Los argentinos y el dólar: historia de una pasión nacional
La icónica moneda verde de los Estados Unidos mantiene al país más austral del mundo bien ocupado. Desde el ahorro personal hasta la compra de un inmueble, el rostro del político estadounidense Benjamin Franklin está presente en el derrotero diario de las decisiones económicas. Es un hecho: el argentino piensa en dólares. Pero, ¿cuándo comenzó esta “obsesión”? ¿Se debe sólo a factores económicos o también culturales? ¿Es consecuencia de una sobrevaloración de la moneda extranjera o de una falta de confianza en la nacional? Y ante todo, ¿podrá el argentino alguna vez volver a confiar en el peso?
La historia inflacionaria de la Argentina resulta, para los especialistas consultados por Weekend, la motivación más importante que llevó a los argentinos a desconfiar de su propia moneda. Mario Brodersohn, ex secretario de Hacienda de Raúl Alfonsín y economista de la consultora Econométrica, afirma que "tenemos una historia de casi 50 años de inflación que creó el hábito en los argentinos de que la única forma de protegerse de la suba de precios es con dólares". El economista explica que en las décadas del "40 y "50, el mecanismo para resguardarse de la inflación "era comprar viviendas, ya que la gente se podía endeudar con tasas de interés que estaban por debajo de la inflación". Una vez que se consumó esa coraza protectora, los argentinos se empezaron a proteger “directamente” con la moneda norteamericana. Y este refugio se da -principalmente a partir del fin de la convertibilidad- en entidades bancarias fuera del país. "Los montos de los depósitos en dólares en el sistema financiero argentino son muy bajos: deben llegar a los u$s 10.000 millones. La crisis de 2001 hizo que la gente siguiera acumulando dólares en el exterior", añade Brodersohn.
Según Jorge Vasconcelos, economista jefe de Ieral-Fundación Mediterránea, el resguardo en la moneda estadounidense se debe a una doble motivación: "La desconfianza en el peso y la dificultad para justificar fondos de agentes económicos debido a la alta proporción de la economía informal" del país. Y agrega: "La inflación crónica generada por un estado deficitario y defaulteador serial coronó la hiperinflación de fines del ‘80. En la base está que la economía había agotado el modelo de sustitución de importaciones sin tener uno nuevo, y mientras el Estado intentaba tapar todos los agujeros, recibía las demandas de crecimiento y empleo de la población. Eso lo transformó en un Estado con déficit crónico y alimentó la inflación estructural". Asimismo, Vasconcelos considera que se puede trazar una analogía entre lo que ocurrió con el dólar en la economía argentina en los últimos 50 años y lo que pasó con el oro en la economía mundial en los postreros cinco años, período en el cual su precio “se ha duplicado de u$s 500 a u$s 1100" la onza. "El mundo ha vivido una especie de argentinización, pues hay quienes piensan que la política fiscal y monetaria de los Estados Unidos no es sustentable, y de ahí, la demanda sostenida del oro".
Los orígenes de la actual desconfianza en la moneda local se acentuaron a través de la pérdida de un peso fuerte, acontecimiento que encuentra su lugar en la historia económica argentina. "Desde 1948 en adelante se fue perdiendo el valor del peso, dado que se fueron sucediendo devaluaciones periódicas para ajustar el valor que se había ido depreciando con la inflación", dice María Inés Barbero, directora del Centro de Estudios de Historia y Desarrollo de Empresas de la Universidad de San Andrés (Udesa). Para la profesora de historia, la situación se agravó aún más desde 1975 con el Rodrigazo, "que implicó una megadevaluación y dio origen a una etapa de "alta inflación" que se mantuvo hasta la ley de convertibilidad" promulgada en 1991. "La Argentina empieza a tener una inflación más alta que la norteamericana desde fines de los años 40. Entre los "50 y principios de los "70, con muchos altibajos, la inflación va creciendo hasta instalarse, a partir de 1975, por encima del 100% anual durante 15 años", amplía Lucas Llach, economista especializado en historia económica de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT). Es así que desde la década del ‘70, transacciones internas (como la compra de inmuebles) se comenzaron a efectuar tomando como valor de referencia al dinero norteamericano.
