Recambio en un país golpeado: llega Piñera y se va Bachelet
Santiago. – El dantesco cuadro de destrucción que presentan muchas ciudades chilenas le ha quitado relieve al recambio político que se producirá hoy cuando Sebastián Piñera reciba la banda presidencial. La presidenta Bachelet concluyó su mandato con altos niveles de aprobación, pero en términos de imagen su figura no salió indemne del cataclismo.
El sismo grado 8.8 escala de Ritchter que sacudió a la región centro-sur de Chile fue un sacudón que también desplomó gran parte de la agenda de trabajo que Sebastián Piñera había previsto para su gobierno. El nuevo mandatario entrará hoy a La Moneda, luego de jurar en el cargo de Presidente de la República en una sobria ceremonia que tendrá lugar en la sede del Congreso Nacional en Valparaíso. Cumplido el traspaso de mando, antes del mediodía, a partir de ese momento el reloj comenzará a correr en contra del Presidente.
Lo que iba a ser una fiesta oficial y ciudadana asociada a la llegada al poder de una nueva coalición de gobierno pasó a segundo plano luego que tres regiones del país quedaran damnificadas por el sismo y el tsunami que lo siguió. La zona afectada representa el corazón del Chile agrario y una zona industrial muy relevante, con una población del orden de los tres millones de personas.
Las cifras de la emergencia terminaron descontrolándose. Hay arriba de 500 muertos, muchos desaparecidos, siete hospitales importantes que se derrumbaron, unas 500 mil casas destruidas, fuertes daños en la infraestructura caminera y unos 200 mil niños que esta semana debían entrar a clases y no lo podrán hacer porque sus escuelas están en el suelo.
Desde luego estas urgencias han cambiado por completo no sólo la bitácora gubernativa sino también el cuadro político. El discurso de la unidad nacional que Sebastián Piñera anduvo desplegando en las últimas semanas -y que hasta aquí parecía ser sólo una expresión de su voluntarismo político- dejó de ser un buen deseo y se volvió después de la catástrofe en un verdadero imperativo histórico. Todas las fuerzas políticas lo han entendido así y la reunión que tuvo Piñera esta semana con los dirigentes de la Concertación garantiza que su administración tendrá una tregua no inferior a seis meses y la colaboración patriótica del bloque que está dejando el gobierno para todo cuando signifique reconstruir el país.
Si bien en términos económicos el cataclismo podrá en duros aprietos las cuentas fiscales -puesto ya el año pasado el país se sobregiró en su gasto público y lo ocurrido pone un signo de interrogación sobre metas tales como la absorción del déficit habitacional de 600 mil viviendas en los próximos cuatro años (cifra que prácticamente ahora se ha duplicado)-, desde el punto de vista político la emergencia está favoreciendo al nuevo gobierno. Porque no solo le reordenó la agenda en términos incontestables sino que también le desactivó conflictos sociales que eran inminentes: paros de los profesores y del personal de la salud, resistencia de los gremios mineros estatales, protestas estudiantiles y ciudadanas en general.
Hoy por hoy no existe piso ciudadano alguno para operativos de esta índole y de hecho, en términos comparativos, nunca un presidente chileno al momento de asumir enfrentó una oposición tan débil como la que se está perfilando ahora. Al margen de la Presidenta Bachelet, que vuelve a su casa con altos índices de popularidad y continúa siendo extraordinariamente querida por la ciudadanía, no hay en la Concertación ningún liderazgo que esté aglutinando al bloque y, mucho menos, abriéndolo a la renovación política y generacional que a todas luces requiere.
Aunque según un estudio de opinión divulgado ayer casi el 60% de los chilenos cree que Sebastián Piñera lo hará bien en las tareas más inmediatas de gobierno, su administración, aparte de reconstruir y elevar los estándares urbanísticos de la zona central, también deberá reparar las profundas grietas en la autoestima que dejó el último terremoto, luego que se vinieran abajo varios iconos de la modernidad chilena. Entre otros, grandes tramos de las carreteras concesionadas, la arquitectura interior del aeropuerto de Santiago, el sistema de alertas de sismos y maremotos, la red de comunicaciones pública y privada…
El terremoto dejó ver que el país estaba mucho menos preparado de lo que la opinión pública creía para enfrentar una emergencia de esta naturaleza. Es cierto que el movimiento telúrico tuvo una intensidad y una extensión desusada. Pero también hay razones para creer que junto con miles de casas, iglesias, retenes, consultorios, puentes y escuelas, también colapsó la noche del sismo una orgánica estatal que se mostró anacrónica, burocrática e inoperante.
No obstante que en Chile el peso del Estado sobre la economía dista mucho de ser abrumador o asfixiante, el gran desafío que tiene Piñera por delante es demostrar que la maquinaria pública -que en las últimas dos décadas prácticamente se triplicó- podría ser no sólo más barata sino también mucho más eficiente.
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