Bolsa de líos
Eran las 20:00 horas del 6 de diciembre de 1996 e Inapol ardía. Una sobresaturación de gases en la zona de impresión quemó por completo la empresa chilena de bolsas plásticas. “Tuvimos que partir de nuevo de cero, pero hemos logrado mantenernos en el mercado”, dice entre suspiros Pablo Escobar, gerente general de Inapol y presidente de la Asociación Gremial de Industrias de Plásticos en Chile (Asipla).
Pero para Inapol el incendio le sirvió para renovar en nueva maquinaria y anticiparse a problemas que aquejan hoy a muchos productores pequeños de bolsas: el que sus productos no sean biodegradables.
Las protestas de grupos ecológicos en contra de las bolsas de plástico a nivel mundial, están generando más conciencia en el consumidor y, debido a eso, la amenaza de dejar de usarlas se hace más latente. En busca de soluciones, quienes se desempeñan en este rubro han tenido que adecuarse a la nueva tecnología de productos biodegradables, que buscan desintegrarse en menos tiempo que los actuales. Expertos sentencian que quien no se adapte, no sobrevivirá.
En México, principal fabricante de bolsas de América Latina, la situación podría ser dramática. Rafael Blanco Vargas, presidente del Instituto Mexicano del Plástico Industrial, explicó a los medios recientemente que podrían cerrar cerca de 200 empresas, por falta de tecnología suficiente que permita la degradación de este producto. Guillermo Salas, presidente de la Asociación Nacional de Industrias del Plástico (Anipac), del mismo país, considera que si eso ocurriera sería por la caída de la demanda. “Pero lo dudo. Las personas tienen que sacar las basuras de sus casas y no pueden hacerlo en vidrio, madera o papel”, argumenta.
México produce 390.000 toneladas de bolsas al año, lo que se refleja en 6,5 millones de unidades y unos US$ 400 millones en ingresos, según Anipac. Salas comenta que aunque antes de 2008 vivieron un período tranquilo, no estuvo exento de dificultades. En los últimos 10 años, del lugar 12 que tenían en este sector a nivel mundial, pasaron al 17. Después de ese año las cosas se complicaron aún más. Legisladores han presentado unas seis iniciativas para desincentivar el consumo de este material. En el primer semestre de 2009, la industria registró una baja de un 20% en la venta. “Pero al final de ese año, sólo perdimos un 5%, porque las empresas salieron con nuevos productos”, afirma Salinas.
Situación similar es la que se ha tenido que adoptar en Chile. “En Inapol estamos haciendo bolsas oxo. Éstas son más sensibles a la luz, humedad y temperatura, lo que reduce la degradación a dos o tres años”, explica Pablo Escobar.
Otra alternativa en la que está innovando Inapol son los productos naturales. Se pueden hacer a partir de los almidones que contiene la papa, el maíz o el azúcar, entre otros. El beneficio es que si el plástico se deja en la tierra se degrada en 180 días.
Pero no todas las empresas han podido adaptarse a esas nuevas tecnologías y satisfacer las demandas de las grandes cadenas de supermercados. Por diversos motivos, “entre 15 y 20 empresas de bolsas de plástico desaparecieron en Chile en los últimos 10 años. Sólo están sobreviviendo los más fuertes”, explica el gerente de Inapol, donde se producen 50 millones de bolsas mensuales.
“El problema es que hacer ese tipo de bolsas es más caro. Tanto así que los supermercados no podrían regalarlas a sus clientes, sino que tendrían que venderlas”, explica Salas.
En Brasil, segundo país productor en América Latina, se está viviendo un proceso de reestructuración que busca potenciar el reciclaje y acabar con las bolsas plásticas convencionales. Lo mismo pasa en Argentina, donde el senado de Buenos Aires estipuló una ley en septiembre de 2008 para que en el plazo de dos años se encuentren empaques de caracter biodegradable.
Quieren imitar a China e Irlanda, países donde ya se prohibió su uso e incluso se cobran impuestos, a menos que sean biodegradables.
“No sé qué tan beneficioso resulten al final los biodegradables. Aún se están estudiando y hay algunos que afirman que después no se pueden reciclar más”, dice Alfredo Schmitt, presidente de la Asociación Brasileña de la Industria de Embalajes Plásticos Flexibles (Abief).
“Bolseando”. Según reportes de prensa, en Brasil se consumen 1.000 millones de unidades al año y el 80% de ellas se ocupa para echar la basura. “Aquí la gente reclama, pero no tienen argumentos”, dice Schmitt.
Las razones para trabajar en esta área, según un estudio entregado por Asipla, es que el plástico representa el 1% del consumo mundial de combustibles fósiles. El más usado es el gas (60%) y para comercializarlo se le debe extraer obligatoriamente el etano para bajar su poder calórico. El etano se convierte en etileno, que de no ser capturado sería quemado o liberado al medio ambiente. Ese etileno se transforma en polietileno, con el que se hacen las bolsas plásticas. “Ésa es la razón por la que tenemos que romper los paradigmas. La contaminación se produce por el uso que la gente les da”, dice Escobar.
El presidente de Abief es más crítico. “Nadie discute esto desde el punto de vista técnico”, afirma y agrega que “no hay nada que pueda reemplazar los plásticos; lo que tiene que haber es una mayor inversión en educación y en reciclaje”.
La mismo cree Salas, quien está convencido de que los políticos dictan las normas para quedar bien con la gente, sin considerar la medidas de elaboración que hay detrás. Escobar, Schmitt y Salas comparten un principio básico: “en la naturaleza nada se crea, nada se pierde, todo se transforma”.
Por eso quieren continuar en este negocio, independientemente de que cada vez sea más complejo o más competitivo. “Esta industria seguirá siendo rentable”, comparten los ejecutivos del sector. Y uno de los factores clave será elaborar planes que busquen concientizar a la ciudadanía de la importancia del reciclaje.
Salas, de hecho, ya partió. Junto con instituciones académicas y la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales de México, crearon el proyecto “Saquemos a México de la basura”, el que busca crear 222 centros de transformación en el país para reciclar y convertir la basura en energía eléctrica, como ocurre en países como Taiwán, Estados Unidos, Canadá y Brasil. Al parecer, es hora de callar los discursos para demostrar por qué los plásticos deben seguir existiendo y no deben irse al tacho de la basura.
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