¿Obsesión que contagia?
Lejos de los episodios que ha sufrido la economía argentina en el último medio siglo, el dólar se antepone al inestable peso como representación de lo consistente, lo seguro, lo estable. "La desconfianza forma parte de la economía. Y, para nuestro país, la obsesión por el dólar aparece como una respuesta natural, incluso racional de los individuos al medio en el que se mueven. Es un hecho que ‘el que apuesta al dólar no pierde’", asevera Eduardo Fracchia, director del área económica del IAE Business School, en referencia a la famosa frase que el ex ministro de Economía, Lorenzo Sigaut, inmortalizó en 1981.
Con una economía dolarizada de hecho, el uno a uno de la era menemista permitía realizar todo tipo de transacciones con la moneda norteamericana. "La gente ahorraba en
América Central, tierra de economías dolarizadas
Desde 1904, la moneda oficial de Panamá es el dólar, convirtiéndose así en el primer país de la región que ha sido oficialmente dolarizado. En la actualidad, el balboa también es una moneda de curso legal en el país y posee paridad con el dólar, aunque sólo existe circulación de monedas y no de billetes, puesto que es utilizado para pequeñas operaciones.
"Ecuador está dolarizada desde 2000 y El Salvador desde 2001", dice Eduardo Fracchia, del IAE. El primer país adoptó el uso de la moneda extranjera para operaciones económicas domésticas luego de de una fuerte devaluación del sucre en los ‘90. En el segundo, la ley de Integración Monetaria cumplió el 1 de enero nueve años desde su implementación. Los defensores salvadoreños de la dolarización defienden el factor de estabilidad económica que significa la moneda estadounidense, mientras que sus críticos le atribuyen un costo de vida elevado.
Según Fracchia, "Costa Rica y Uruguay también tienen economías bastante dolarizadas". En coincidencia, el economista Enrique Blasco Garma sostiene que en Uruguay existe un "tipo de cambio libre, por lo cual se puede comprar y vender sin ningún tipo de restricciones y además, poseen muchas inversiones provenientes del exterior". En el caso de la Argentina, la dolarización de hecho instaurada en la época menemista hizo que el “80% de los plazos fijos” de esa década fueran en dólares. Para José Luis Espert, de la consultora homónima, Venezuela es un país que ha sufrido una “argentinización” en cuanto a su visión del dólar, ya que sostiene que cuando “(Hugo) Chávez prohibió que la gente compre dólares, la gente salió a comprarlos”. cuentas bancarias denominadas en dólares, se endeudaba en dólar, pero el peso seguía siendo la moneda de curso legal. Esta dolarización fue producto de la ley de convertibilidad y del "desamor" de la ciudadanía por la moneda local", sostiene Fracchia. Para Cristian Alonso, también del IAE, el fin de la convertibilidad “marcó el regreso de la inflación, aunque ésta se tornó un problema crónico recién desde 2005, y con ella, la corrosión continua del peso".
Por su parte, Vasconcelos hace hincapié en que el corralito de 2001 "no fue un hijo de la convertibilidad, sino de la dolarización. Al interpretarse como dolarización, se consideraban en igualdad los créditos en dólares y en pesos, y los bancos concedieron muchos créditos en dólares a las familias. Eso generó la certeza de que si había un riesgo de devaluación presente en la Argentina, esa devaluación derivaría en una crisis bancaria”.
Asimismo, el economista de Ieral considera que la Argentina "no reunía las condiciones para ir hacia una dolarización", pero que tomó ese camino como consecuencia del enfoque dolarizador que poseía el Banco Central en ese momento, que se mantuvo a lo largo de la década del ‘90. Para Vasconcelos, el desvío hacia una dolarización representó una "oportunidad perdida" para el país, puesto que a pesar de la estabilidad lograda, "no se generaron suficientes instrumentos de política económica para pesificar más a la economía", y así, ser el motor de una renovada confianza para la ya alicaída moneda nacional.
