Dos Chiles tras el sismo
Concepción, Chile. – No es que el terremoto de 8.8 grados haya roto a Chile en dos. No. Lo que pasa es que el sismo dejó al descubierto que en realidad hay dos Chiles (y siempre los ha habido).
Uno es el Chile que nos vendieron en el exterior: moderno, vanguardista, exportador, el de los tratados de libre comercio, casi primer mundo. El otro es el Chile que no invitaron a la fiesta, el que no se subió al camión del desarrollo, el de las mayorías pobres que olvidaron los que habitan el Palacio de la Moneda y los de los rascacielos intactos de Santiago. Es el «Chile bárbaro'', según me comentó el escritor y diplomático Jorge Edwards. Siempre ha estado ahí, me dijo. Pero muchos no lo veían. Hasta que el velo cayó con el temblor.
La mejor prueba de la existencia de estos dos Chiles surgió durante los disturbios en esta ciudad de Concepción a pocas horas del sismo. Tomó a todos por sorpresa.
Miles de chilenos de ese Chile olvidado se sintieron desconectados y totalmente aislados del resto del país y del gobierno central. Y se lanzaron a las calles a saquear tiendas y supermercados. Unos, sí, iban por comida para los suyos. Otros simplemente aprovecharon la situación y se llevaron televisores de plasma y refrigeradores en una ciudad que no tenía ni electricidad.
Con razón, muchos chilenos reprobaron los robos y saqueos. Pero, como me dijo el cineasta Jorge Ulla, la marginación no se puede ocultar. En Chile, como en el resto de América Latina, el 10 por ciento más rico acumula más de la mitad del ingreso. Y los más pobres siguen siendo terriblemente pobres y apenas sobreviven.
Esos son los que se quejaban de la falta de ayuda. Esos son los que reprimió el ejército cuando la presidenta Michelle Bachelet por fin se decidió a enviar a los soldados a controlar los disturbios.
Entiendo su reticencia. Desde la época de Pinochet los soldados no salían a reprimir a la población. El mismo padre de Bachelet murió durante la dictadura. No fue una decisión fácil, pero se tardó mucho en tomarla. Primer error.
El miedo de los chilenos al ejército parece hereditario. No he visto a ningún pueblo latinoamericano respetar (o temer) tanto a su ejército. «Aquí no vuela ni un pájaro sin autorización'', me dijo, sin bromear, un militar.
Y los periodistas también nos tuvimos que someter. Sólo pudimos entrar a Concepción con un salvoconducto de los militares. El toque de queda únicamente permitía a la gente salir de sus casas por 6 horas al día para abastecerse de agua y comida. Pero a veces era una labor imposible.
Segundo error. Es difícil entender por qué el gobierno de Bachelet no informó a los pobladores de las costas en el sur que un maremoto o tsunami era inminente luego del terremoto. La Armada ya reconoció el error. Pero fue grave y se cuenta en muchas vidas perdidas por ineficacia burocrática.
Tercer error. La imagen de autosuficiencia de Chile se desmoronó tras el temblor. Un ministro dijo que iban a estudiar las ofertas de ayuda extranjera. No dijo que no la recibirían. Pero el comentario vago y apresurado detuvo la generosidad internacional cuando todavía se podían salvar vidas y ayudar a los más afectados.
La presidenta Bachelet no desmintió al ministro y se tardó 6 días en aclarar que nunca habían rechazado la ayuda del exterior. Supongo que ver al presidente peruano Alan García ofreciendo ayuda –a pesar del diferendo marítimo, de las tensiones históricas y de que no se ponen de acuerdo ni siquiera en el origen del pisco, que ambas naciones reclaman– fue difícil de digerir para la clase política. Pero estos son momentos extraordinarios.
Cuarto error. La ayuda no llegaba a los más damnificados. Yo hablé con muchos en esta ciudad que perdieron su casa, que vivían en la calle y que no habían recibido ni un pan. Por eso brincaron por absurdas las declaraciones de la presidenta de que no había desabastecimiento de comida o combustible. Bastaba caminar unos metros sin guardaespaldas para darse cuenta de que eso no era cierto.
Quinto error. Bachelet parecía paralizada en la Moneda. El sismo la desbordó. Los chilenos la querían ver en control. Pero se tardó en ir a los lugares más afectados.
Bachelet era (en pasado) una de las presidentas más populares del país. Hoy muchos chilenos agradecen que se vaya tan rápido tras el vacío de autoridad y capacidad que mostró su gobierno en los días posteriores al sismo. Era una buena presidenta en la normalidad, no en las crisis.
Ahora le toca a Sebastián Piñera, el nuevo presidente, crecerse ante las enormes expectativas que los chilenos han puesto en él. No se trata sólo de reconstruir el país, dijo, sino de reconstruirlo mejor. Es cierto. El problema de fondo en Chile no son las grietas dejadas por el terremoto ni las poblaciones ahogadas por el maremoto. No. El problema de fondo es que una parte del país se echó a correr con la modernidad y no se dio cuenta de que detrás dejaba a millones, sin esperanza y sin manera de alcanzarlos.
Como si fueran placas tectónicas chocando, la sociedad chilena acaba de tener un adelanto de lo que está por venir. Y si no libera esa tensión causada por la desigualdad, la próxima revuelta pudiera ser la grande.
El resentimiento de los que quedaron atrás salió con furia durante el temblor. El reto de Piñera es unir a esos dos Chiles en uno solo. Si no lo hace, el país corre el riesgo de explotar.
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