Los presidenciables en Argentina, ¿con el carro delante del caballo?
La campaña presidencial para cubrir el período 2011-2015 ya ha comenzado. De un lado, con un potencial electoral que gira en torno del 20 por ciento de los votos, se inscribe como único candidato el ex presidente Néstor Kirchner. Del otro lado, con un potencial electoral que suma alrededor del 80 por ciento de los votos, hay varios precandidatos entre los cuales se destacan, aunque no sean los únicos, Carlos Reutemann, Eduardo Duhalde, Mauricio Macri, Francisco de Narváez, Elisa Carrió y Julio Cobos. De un lado compite una minoría concentrada . Del otro lado, la desafía una mayoría fragmentada.
El politólogo italiano Gaetano Mosca hizo notar que una minoría organizada ha vencido muchas veces a una mayoría desorganizada. ¿Será éste el caso argentino en la campaña presidencial que ahora comienza? No necesariamente, porque tanto el oficialismo como la oposición muestran al comenzar la campaña fallas tan graves que sólo quienes las superen podrán aspirar a la victoria. Podría decirse, entonces, que, habiendo partido todos los bandos en pugna de un origen defectuoso, únicamente el que consiga superarlo ocupará finalmente la Casa Rosada.
La sombra que se proyecta sobre la candidatura de Kirchner es en este sentido la misma que frustró la candidatura de Menem en 2003. Como se sabe, nuestro sistema electoral sólo otorga la presidencia al candidato que obtenga la mayoría de los sufragios en la segunda vuelta. Menem logró un triunfo parcial en la primera vuelta, pero el aluvión de los votantes que no querían escogerlo en la segunda vuelta era tan poderoso que cualquiera fuera su rival en esta decisiva instancia lo vencería ampliamente. Ese rival resultó ser el propio Kirchner. Con una decisión controvertida, quien había sido presidente de 1989 a 1999 se retiró anticipadamente entonces de la contienda de 2003, pero su error decisivo no fue no ir a la segunda vuelta, sino ir a la primera, ya que las encuestas le venían diciendo que la mayoría de los argentinos, que lo había acompañado en las ocasiones anteriores, ya no lo haría.
En 2011, a Kirchner podría ocurrirle lo mismo. Si sus adversarios siguieran fragmentados como hasta ahora, quizás hasta podría llegar a la segunda vuelta. En esta instancia decisiva, empero, cuaquiera que quedara para desafiarlo podría derrotarlo fácilmente, con sólo recibir el aluvión de los votos antikirchneristas. Podría pensarse que el ex presidente de 2003-2007 modificaría para entonces su estilo para seducir al enorme residuo de los votantes no kirchneristas de la primera vuelta. Pero basta observar que Kirchner, con su tendencia hasta ahora inalterable a "doblar la apuesta" ante cada dificultad en vez de rectificarse, difícilmente abandonaría en tal caso el empecinamiento que lo ha caracterizado.
¿Con paraguas o sin él?
Si el empecinamiento es el rasgo de carácter que Kirchner no ha podido superar, sus rivales corren, por su parte, el riesgo de anticipar sus propias candidaturas individuales antes de intentar, como paso previo, una convergencia que por ahora no florece. Afuera llueve, pero ninguno de los precandidatos no kirchneristas ha salido a competir, hasta ahora, con el paraguas de esta coincidencia. ¿En qué consistiría este "paraguas"? En la elaboración conjunta de un programa mínimo de gobierno, al estilo de los Pactos de la Moncloa, que asegurase a los argentinos que, cualquiera que fuera el vencedor final en la contienda, contaría al comenzar su gobierno con el consenso de una vasta mayoría. El defecto común de los anteriores gobiernos, de 1930 hasta nuestros días, ha sido la decisión del vencedor de "cortarse solo" detrás de la utópica pretensión de dominar sin ayuda al resto de las fuerzas políticas, cuya previsible conjunción opositora terminaría tarde o temprano por anularlos, con la ayuda de un componente militar que hoy, afortunadamente, brilla por su ausencia, o sin ella.
