Sintomatología de la estupidez
La Hora, Guatemala
Me abstengo de intentar una definición de la estupidez. Prefiero presuponer que poseemos de ella una noción suficiente, que nos obliga a discernir entre el individuo estúpido y el no estúpido. Y presupuesta la posesión de esa noción, expongo cinco síntomas primarios de estupidez.
Un primer síntoma es creer que insultar es refutar un argumento. Es el síntoma más notable del individuo estúpido. Refutar consiste en mostrar, o en intentar mostrar, que un argumento no es válido; y no es válido si la conclusión no se deduce necesariamente de la premisa o de las premisas. Empero, el individuo estúpido no sabe de premisas y conclusiones, sino sólo puede ejercer su zoológica facultad de insultar. Y para demostrar que es espléndidamente estúpido, y que ejerce la estupidez con arrogante soberanía, se esfuerza por incrementar el poder ofensivo del insulto, o por multiplicar los insultos; pero aunque ese incremento y esa multiplicación tienda al infinito, su insulto jamás será refutación, y la estupidez siempre será su más preciosa dotación.
Un segundo síntoma es la intención de refutar aquéllo que nunca se ha entendido, ni se entiende, ni se entenderá. Y el individuo estúpido no lo ha entendido, ni lo entiende, ni lo entenderá, no por punible y corregible negligencia, sino porque una espantosa miseria intelectual, genéticamente impuesta, impide que lo entienda. Esa imposición genética no puede impedir que el individuo estúpido crea que entiende aquello que le está prohibido entender. Tampoco puede impedir, entonces, que el individuo estúpido persista, con renovada energía, en refutar lo que no ha entendido, ni entiende ni entenderá; y así logre un maravilloso esplendor de la estupidez que, con ímpetu angustioso, nutre la ominosa esencia de su ser.
Un tercer síntoma es la pretensión de saber aquéllo que se ignora. El individuo estúpido no sólo pretende saber aquéllo que ignora. También pretende que su ignorancia es sabiduría. Y que el único saber que hay en el mundo, es el saber presunto que él posee. Y en su estado más delirante de estupidez, cree que los cenagosos límites de su insolente ignorancia son los límpidos límites del mundo.
Un cuarto síntoma es atribuirse aquéllo que, por su más preciosa naturaleza, la estupidez excluye: la inteligencia. El individuo estúpido no cree ser estúpido; pues por su espléndida esencia misma, es decir, por ser estúpido, ignora su estupidez. Empero, ignorarla no le impide creer que es inteligente. Y puede enunciarse esta ley de la estupidez: el grado de inteligencia que un individuo estúpido cree tener, tiende a ser directamente proporcional al grado de estupidez que padece (es decir, el individuo más estúpido tiende a creer que es más inteligente).
Un quinto síntoma es suponer que la convicción es prueba de la verdad. Es evidente que podemos estar convencidos de una creencia falsa; pero el individuo estúpido prescinde de esa evidencia. La creencia de la cual está convencido tiene que ser verdadera, y hasta se jacta de que una atinada providencia le ha conferido el privilegio de una sagrada infalibilidad. Dedúcese que el individuo estúpido es irrefutable, porque es refutable un argumento, y la convicción no es un argumento.
Post scriptum. El género de la estupidez es fecundo en especies. Una de ellas es la estupidez intelectiva. Consiste en pensar confusamente sobre las partes de un todo (o estupidez analítica); o en pensar confusamente sobre el todo mismo (o estupidez sintética).
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