Los habitantes de dos economías vecinas de América latina parecieran no compartir el pensamiento de los argentinos sobre el dólar y regirse en mayor medida por sus monedas locales. "El hábito de depositar en moneda de sus propios países" en Chile y Uruguay se debe, para el ex secretario de Hacienda de Raúl Alfonsín, a que esas naciones no sufrieron inflaciones tan fuertes como las de la Argentina.
Sin embargo, Brodersohn destaca que Brasil constituye un caso especial, el "más raro", puesto que junto con la Argentina, la nación verdeamarela tenía una gran inflación en la década del ‘80. "Pero la gente seguía pensando en reales y no en dólares. Lo que juega a favor es la credibilidad del país, la confianza en la política y en las instituciones. A Brasil lo benefició esa sensación de que el país va a seguir pra frente, como dicen ellos", asevera.
En la misma línea, Enrique Blasco Garma, economista de CIIMA-ESEADE, asegura que la economía brasileña "posee un tipo de cambio muy flotante y tiene una política monetaria con una meta clara de inflación de, por ejemplo, un 4% anual. Los brasileños han ido confiando en eso y por ello, siguen menos los avatares de lo que sucede con el dólar".
No obstante, Fracchia no cree estar “tan seguro” de que los vecinos de la Argentina no piensen en verde. "Las monedas de la región siempre han sido muy débiles, así que me inclinaría a pensar que también ellos piensan en dólares, aunque quizás no tanto como acá”. Para el economista del IAE, Brasil y Chile sí poseen economías sólidas con una tendencia a la apreciación de sus monedas, lo que puede constituir una "señal de fortaleza”, pero "no creo que llegue a reemplazar la idea de estabilidad que encierra el dólar".
Volver a confiar
Más allá de la obsesión argentina por el dinero estadounidense, la principal duda que surge es si, en el largo plazo, los habitantes del país podrán expresar renovada confianza en su moneda. "Para que el argentino pueda volver a confiar en el peso hay que hacerle una lobotomía", ironiza José Luis Espert, director de la consultora homónima. El economista de Espert & Asociados opina que el elemento básico en la restauración de la confianza en la moneda nacional se logra a través de "estados chicos que cobren bajos impuestos y que nunca se desequilibren demasiado fiscalmente, porque acá las estafas han sido consecuencias de grandes déficits fiscales". Y Llach complementa: "además de una moneda más sana, no sería mala idea tener una unidad de cuenta para el ahorro y el crédito ajustado por inflación real, para reemplazar gradualmente al dólar como reserva de valor".
Contrariamente, Blasco Garma argumenta que "si nos da más confianza el dólar, reemplacemos la moneda nacional por el dólar", para ganar más confianza y bajar la incertidumbre de "una economía que castiga a todas las actividades". El autor del libro Dolarizar. El fin de las monedas nacionales (2001) evalúa que "lo que estamos diciendo los argentinos cuando no queremos tener pesos o cuando queremos tener pocos pesos es que desconfiamos de nuestras propias autoridades".
Para el economista jefe de Ieral, la importancia de tener una moneda recae en la posibilidad de hacer política anticíclica, al igual que hizo los Estados Unidos con la crisis financiera que se desató a fines de 2008. Vasconcelos explica que cuando hay una crisis profunda en el país que deriva en una caída de la demanda de pesos, “las políticas para recuperar confianza en la Argentina terminan siendo procíclicas”, puesto que no se puede realizar una política sólida de expansión del gasto público o de expansión monetaria porque los agentes económicos no demandan instrumentos emitidos por el Estado. “En 2009, el Estado de Chile acumuló más de u$s 20.000 millones en un fondo anticíclico, mientras que en los últimos cinco años Brasil pasó de ser deudor a acreedor neto, con una deuda externa u$s 50.000 millones menor a las reservas del Banco Central”, diferencia.
- 23 de julio, 2015
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