La pandilla internacional
La verdad es que la satrapía que impera en Venezuela da para cualquier cosa en materia de vínculos y relaciones con los regímenes y grupos irregulares más conspicuos del planeta.
Desde la "alianza estratégica" con la dictadura militar que encabeza Ahmadinejad en Irán hasta el contubernio con la guerrilla colombiana, pasando por buena parte del repertorio político-delictivo de reconocimiento general, como la ETA o las mafias gubernativas de Bielorrusia.
Hay una especie de coincidencia natural entre la cúpula de la revolución bolivarista y los llamados "estados renegados" y sus sucedáneos, los movimientos, bandas o vanguardias que operan en la clandestinidad internacional con objetivos de mezcolanza criminal.
Y no es tanto de carácter ideológico, como podría suponerse por la retórica anti-imperialista de sus voceros oficiales, sino más bien de orden práctico e identidad en el proceder: la doble fachada, la legalidad aparente, y el desprecio absoluto por las reglas de juego que impidan alcanzar sus objetivos reales.
Los de aquí tienen una escuela insuperable en el "internacionalismo" de los hermanos Castro Ruz que, venidos a menos, desarrollaron habilidades casi exquisitas en la duplicidad diplomática y en el arte de la subversión encubierta. Mención aparte merecerían sus cualidades bélicas en medio mundo, pero ello es materia distinta.
Así por ejemplo, el señor Chávez se las arregla para presentarse como campeón de la legitimidad democrática de Honduras y defensor escrupuloso de la no-intervención, al mismo tiempo que opera y financia a grupos políticos en diversos países de América Latina que se empeñan en formar gobierno, por las buenas y las malas.
Del mismo modo, el entramado de relaciones entre el régimen venezolano y sus pares de Cuba, Irán o Bielorrusia, tiene una portada de presentación más o menos acorde con los cánones internacionales, pero el grueso del contenido escapa a la supervisión nacional y se expande en una imbricada red de compromisos que van mucho más allá de la esfera convencional de los vínculos entre Estados que respeten el derecho global.
Cuando un juez español, o una comisión de la OEA, o un fiscal de Estados Unidos, o un comité europeo, o una Ong de prestigio, o un gobierno latinoamericano, sustancia denuncias y presenta evidencias del accionar ilegal y hasta clandestino del oficialismo venezolano, entonces la respuesta invariablemente es la misma: la consabida campaña imperial en contra de una revolución justiciera.
Respuesta incriminante, si la hay, porque nunca se refiere a los méritos de la denuncia o evidencia, sino a las pretendidas intenciones de la supuesta maniobra anti-nacional. Es la lógica de la pandilla internacional, a la que el Estado rojo se ha venido sumando con una mano a la vista y con la otra escondida.
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