgido de la relación y el que revela la proyección de China en un mundo que ya no admite como unipolar.
Obama con su dureza también busca no ceder áreas de influencia cruciales. China puede comprender el punto pero la crisis todo lo acelera. El retiro del embajador en Washington es una leve señal si se advierte que esta semana Beijing decidió diversificar su cartera y por primera vez dejó de ser el principal tenedor de bonos norteamericanos. El argumento: los déficits fiscales sin precedentes de EE.UU.
Desconfianza o puro realismo. Moisi, provocador, anota algo más: esto "anuncia que el dominio global de Occidente llega a su fin estimulado por sus propios errores y por su conducta irresponsable".
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