La OEA, o una historia de infamia
La Hora, Guatemala
La Organización de Estados Americanos, OEA, fue creada por la Conferencia Internacional Americana de Bogotá, celebrada en el año 1948. Dos previas conferencias habían preparado la creación de esa organización.
La primera fue la Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y la Paz, celebrada en México, en el año 1945. La segunda fue la Conferencia Panamericana de Río de Janeiro, celebrada en el año 1947, de la cual surgió el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, TIAR.
Uno de los principios de la OEA es que “todo Estado tiene derecho a elegir, sin injerencias externas, su sistema político, económico y social… y tiene el deber de no intervenir en los asuntos internos de otro Estado.” Empero, la OEA no acata ese principio sino que actúa principalmente para proteger dos intereses. El primero es el interés del gobierno de Estados Unidos de América en todo el continente. El segundo es el interés de los gobernantes latinoamericanos.
Por proteger el interés de Estados Unidos de América, la OEA es una institución servil. Por proteger el interés de los gobernantes latinoamericanos, es un sindicato político, dispuesto a defender a quien persista en gobernar, aunque el pueblo quiera destituirlo o derrocarlo. Empero, la OEA no protege a aquel gobernante que Estados Unidos de América tiene interés en eliminar. En este caso ella adquiere una repulsiva dualidad: es servil y traidora. Víctimas de esa dualidad han sido gobernantes izquierdistas (por ejemplo, Jacobo Árbenz Guzmán, Presidente de Guatemala) y gobernantes derechistas (por ejemplo, Anastasio Somoza Debayle, Presidente de Nicaragua).
Ser principalmente protectora de ambos intereses convierte a la historia de la OEA en una historia de infamia. Es una infamia que connota atentar contra el honor, abundar en deshonestidad, y poseer un cuantioso tesoro de miseria moral. Precisamente Guatemala brindó la oportunidad de que la OEA ejecutara uno de sus primeros actos de infamia (espléndido en servidumbre y traición), cuando, en el año 1954, fue derrocado el gobierno del presidente Jacobo Árbenz, con la cooperación del gobierno de Estados Unidos de América. La OEA jamás exigió que Árbenz Guzmán fuera restituido.
República Dominicana brindó la oportunidad de renovar la historia de infamia de la OEA, cuando, en el año 1965, fue derrocado el presidente Juan Bosch, también con la cooperación de Estados Unidos de América. La OEA jamás exigió la restitución del presidente Bosch. Y devino una guerra civil. Estados Unidos de América invadió el país, para impedir que comunistas presuntos triunfaran en esa guerra. La OEA aprovechó la invasión para enriquecer su renovada historia de infamia: aprobó que República Dominicana se sometiera a un poder militar interamericano.
Argentina brindó la oportunidad de que la OEA diversificara su historia de infamia, cuando, en el año 1982, por haber ocupado las islas Malvinas, sufrió la agresión militar de Reino Unido. El gobierno de Estados Unidos de América aprobó la agresión, le brindó cooperación militar al Reino Unido, y le impuso penas económicas a Argentina. La OEA no reaccionó urgentemente; y cuando reaccionó, sólo solicitó que cesara el conflicto militar; y casi treinta días después, para disimular su servilismo y su traición, repudió tal agresión.
La OEA prosiguió, en el año 2009, su historia de infamia: intentó obligar al Estado de Honduras a restituir al destituido ex-presidente Manuel Zelaya. Aunque la destitución hubiera sido ilegal, competía únicamente a los hondureños aceptar o no aceptar la ilegalidad.
Post scriptum. La OEA es inmoralidad política pactada en grado continental.
- 23 de julio, 2015
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