En eso de "cortarse solo", Kirchner ha dado el más extremo de los ejemplos, pero la lógica del aislamiento a la que ha llegado no ha hecho más que repetir la torpe soberbia de sus antecesores. Si se recuerda, en cambio, que la Argentina gozó durante décadas de la estabilidad política y del consecuente desarrollo económico a partir del Acuerdo de San Nicolás de 1852, remoto antecedente, a su vez de la Moncloa contemporánea, se ve claramente que nuestro país sólo avanzó cuando sus fuerzas políticas, rechazando la tentación del solipsismo, se pusieron al abrigo de la división nacional que, de 1930 en adelante, fue la desdichada marca de nuestra declinación durante nada menos que ochenta años.
Desde el momento en que hoy consideramos el empecinamiento kirchnerista como prácticamente insalvable, sólo nos queda preguntar, entonces, si sus rivales están en condiciones de exorcizar, en esta instancia crucial de nuestra historia, el demonio recurrente del egoísmo político. ¿Saldrán finalmente a recorrer la distancia que aún les falta, protegidos bajo el ancho paraguas del diálogo político y la concordancia institucional?
De Duhalde a Carrió
En conjunción con el lúcido Rodolfo Terragno, el ex presidente Duhalde ha sido hasta ahora quien adelantó más que ningún otro la idea de que el período 2010-2011 genere, en vez de una típica elección divisoria donde sobresalgan como tantas otras veces los individualismos que nos frustraron, un nuevo tipo de elección entre fuerzas políticas, en definitiva, afines. Pero Duhalde tendrá que sortear en este empeño dos altas vallas. Una, la limitación de su propia estrategia, que lo induce a pelear mano a mano con Kirchner, por el dominio del vasto Partido Justicialista, sobre todo en la provincia de Buenos Aires. La otra, la animadversión que todavía encuentra en otros precandidatos, a la cabeza de los cuales figura Elisa Carrió con su embestida no sólo contra el propio Duhalde sino también contra Julio Cobos, una embestida que amenaza con dividir el Acuerdo Cívico y Social en el que hasta ayer se sumaban la Coalición Cívica y el radicalismo.
La precandidatura de Mauricio Macri cuenta, por otra parte, con buenas mediciones a nivel nacional, pero es difícil que su proyección política, basada hasta ahora únicamente en el distrito metropolitano, pueda extenderse, en el poco tiempo que queda, al resto del territorio nacional. En cuanto a Francisco de Narváez, cuenta en su favor con un comportamiento decididamente profesional que quizá lo impulse a reintentar en la Argentina la hazaña de Sebastián Piñera en Chile, mientras Reutemann, potencialmente un gran candidato, sigue por ahora deshojando la margarita, aunque más que por falta de decisión, porque es un "tiempista" que cree que los meses decisivos no serán los de ahora, sino los de fines de este año o incluso los primeros meses de 2011.
Cuentan que Julio César, cuando marchaba victoriosamente a conquistar Roma, pasó un día por una aldea miserable. Sus compañeros se burlaron entonces de ella, pero César les dijo: "Preferiría ser el primero en esta aldea que el segundo en Roma". Al fin, César prevaleció en su empeño autoritario, pero a costa de la reacción tardíamente republicana que se encarnaría en el puñal de Bruto. ¿Preferirán nuestros referentes opositores ser los primeros en sus aldeas que los segundos en Roma? ¿O sabrán formar parte, al contrario, de un vasto movimiento de convergencia al que en cierto modo anticipan sus coincidencias en el Congreso, resignándose sabiamente a ser, si es necesario, los segundos o los terceros en nuestra Roma a cambio de la fundación de esa república democrática, estable y progresista que todavía nos debemos?
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