Libertad e igualdad económica
La Hora, Guatemala
La libertad y la igualdad económica son incompatibles, es decir, si hay libertad, no puede haber igualdad económica; y si hay igualdad económica (hasta el grado en que podría haberla), no puede haber libertad. La causa de esa incompatibilidad es que la libertad posibilita el desarrollo de la intrínseca individualidad de cada ser humano. Por ello mismo, posibilita la diferenciación y, por consiguiente, la desigualdad de cada uno (incluida la desigualdad económica), con respecto a los otros.
La igualdad económica, si ella fuese posible, o hasta el grado en que fuera posible, no puede ser producto de la libertad, sino de la imposición. Precisamente por eso, la sociedad que pretende más igualdad económica tiene que restringir más la libertad, es decir, tiene que ser más opresiva. Adicionalmente, cuanto más difícil es que los seres humanos sean iguales económicamente, y cuanto más libertad demanda el ser humano, más violenta tiene que ser la opresión.
Supongo que sociedad que pretende la igualdad económica realmente pretende, aunque sea implícitamente, que haya igualdad de riqueza, o una máxima aproximación a esa igualdad. Empero, en una sociedad en la cual la riqueza tiene que ser repartida para crear igualdad económica, o por lo menos la máxima igualdad económica, hay más interés en beneficiarse del reparto de riqueza, que interés en producir riqueza. La igualdad tendería a ser, finalmente, entonces, igualdad de pobreza. Nadie se beneficiaría de esa igualdad. ¿Acaso un campesino pobre tornaríase rico porque otros campesinos serían tan pobres como él?
Ni la desigualdad económica es causa de pobreza, ni la igualdad económica es causa de riqueza. O dicho de otra manera, la riqueza no consiste en igualdad económica, sino en una cantidad de bienes que excede la cantidad de bienes que son necesarios para vivir. Correlativamente, la pobreza no consiste en desigualdad económica, sino en una cantidad de bienes que no excede la cantidad de bienes que son necesarios para vivir. Dejar de ser pobre no consiste, entonces, en ser igual que otros seres humanos, sino en tener bienes excedentes, aunque haya una infinita desigualdad económica.
La humanidad ha progresado, no porque los seres humanos son cada vez más iguales, sino porque la libertad, y la desigualdad económica inherente a ella, ha posibilitado generar riqueza suficiente para que un número creciente de seres humanos satisfaga, no sólo la pura demanda primaria de vivir, sino la demanda de una mejor calidad de vida. En este sentido debe importar, no cuál es el número de ricos con respecto al número de pobres, sino cuál la calidad de vida de los pobres, y qué oportunidades tienen de mejorarla.
Una sociedad que pretende progresar debe detestar la opresiva igualdad, y posibilitar la libre desigualdad. De la desigualdad brota, como de una prodigiosa fuente universal, una creciente riqueza, de la cual también se benefician aquéllos que, por su insuficiente diferenciación y su inicua aproximación a la igualdad, son menos aptos para contribuir a aquella fecunda desigualdad.
Post scriptum. Pretender que la igualdad económica reduce la pobreza es tan absurdo como pretender que la igualdad intelectual reduce la estupidez.
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